El agandalle vulgar del que ‘Alito’ Moreno se ha valido para apoderarse del PRI, exhibe de forma clara que el futuro de ese partido estará ahora bajo la férrea mano y el designio único de un cacique.
No porque el PRI de hace 50 o 60 años no diera cabida a caciques locales y regionales y festinara su control territorial y sus liderazgos incuestionables, sino porque el PRI había hecho un esfuerzo por evolucionar con los tiempos y transitar hacia la transición democrática.
‘Alito’ es una regresión. Manifiesta su talante autoritario, manipulador y mentiroso al engañar, manipular y torcer estatutos, declaraciones y compromisos que él mismo ofreció a los expresidentes del PRI en 2022.
En esta última asamblea, seleccionó a los participantes, bloqueó a los potenciales opositores y, peor aún, escondió el documento de más de 300 cuartillas que se votó el pasado domingo 7 por la mañana, sin que prácticamente nadie lo hubiese leído.
Un campeón de la trampa barata para apoderarse de una organización que se aproxima, con su nombre original (PNR), a los 100 años. ¿Llegará?
Pero esto nos obliga a cuestionar la expresión de la ciudadanía el pasado 2 de junio.
El 40% de los mexicanos registrados en el padrón del INE no votó. Rechazó las opciones, los membretes y declaró, entre otras cosas, absoluto desinterés e identificación con partidos o personajes propuestos.
Hay una clara ausencia de representatividad popular en los partidos de hoy.
Incluso Morena, y su arrasadora victoria, enfrentará ahora la “institucionalización” de su movimiento sin el fundador y caudillo, a cuya imagen y semejanza se fundó el hoy partido hegemónico y mayoritario. ¿Podrán? ¿Claudia Sheinbaum será, al modelo priista-morenista, jefa del Ejecutivo y presidenta de su partido?
El PAN, por su parte, ha convocado apenas hace un par de días, el arranque de su proceso de renovación interna de liderazgos. Una historia que está aún por escribirse, pero si Marko Cortés reproduce el modelo mediante el cual, él mismo como heredero de Ricardo Anaya, llegó a la presidencia nacional blanquiazul, la tendencia natural será reproducir la ruta y el método.
Anaya, no lo olvidemos, impulsado por Gustavo Madero hacia la dirigencia panista, cometió parricidio al eliminar entonces a su protector de la coordinación parlamentaria. Y más aún, hizo a un lado toda posibilidad de que otros grupos panistas, a quienes les adjudicaban las derrotas recientes —de forma muy señalada a los calderonistas— participaran de aquel proceso.
Ricardo, desde la presidencia del partido, al estilo Madrazo, se hizo de la candidatura presidencial y dejó a su heredero (Marko Cortés) para que cuidara a los suyos.
Hoy toda esa es historia añeja; han pasado los años y Margarita Zavala, entre otros varios, se ha separado del PAN. No así el propio Felipe Calderón, a quien Marko ha agredido e insultado.
El puntero en la carrera por la presidencia del partido es Jorge Romero, una aparente continuación del grupo de Anaya y Cortés. Veremos.
Del PRD, pues ya ni la esquela es válida, puesto que simpatizantes y seguidores han buscado otras ramas y sombras en árboles más frondosos.
En estas discusiones sobre representatividad y organizaciones, inevitablemente aparece Movimiento Ciudadano, que, ellos presumen, es la fuerza emergente más renovada, juvenil y democrática.
Le confieso mi desconfianza, porque el líder máximo Dante Delgado es todo menos joven, y además está distanciado del grupo de Jalisco, Enrique Alfaro y Pablo Lemus, el más extenso y cohesionado de MC.
Llama hoy la atención que Guadalupe Acosta Naranjo sea la voz “progresista” que llama al Frente Cívico de organizaciones de la sociedad civil a conformar un nuevo partido político. Acosta ha sido como el ahijado de los ‘Chuchos’ en el PRD; ni transparentes ni demócratas, pero eso sí, el más simpático de los tres.
México vive una nostálgica vuelta al pasado. Un solo partido hegemónico, amo y controlador de los destinos de la patria, de millones de mexicanos, y el camino casi único para ejercer la política. Esa es la herencia de Andrés Manuel: el regreso en el tiempo.
Conmigo hay futuro; sin mí, no hay nada, es el apotegma del presidente saliente.
Del Verde y del PT ni la tinta vale la pena. Rémoras dependientes, negocios familiares y personales, carentes de identidad y personalidad política, pero útiles en las elecciones.
Ese es el escenario que se avecina ante la toma absoluta del control del Estado, sin cortapisas, sin contrapesos, sin autonomías. Morena es dueño del Ejecutivo y del Legislativo desde el 2018 y, muy probablemente, hasta el 2030.
Ahora van por el Poder Judicial, programada su caída para septiembre de este año, antes de la toma de posesión de nuestra nueva presidenta.
Sin oposición, sin partidos fuertes o cohesionados, más bien impugnados y cuestionados, la democracia mexicana se convierte en una entelequia.