Desde 2019, la economía mexicana ha mostrado un dinamismo extraordinariamente endeble, en comparación con su pasado y con otras economías.
Durante el quinquenio que terminó en 2023, el PIB de México aumentó a una tasa promedio anual de 1.0 por ciento, menos de la mitad del ritmo medio de 2.3 por ciento observado durante el cuarto de siglo previo.
Una particularidad de la debilidad económica reciente ha sido su extensa duración. A lo largo de 14 trimestres consecutivos, la media móvil del crecimiento anual de cinco años se ubicó por abajo de 1.0 por ciento. En contraste, en los 25 años anteriores, este fenómeno se observó sólo en dos trimestres, asociados con la Gran Recesión de 2009.
El quiebre de la tendencia del PIB resulta igualmente notable si se coteja con la expansión económica de Estados Unidos. Contrario a lo que debería ocurrir por ser un país en desarrollo, en su historia moderna, México ha tendido a registrar un dinamismo económico inferior al de su vecino del Norte. Sin embargo, durante los últimos cinco años, la brecha de crecimiento y, con ello, la divergencia entre los estándares de vida de los dos países, se amplió considerablemente. El crecimiento anual promedio del PIB de México fue inferior al de Estados Unidos en 1.1 puntos porcentuales durante 2019-2023, versus 0.3 puntos durante 1993-2018.
Además, el desempeño económico de nuestro país continuó luciendo desfavorable frente a otras naciones en vías de desarrollo. Según el FMI, durante el reciente quinquenio, el crecimiento anual promedio de México se ubicó 2.4 puntos porcentuales por abajo del correspondiente al conjunto de economías emergentes y en desarrollo.
El rompimiento de la trayectoria del PIB y su rezago en términos internacionales sugieren que algo grave ha estado afectando a la economía mexicana.
Desde luego, la pandemia del Covid-19 impuso límites a la actividad productiva y, en parte, explica el menor aumento del PIB del país. No obstante, esta perturbación afectó al mundo y no sólo a México, por lo que difícilmente puede explicar, por sí sola, la desventaja relativa.
Para explorar otras posibles causas, conviene señalar que la evolución del PIB durante el último quinquenio ha abarcado tres etapas: una contracción cada vez más pronunciada desde el cuarto trimestre de 2018; un desplome, que alcanzó 19.0 por ciento, en el segundo trimestre de 2020; y una lenta recuperación desde mediados de ese año.
El principal componente que dictó la dirección y profundidad del ciclo fue el industrial y, dentro de éste, la construcción. Esta última actividad empezó a caer durante 2018, experimentó un descenso espectacular en 2020, y se mantuvo por debajo de los niveles previos a la pandemia hasta 2022, para resurgir durante los tres primeros trimestres de 2023.
En comparación con el industrial, el sector servicios exhibió una mayor resiliencia, con una relativa estabilidad antes de la pandemia, una menor caída durante la misma y una recuperación posterior más extendida.
Del lado de la demanda agregada, la inversión privada parece haber determinado la fluctuación económica, con un comportamiento similar al de la construcción, que es uno de sus ingredientes. Por su parte, el consumo privado presentó una trayectoria más robusta, semejante a la del sector servicios.
Finalmente, la participación directa del gobierno en el ciclo económico estuvo, en gran medida, ausente. El consumo público permaneció relativamente constante durante las tres fases, mientras que la inversión pública prolongó su tendencia declinante, iniciada muchos años antes, y emprendió una recuperación, bien entrada la tercera fase.
Esta descripción sugiere tres factores internos que podrían contribuir a explicar el insólito debilitamiento económico de México en los últimos cinco años. En primer lugar, las decisiones de política económica del gobierno electo en 2018, que generaron un ambiente adverso a la iniciativa de los particulares, probablemente propiciaron el descenso de la inversión privada desde ese año. El resurgimiento de ésta durante 2023 no parece haber obedecido a mejores políticas públicas, sino al entusiasmo sobre el “nearshoring”, cuya permanencia está por comprobarse.
En segundo lugar, a diferencia de muchos países, la respuesta gubernamental a los efectos de la pandemia fue virtualmente inexistente, lo cual no atenuó la caída económica ni apoyó la reanimación posterior.
En tercer lugar, las políticas económicas de la actual administración se enfocaron a promover el consumo privado, mediante incrementos significativos de los salarios mínimos y pródigas transferencias monetarias a grupos de interés. Obviamente, esta estrategia, espectacularmente exitosa en las elecciones de 2024, es fiscalmente insostenible.