El arrollador retorno de Trump a la presidencia de EEUU es con frecuencia interpretado como en punto de inflexión definitivo. Nos sentimos, como Zweig, expulsados de una especie de paraíso perdido. No sé si lo de antes tenía algo de paraíso. Tampoco sé si lo que está ocurriendo tiene algo de definitivo
Stefan Zweig construyó sobre la nostalgia y el estupor una brillante obra literaria. Nostalgia por aquel viejo mundo que se perdió en la Gran Guerra (1914-1918), estupor ante el nuevo mundo nacionalista y militarista que surgió después. No puede decirse que tuviera una mala vida. Sus años más fecundos, desde el punto de vista creativo, fueron los “felices 20”, la década desenfrenada que desembocó en la crisis de 1929 y los horrores que vinieron después.
Hoy se escuchan muchas voces que hacen eco a la nostalgia y el estupor de Zweig. La nostalgia actual se refiere al Occidente de la posguerra y la guerra fría o, más intensamente, a aquellos años posteriores a 1989 en que las democracias liberales, la globalización y la economía especulativa parecían haber alcanzado el triunfo definitivo. Para quienes creían, y creen, en ciertos valores democráticos, ciertas prioridades económicas y ciertas reglas internacionales, la evolución de la historia está haciéndose casi incomprensible.
El arrollador retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos es con frecuencia interpretado como un punto de inflexión definitivo, como la consolidación de un nuevo orden planetario dominado por el populismo, el autoritarismo, los magnates y las mentiras. Y nos sentimos, como Zweig, expulsados de una especie de paraíso perdido. No sé si lo de antes tenía algo de paraíso. Tampoco sé si lo que está ocurriendo tiene algo de definitivo.
Los historiadores del futuro sabrán cómo acaba esto y podrán evaluarlo con perspectiva, pero les faltará la experiencia. La que falta hoy a quienes escudriñan el mundo de Zweig: ¿cómo pudo llegarse a la hecatombe de la Gran Guerra?, ¿cómo fueron posibles los totalitarismos?, ¿por qué la civilizada Alemania sucumbió al nazismo y se convirtió en una máquina de odio y destrucción?
Disponemos de algunas claves para interpretar lo nuestro, lo que está sucediendo ahora. Llevamos décadas hablando sobre la erosión de los sistemas fiscales y sobre el vertiginoso crecimiento de las desigualdades; llevamos décadas señalando que está desapareciendo aquello que llamábamos “clases medias”, aquella franja de la sociedad que se caracterizaba por una modesta acumulación de patrimonio (disponía por tanto de un margen de seguridad en caso de pérdida de ingresos y no vivía al borde del abismo) y por la fe en el progreso. Pero aún no sabemos cómo irán las cosas.
Zweig, instalado en Petrópolis (Brasil), se suicidó con su mujer el 22 de febrero de 1942. Dejó una nota en la que hablaba de cómo había visto a su “patria espiritual”, Europa, “destruirse a sí misma”. En aquel momento, febrero de 1942, Alemania y Japón se erigían en nuevos dueños del mundo. Las tropas nazis dominaban la Unión Soviética. Las tropas imperialistas japonesas acababan de conquistar (y masacrar) Singapur, nudo del imperio británico, tras destruir en diciembre de 1941 buena parte de la flota estadounidense en Pearl Harbor.
El panorama, para un observador culto y bien informado como Zweig, se dibujaba negro, negrísimo. Sin embargo, incluso un hombre desesperado, un hombre que había decidido suicidarse para no vivir en un nuevo mundo repugnante, quiso dejar en su último texto una nota de esperanza y deseó a sus amigos que vivieran lo suficiente “para ver el amanecer tras esta larga noche”.
El pobre Stefan Zweig no podía saber que el amanecer estaba ahí mismo. No podía saber que las tropas nazis se habían empantanado en territorio ruso y que en pocos meses el ejército soviético tomaría la iniciativa. No podía saber que en pocas semanas lo que quedaba de la flota estadounidense iba a acabar con la amenaza naval japonesa en Midway. No podía saber que en el momento más oscuro de la noche, el amanecer estaba tan próximo.
Nosotros tampoco podemos saber. ¿Es irreversible la tendencia a la que asistimos? Quién sabe. Eso queda para futuros historiadores.
(Permítanme una postdata. El 29 de octubre, con la gota fría ya desatada, el presidente valenciano, Carlos Mazón, tardó horas en acudir a la reunión sobre la emergencia porque estaba comiendo con una periodista para ofrecerle, dice, la dirección de la televisión pública de la comunidad. El 30 de octubre, en pleno recuento de cadáveres, el Congreso de los Diputados suspendió “por respeto” la sesión de control al Gobierno, pero mantuvo la votación para renovar el consejo de administración de la televisión pública española. Las televisiones ante todo. No sé qué pensarán los futuros historiadores sobre las prioridades de nuestros actuales políticos).