El sistema de partidos que conocimos durante la transición democrática se ha venido transformando y lo que se vivirá en el próximo lustro puede ser el cambio definitivo de éste.
Las secuelas del 2 de junio seguirán y van desde entender el alcance de los resultados, las reformas constitucionales y legales anunciadas, la sobrerrepresentación, la renovación de las dirigencias partidistas y lo que viene para el sistema de partidos. Sin dejar de ver el todo, detengámonos hoy en esto último.
Parto de la consideración de que a lo largo de este sexenio, el sistema de partidos que conocimos durante la transición democrática se ha venido transformando y lo que se vivirá en el próximo lustro puede ser el cambio definitivo de éste.
Me refiero a que en el periodo que va de 1997 en adelante, México vivió el fenómeno de los gobiernos divididos, es decir, ningún partido político tenía por sí mismo la posibilidad de hacer reformas constitucionales y aún para las legales tenía que recurrirse a negociaciones con las distintas fracciones parlamentarias. Una evidencia de que esto ya no es así, es el dato seco de que López Obrador a lo largo de su sexenio nunca se reunió con la oposición y que los responsables, formales e informales, de esa relación poca política hicieron, si por ello entendemos el arte de dialogar para llegar a acuerdos.
Muchas interpretaciones se pueden hacer al respecto, desde pensar que el todavía presidente no considera a las oposiciones sus interlocutores, hasta que esto denota su lectura de que el resultado de las elecciones le permite gobernar sin hacer concesiones y deja al desnudo su poca o nula consideración hacia los diferentes. Por cierto, ese mismo trato reciben los partidos coaligados a Morena.
Desde mi punto de vista lo anterior debe estar en la óptica de los partidos de oposición que subsisten y de aquellas agrupaciones que intentarán constituirse como nuevas opciones políticas. De otra manera, sus esfuerzos pueden ser estériles. Se trata de una concepción del poder en la que las voces disidentes son prescindibles y éstas tienen que hacerse escuchar con el respaldo de amplios sectores de la población. El panorama para ello hasta ahora no es el más alentador.
Por lo que hace a los priistas, su actual dirigente pretende hacer reformas estatutarias para extender su mandato ocho años más. Ya en 2022 logró ampliar su encargo bajo la consideración del Tribunal Electoral Federal de que podía hacerlo hasta la conclusión del actual proceso electoral. Ya veremos qué se resuelve en esta ocasión. Mientras tanto, lo que queda claro es que quien ocupa el actual liderazgo del tricolor está pensando ampliar el mismo excluyendo a quienes le antecedieron y a quienes tienen posiciones y propuestas diversas a la suya.
Por otra parte, Acción Nacional también se enfrenta a la renovación de su dirigencia y a la delicada tarea de preservar la unidad incluyendo a importantes voceros de la tradición blanquiazul que ya han manifestado su crítica a la actual conducción. De otra manera corren el riesgo de que algunas de esas personalidades confluyan con otros grupos de la derecha para constituir un nuevo partido político que atienda a sectores de la sociedad que comulgan con esa orientación.
En el caso de Movimiento Ciudadano, quien optó por competir sin coaligarse, logrando el 10% de la votación nacional, tendrá el reto de darse identidad más allá del marketing político que tan rentable le ha sido y decidir el papel que jugará en las deliberaciones parlamentarias y ante el Ejecutivo federal. ¿Se sumará a la órbita de los partidos satélites o tratará de jugar el papel de partido bisagra?
En este caso tenemos señales encontradas o al menos eso parece. Mientras el gobernador de Nuevo León envía mensajes de no querer conflicto con el presidente y en la primera oportunidad acude a visitar a la Dra. Claudia Sheinbaum, el movimiento jalisciense enfrenta la embestida de Morena contra los resultados electorales que no les favorecieron, en su momento tendrán que decidir entre la línea crítica del gobernador Alfaro o la posición del neolonés. Lo mismo tendrá que definir la dirigencia nacional y despejar la duda que sembró entre algunos sectores de su papel “colaboracionista”, dirían los clásicos.
Ahora bien, el sistema de partidos si bien perdió al PRD podría enriquecerse con la emergencia de nuevos institutos políticos. Ya hizo expresa su intención el Frente Cívico Nacional (FCN), organización que alcanzó notoriedad como una de las principales convocantes en las movilizaciones de la “Marea Rosa”.
Se trata, como ellos mismos se han autodefinido, de una opción “liberal socialdemócrata”, con lo que buscan atraer a sectores preocupados por cuidar e impulsar la democracia en nuestro país colocándose en el centro izquierda del espectro político, sin dejar de considerar algunas posiciones liberales que podrían estar a la derecha, si seguimos la tipología tradicional.
El gran dilema del FCN será no heredar la carga de lo que quedó del PRD y convocar a nuevos y jóvenes liderazgos que oxigenen el panorama político.
Es probable que algunas otras organizaciones de la derecha mexicana, que podrían estar acompañadas de algunos panistas, puedan también iniciar el largo periplo del registro de un nuevo partido político. Ya lo veremos en las próximas semanas.
Lo que queda claro es que quienes se quedan y quienes podrían llegar vivirán en un sistema de partidos distinto al de la transición democrática, no se trata de una reedición del antiguo autoritarismo priista, aunque puede tener algunos rasgos que parecen similares. Creo que lo que se está configurando, y más aún si las reformas propuestas prosperan, es la centralidad del poder en el Ejecutivo federal y la consideración de que los partidos deben ser funcionales y los que no, están condenados a orbitar marginalmente. Sí, lo que está en juego es la democracia y los necesarios contrapesos al poder.
Posdata: El inadmisible atentado contra Donald Trump, es una manifestación de lo que prohija la polarización. Ante la escasez o la ausencia de argumentos la incivilidad florece.
