'Está bien sentir' es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres ('La seducción', Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo
Cada vez tenemos menos en común: cómo sobrevivir a los reencuentros con amigos del pasado
Vivir el duelo de una persona pilar en tu vida fuera de un entorno donde ella vivía. Siento su ausencia aún mayor, la gente no pregunta por ella. Si muere una abuela se da por hecho que tocaba y que podremos soportar su pérdida
Existe una dimensión del duelo que es social, en esta las narrativas de la pérdida se intercambian entre las distintas personas que se despiden de alguien amado o significativo en sus vidas. En el duelo compartido, la violencia de las preguntas que nos acongojan tras la pérdida, como parte del proceso a través del cual entendemos el vínculo, se reparten. Así, la narrativa de quién fue la otra para nosotras y quienes fuimos para ella, deja de ser responsabilidad de un solo cuerpo-mente en duelo que revuelve en la memoria gestos, frases, tensiones y vacíos. Intentando entender exactamente qué es lo que se ha ido, y cómo vivir después de esa partida.
Si nos paramos a pensarlo, seguramente conocemos bien el impulso colectivo de rellenar con lenguaje la ausencia cuando nos arrebata. Algunas veces es consuelo, otras se vuelve incómodo, un obstáculo para el sentir. El espacio del tanatorio, cuando se utiliza como lugar de encuentro en el momento inmediato al susto de la muerte, es un lugar de intercambio narrativo. El cuerpo asustado, impactado por la pérdida, todavía no tiene lenguaje, pero otros a los cuales la muerte de esa persona no ha afectado de forma tan radical la coherencia de sus vidas, o no han sentido la desestructuración todavía, vendrán a acompañar con historias. Quién fue ella, qué rasgos la caracterizaban: sus cualidades ensalzadas en narrativas que apoyan lo importante que fue su presencia en el mundo, entre nosotras. Contar historias calma, porque propone cierto orden en el caos de quien, habiendo sido con otra, ahora tendrá que comenzar a imaginar la vida sin ella.
Lejos de aquello que una vez llamamos casa, lejos de sus afectos y de sus mundos de significado compartidos, buscar a las afines, a las que atraviesan un momento parecido de la pasión, nos devuelve la calma de la compañía
Creo que bajo la dimensión social del duelo, donde se producen narrativas compartidas, siempre está el proceso psíquico subjetivo que responde a una vinculación única: la nuestra con la persona ausente. Un cuerpo honesto con la complejidad de la vida y sus pasiones reconoce en sí que la pérdida activa también la memoria del conflicto. El conflicto que enraíza en situaciones materiales vividas, en formas que tuvimos de amarnos y de no amarnos, de estar presentes cuando nos necesitaron y no estarlo, puede difícilmente compartirse, o al menos requiere de una intimidad excepcional para poder dejarse acompañar.
Cuesta compartirlo tal vez porque a esta experiencia subjetiva de la otra la acompaña un pudor que precisamente tiene que ver con su capacidad radical para escandalizar o alterar las narrativas oficiales sobre la persona perdida. Por convención, deseamos respetar “el honor” de lxs muertxs, una especie de estabilidad narrativa después de la muerte, lo que puede derivar en una biografía que se estabiliza y se convierte en mausoleo. Tal estatus es susceptible de alteración y transformación a través del detalle que aporta la experiencia subjetiva. En silencio portamos las otras historias de las que nos faltan, son historias de pasión, que por exceso o por falta de amor, por exceso y falta de amor, tienen el poder de desestabilizar cualquier relato.
En la pena de la pérdida necesitamos poder hablar a veces un lenguaje anhelante, desorientado, frustrado y triste
Creo que la elaboración subjetiva e íntima del duelo es la que tiene mayor poder de enseñanza y transformación de la vida propia. Es también la más difícil, la que nos enfrenta a la angustia y a preguntas que no podremos contestar, que eventualmente dejaremos de necesitar contestar con urgencia. Hace falta valentía para desocupar el espacio compartido del duelo y atravesar las densidades de lo que hace nuestros duelos diferentes a los de las otras.
Es triste también, muy triste a veces, el tiempo del duelo cuando los cuerpos que nos rodean están muy lejos de atravesar ese estado. A veces nos sentimos lentas, muy lentas, y con la mirada puesta hacia atrás mientras el resto de las personas de nuestro entorno se agitan en el presente y se proyectan hacia el futuro. Pero los cuerpos afines están en todas partes, atravesando procesos que, aunque distintos, dan a su habla y a sus gestos la marca de una sensibilidad compartida. Lejos de aquello que una vez llamamos casa, lejos de sus afectos y de sus mundos de significado compartidos, buscar a las afines, a las que atraviesan un momento parecido de la pasión, nos devuelve la calma de la compañía.
Quien está siendo amante anhela un cuerpo que apasionado hable con ella el mismo idioma. En la pena de la pérdida necesitamos poder hablar a veces un lenguaje anhelante, desorientado, frustrado y triste. Creo que, en el duelo, cuidarnos es permitir que esto ocurra.