Santa Olalla, la más grande del parque, está en situación crítica con sólo una lámina de humedad residual y barro, todo un símbolo del deterioro del sistema lagunar y el consiguiente impacto en fauna y flora
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A Doñana ya no le queda en la práctica ninguna laguna que conserve agua durante todo el año. Santa Olalla, la más grande de las 3.000 de este sistema lagunar declarado Patrimonio de la Humanidad, ha certificado que ha dejado de ser permanente al no sobrevivir al verano por tercer año consecutivo. A día de hoy su estado es crítico, completamente seca salvo por una lámina superficial de humedad residual y barro, lo que está teniendo un enorme impacto sobre la fauna y la flora.
Tras aguantar a duras penas los meses más duros del estío, la prolongación de la sequía y las altas temperaturas con las que ha entrado el otoño han terminado por darle la puntilla. Así lo ha certificado la Estación Biológica de Doñana (organismo investigador adscrito al CSIC), que añade a esta combinación otro factor clave: la sobreexplotación del acuífero. Desde que se tienen registros en los años 70, Santa Olalla se había secado durante alguna sequía extrema, pero nunca lo había hecho más de un año seguido.
El verano, además, no ha sido nada fácil, porque alojó una enorme sobreabundancia de algas (con el riesgo de toxicidad para peces y aves) a causa de las altas concentraciones de nutrientes, el calor y la poca movilidad del agua, a lo que se unió que su menguante superficie se tradujo en un aumento de la salinidad. Así las cosas, llegó a principios de septiembre muy achacosa, reducida a 5,68 de sus más de 47 hectáreas, apenas un 12%. A día de hoy su aspecto es poco más que un gran amasijo de barro, tal y como se puede apreciar en la cámara que monitoriza su estado.
Santa Olalla inició el año hidrológico recién terminado (de octubre a septiembre) totalmente seca, aunque las lluvias –muy bienvenidas pero efímeras– permitieron que subiera el nivel del acuífero y esto se tradujo en que alcanzó su máximo de inundación en febrero. Su vecina la laguna Dulce (que hasta hace poco también tenía la consideración de permanente) corrió la misma suerte y se quedó sin agua antes, durante la segunda semana septiembre. La única que ha sobrevivido este año sin secarse ha sido la del Hondón.
Hay que tener en cuenta que Santa Olalla, como todas las lagunas de Doñana cercanas a la zona de dunas, dependen del nivel del acuífero, que se recarga cuando llueve y de esta manera –si la capa freática asciende lo suficiente– aflora el agua al exterior inundando la cubeta. Pero la sequía y la sobreexplotación de los recursos subterráneos ya han propiciado la desaparición del 60% de las lagunas que existían en los 80, y las supervivientes se inundan mucho menos y por poco tiempo.
Para la Estación Biológica, esto evidencia que “la acción humana directa está interfiriendo en el ciclo natural”. La mejor prueba a su juicio es que esto afecta sobre todo a las masas de agua más cercanas a los cultivos de regadío intensivo y a la gran urbanización turística de Doñana, en término municipal de Almonte.
Muchas de estas lagunas tienen la cubeta invadida por vegetación terrestre, “lo que indica un cambio sin retorno”. En esta senda está ya embarcada Santa Olalla, que no hace más que dejarse jirones y “ya ha perdido gran parte de su antigua extensión”, como corroboran unas imágenes aéreas que muestran a tarajes y vegetación terrestre conquistando sus orillas actuales y su isla central. Y un ejemplo más: hace cuatro años la capa freática estaba a 7,5 metros y en la actualidad ha descendido hasta los nueve metros, “algo que no se había visto nunca hasta ahora”.
La unión de un acuífero del que se saca más agua de la que recarga y una década larga de sequía (este periodo ha llovido algo más, pero sigue por debajo de la media) está provocando, por tanto, la desaparición del sistema lagunar. Esto tiene un gran impacto sobre la fauna y la flora del parque, sobre todo en anfibios y reptiles acuáticos, que son los más vulnerables. Un ejemplo son las dos poblaciones de galápagos autóctonos, el europeo y el leproso, que “están a punto de desaparecer”.
Esta mala situación se ha generalizado en Doñana, tal y como apuntaba el último informe sobre el estado de la biodiversidad. Muchas poblaciones de animales están en mínimos históricos, a lo que se une que la última invernada fue la peor de la historia, con un 60% menos de aves. La tendencia negativa afecta sobre todo a las especies acuáticas, pero también a rapaces (milano real y halcón peregrino), anfibios, mariposas y flora amenazada.