¿Va a hacer Lázaro Cárdenas Batel lo mismo que hacía Alfonso Romo cuando comenzó el sexenio de López Obrador?
¿O será Altagracia Gómez Sierra la que hará las tareas que le tocaban en su momento a Romo?
Con las asignaciones que se han dado a Gómez Sierra y a Cárdenas Batel, son preguntas que escucho cada vez con más frecuencia.
Mi percepción es que las funciones van a ser diferentes, simplemente porque el estilo de gestión de López Obrador y de Claudia Sheinbaum difiere ampliamente.
Una primera gran diferencia es que la posición que entonces dio López Obrador a Romo era, de facto, diferente a la que tendrán Gómez Sierra y Lázaro Cárdenas.
Romo no era, en sentido estricto, el jefe de la Oficina de la Presidencia porque la forma de operar de AMLO no admitía ese cargo de coordinación.
AMLO operaba a su gusto y conveniencia, sin la disciplina que impone una coordinación.
Pero, además, Romo tomó otras funciones. Coordinó la redacción de un “Proyecto de País”, documento que acabó finalmente en el olvido, en el que se pretendía convertir al ‘elefante reumático’ en el que estaba convertida la economía mexicana, en un organismo ágil y atlético.
Como jefe de la Oficina, además, recibió la encomienda –solicitada por él mismo– de operar la banca de desarrollo del país.
Rápidamente empezó a tener conflictos con el entonces secretario de Hacienda, el fallecido Carlos Urzúa, de quien orgánicamente dependían los bancos del Estado.
Pero, además, sufrió un fuerte descalabro en la relación con el sector empresarial, incluso antes de recibir su nombramiento, tras la cancelación del proyecto del aeropuerto de Texcoco, pese a que él aseguraba que eso no iba a ocurrir.
Su posición como cabeza de un presunto Consejo Nacional para el Fomento a la Inversión, el Empleo y el Crecimiento, se limitó principalmente a organizarle encuentros a AMLO con la comunidad empresarial.
Luego, ese Consejo pasó a la Secretaría de Economía y de plano su funcionalidad se diluyó.
Finalmente, tras dos años de actividad, al arrancar diciembre de 2020, Romo dejó el cargo, aunque en los siguientes años se mantuvo cerca de López Obrador.
Tras la salida de Romo, AMLO desapareció la jefatura de la Oficina de la Presidencia.
Sheinbaum la va a revivir, hecho significativo, y de acuerdo con lo dicho ayer y en días previos, le va a dar el carácter de coordinación de gabinete y de seguimiento a proyectos prioritarios.
Algo que jamás podría haber hecho López Obrador porque ese no era su modo de gestionar el gobierno.
El estilo de gestión de la virtual presidenta electa requiere un apoyo como el que Lázaro Cárdenas puede ofrecer.
No tendrá a su cargo áreas operativas, como sí las tuvo Romo, y todo indica que tampoco tendrá un protagonismo personal, sino que estará siempre al cobijo de la presidenta.
Ayer fue muy claro en sus expresiones.
Altagracia Gómez Sierra no llega a la función que le encomendó Sheinbaum con el pasivo que le generó a Romo la cancelación del aeropuerto.
La relación con el sector empresarial, ella la construyó a lo largo de toda la campaña, y pese a su juventud, cuenta con un amplio reconocimiento entre organismos empresariales y empresarios relevantes en lo individual.
Es decir, Altagracia arranca con muchos activos y casi sin ningún pasivo.
Todo lo anterior no asegura que ambos puedan desempeñar con éxito las funciones que les fueron encomendadas, en el caso de Cárdenas, en el gobierno, y en el de Gómez Sierra, fuera de él.
Pero me parece que, como otros titulares de dependencias, tendrán una relación más clara y funcional con la presidenta, que la que tuvieron casi todos los cargos de gabinete con López Obrador (algunos hasta se sorprenden de que estemos por llegar al final del sexenio sin crisis mayores derivadas del desgobierno que prevaleció).
En pocos meses lo podremos confirmar.