La derrota de la partidocracia no se dio apenas este año en las elecciones de junio, tenía el antecedente del 2018 y sus cúpulas de dirección no solo no hicieron nada para revisar las causas estructurales de su derrota entonces, sino que se mostraron como si nada hubiera pasado y el respiro de los resultados en 2021 los animó a aferrarse a esas entelequias y primero asegurarse cargos en la próxima legislatura y a sus afines en cargos estatales y municipales, pero nunca en seis años trataron de tener una revisión de su actuar como partidos en su paso por el poder, ni mucho menos a aceptar que su desprestigio se venía de tiempo atrás arrastrando a toda la clase política, no solo no se hizo una autocrítica, sino que tampoco se revisó cómo se podría reformar, si es que aún había tiempo, la figura de partido ante los nuevos actores sociales, su comportamiento, sus demandas, sus resentimientos acumulados entre muchas cosas más y generar una verdadera autocrítica, una regeneración de élites dirigentes y sobre todo una narrativa que les permitiera competir frente al populismo obradorista.
A la partidocracia se le olvidó que eran solo vehículos de la representación de los intereses de los grupos sociales que decían representar, y el ente que organizaba a esos ciudadanos, su proceso de desideologización los llevó a una cartelización, que prácticamente no se diferenciaban hasta ganarse con su alianza en las elecciones de este año el trabalenguas de prianrd, para seguir abonando a su desprestigio frente a la sociedad.
No había pues posibilidades de un triunfo de la oposición partidaria; sin embargo, se logró construir y manifestarse de manera ejemplar una oposición desde la sociedad, que tenía como objetivo mantener viva la llama de la democracia, pero sobre todo lograr tener una gran representación en el Congreso, que si bien no se lograba la presidencia en términos objetivos sí impedía que Morena y sus acólitos tuvieran mayoría calificada. Pero nuevamente la partidocracia cerró las puertas a gente de la sociedad para quedarse con los espacios para sus cúpulas. Falta aún la resolución final del Tribunal electoral para que no se cometa una violacion más a la Constitución con la cláusula de sobrerrepresentación, pero no se debe de ser optimista con los actuales magistrados ni con el INE.
Los resultados del 2 de junio dejaron al desnudo, una vez más, la grave crisis de la partidocracia, el PRD ha concluido, por voluntad de los ciudadanos, su vida; el PRI es un cascarón vacío en medio de una tragicomedia de perpetuarse sobre sus cenizas; los actuales dirigentes, para seguir sirviendo, -como ya se demostró en este gobierno, en hacer de comparsas y cómplices en medidas como la militarización en el país-, al obradorato; el PAN naufraga en la cerrazón de su padrón, cuál club privado, para, igual que el PRI, seguir medrando del registro para mantener las canonjías de quienes hoy detentan su control.
Ya hemos dicho en varias ocasiones en este espacio que el movimiento que López Obrador logró construir fue justo a partir del desprestigio de la partidocracia y su clase política, leyendo el sentimiento de la gente de un malestar frente a la corrupción y la impunidad, pero también frente a la mediocridad de lo que había sido el crecimiento económico de los últimos sexenios, que no lograba elevar en términos reales las condiciones de vida de las familias, y también de una cada vez más grave inseguridad y violencia que se venía padeciendo. Frente al desprestigio de los partidos políticos, López Obrador optó por hacer un mazacote social, donde lo mismo había cuadros y militantes de la ultraderecha mexicana como el Yunque, que exguerrilleros, exmilitantes del PRI, del PAN y del PRD y al desdibujarse los principios ideológicos, la narrativa de integrarse a un proyecto que los convertiría en protagonistas de un proyecto histórico, el pegamento que los unió fue también el liderazgo obradorista y su resentimiento hacia la partidocracia para sumarse a la polarización del nuevo evangelio. Los resultados del populismo autocrático son mucho peores que la herencia de la partidocracia sin duda, y el grado de destrucción continuará con sus números ahora en el Congreso, por lo que la construcción de una alternativa opositora partidaria debe ser parte de la agenda del movimiento democrático, para sumarse a la oposición, que sin duda, existe en la sociedad contra el obradorato.
Pero no se piense que Morena está exento de problemas como los que vive la partidocracia, si bien es cierto no en la magnitud ni aún en las causas de la crisis de los partidos tradicionales, hoy ese movimiento tiene de frente también el reto de preservar su unidad y ver si aceptan de buena manera el nuevo liderazgo de quien será la próxima presidenta, porque como sabemos que el carisma y el liderazgo no se heredan ni se pueden trasladar, así nada más porque se diga, o más aún, si quien es el verdadero dueño de ese movimiento mantiene controlados los hilos de " su criatura” , llamado Morena, tiene pues el partido en el gobierno el reto de convertirse en una organización política que mantenga una institucionalización más allá del liderazgo de su creador y sobre todo ver si las tribus a su interior logran convivir en paz, y además recordemos que una estructura territorial orgánica real no existe porque los que hacen este trabajo son los llamados “siervos de la nación”, de la Secretaría del Bienestar y todos sus programas sociales. En una palabra, ser un movimiento- partido político que pueda trascender al obradorato es el reto también de Morena, y no es un problema menor. La crisis que se vive pues en el sistema de partidos es otro costado que hay que revisar de la crisis de la democracia que vivimos en México.