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Un año de horror y vergüenza

Los palestinos no pueden apenas defenderse de la enorme potencia militar de Israel, ni tienen apenas quien los defienda. Cabe preguntarse si los atentados del 7 de octubre han servido para mejorar esta situación o, por el contrario, para empeorarla, dando a Netanyahu la excusa que necesitaba para poner en marcha sus planes supremacistas

La espiral entre Israel, Irán y sus aliados sólo traerá más muerte y destrucción

El día 7 de octubre de 2023, justo en el 50º aniversario de la guerra del Yom Kippur, el Movimiento de Resistencia Islámica –Hamás–, con la ayuda de la Yihad Islámica, lanzó un ataque desde la franja de Gaza contra Israel, disparando inicialmente más de 3.000 cohetes que causaron al menos cinco víctimas mortales. A continuación, cerca de tres mil hombres armados penetraron en territorio israelí, utilizando excavadoras para derribar la valla fronteriza, moviéndose con camiones, furgonetas y motocicletas, pero también mediante parapentes motorizados, y por vía marítima con lanchas rápidas, y atacaron los kibutzim judíos y asentamientos de población de las áreas cercanas. 

Este fue el peor atentado terrorista contra el Estado de Israel desde su fundación. Fueron asesinadas 1.195 personas, de las cuales 373 soldados y policías, 71 civiles extranjeros o con doble nacionalidad, y 751 civiles israelíes, incluidos 36 niños. De estas víctimas, 364 fueron asesinadas mientras asistían al festival de música Supernova en el kibutz Reim, a seis kilómetros de Gaza. Además, los asaltantes –que llegaron a estar 48 horas en territorio israelí– se llevaron a 251 rehenes secuestrados, incluyendo 38 menores, de los que todavía están en su poder cerca de cien, aunque hasta un tercio podrían estar muertos.

Ciertas fuentes indican que algunas de las víctimas podrían haberlo sido por “fuego amigo”, es decir como consecuencia de explosiones o disparos causados por la respuesta muy violenta y rápida de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), pero, aunque eso fuera cierto, no quita ni un ápice de culpabilidad a los milicianos palestinos en este ataque terrorista cruel, despiadado e injustificable, como cualquiera que tenga entre sus víctimas mortales, heridos, o secuestrados a personas civiles inocentes y menores de edad, que ha sido calificado de crimen de guerra por el Tribunal Penal Internacional.

Como es sabido, los atentados desencadenaron una brutal e indiscriminada represalia israelí sobre la franja de Gaza y su población, que todavía dura hoy en día

Una pregunta comprometida...

Los ataques terroristas del 7 de octubre han dejado en el aire al menos dos terribles preguntas, cuya respuesta sería necesaria para determinar con precisión sus causas y consecuencias. La primera es cómo es posible que no fueran detectados y prevenidos por los servicios de inteligencia israelíes y las FDI, que tienen un control exhaustivo de todos los territorios ocupados, también de Gaza, a través de infiltrados en las organizaciones islamistas, y también de cámaras, sensores, globos, satélites, aviones de reconocimiento, inteligencia de señales, y todo tipo de recursos.

Parece poco verosímil que ni el Shabak (Shin Bet) encargado de la seguridad interior –incluida Gaza– ni el servicio de inteligencia de las FDI –Aman– no supieran lo que se estaba preparando cuando las milicias palestinas llevaban meses haciendo ejercicios y simulacros, concentrando medios en la línea fronteriza –incluidas excavadoras–, haciendo vuelos de parapente. Las jóvenes militares israelíes responsables de la red de observatorios conocidos como tatzpitaniyot, encargadas del seguimiento de las imágenes de vigilancia en vivo captadas por cámaras a lo largo de la valla de alta tecnología y globos que vuelan sobre Gaza, llevaban semanas advirtiendo de estos signos de preparación de alguna acción importante y quejándose de que no se les hacía caso. 

Por otra parte, según la agencia AFP, Michael McCaul, jefe del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU, dijo a los periodistas después de una reunión de inteligencia a puerta cerrada para legisladores sobre la crisis en Medio Oriente, que sabían que Egipto advirtió a los israelíes tres días antes de que un evento como este podría ocurrir, lo que fue confirmado por funcionarios de inteligencia egipcios que dijeron que Jerusalén había ignorado las repetidas advertencias de que el grupo terrorista con base en Gaza estaba planeando “algo grande”. Según el sitio de noticias Ynet, el Ministro de Inteligencia de Egipto, General Abbas Kamel, llamó personalmente a Netanyahu sólo 10 días antes del ataque masivo para decirle que los habitantes de Gaza probablemente harían “algo inusual, una operación terrible”.También la comunidad de inteligencia de Estados Unidos produjo al menos dos evaluaciones basadas en parte en inteligencia proporcionada por Israel advirtiendo de un aumento del riesgo. Un mensaje del 5 de octubre de la CIA advertía de la creciente posibilidad de violencia por parte de Hamás. El 6 de octubre, el día antes del ataque, funcionarios estadounidenses hicieron circular un informe desde Israel que indicaba una actividad inusual por parte de Hamás, que podría indicar un ataque inminente. Incluso la unidad de inteligencia militar israelí conocida como 8200 preparó el 19 de septiembre un informe –revelado por la Autoridad de Radiodifusión de Israel– en el que se predecían los ataques de Hamas, incluida la infiltración y la posible toma de rehenes, que fue ignorado por las autoridades de seguridad.

Se ha hablado de un fallo de inteligencia, pero a la vista de estos datos lo menos malo que se podría decir de las autoridades israelíes es que infravaloraron el alcance de la acción que se estaba preparando. Aunque, por cruel que parezca, puede que lo más probable sea que se permitiera el ataque para justificar lo que ha venido después y sobre todo para salvar al gobierno de coalición –y en particular a su primer ministro Benjamín Netanyahu, que se encontraba en dificultades políticas graves–, a través de un oportuno conflicto que hiciera agruparse a la población detrás de su líder.

El primer ministro israelí tiene abierto desde mayo de 2020 un procedimiento judicial por corrupción que incluye tres delitos diferentes de cohecho, fraude y abuso de confianza, el primero de los cuales podría acarrearle hasta diez años de prisión. Si fuera condenado en sentencia firme tendría que abandonar su puesto, pero todo se ha paralizado por la guerra. Además, antes del 7 de octubre tenía graves problemas políticos por el proyecto de reforma del poder judicial promovido por dos de los miembros más extremistas de su gobierno, que atacaba directamente a la independencia judicial, y provocó una enorme reacción en la opinión pública, con huelgas y manifestaciones que amenazaban con costarle la dimisión, y con ella probablemente la cárcel.

Netanyahu se ha presentado siempre como el hombre que podía garantizar la seguridad de Israel, que evidentemente es una prioridad para sus ciudadanos. Una guerra era lo único que podía salvarle, a pesar de sus casos de corrupción, y la ha emprendido fríamente sin tener en consideración el daño que podía producir a sus propios ciudadanos, como lo demuestra su insensibilidad ante la suerte de los rehenes a pesar de la presión social para que priorizara su liberación. Un año después, su partido, el Likud, que antes del 7 de octubre estaba en sus peores niveles, sería de nuevo –según una encuesta reciente para el medio de comunicación Maariv – el partido más votado, aunque sin mayoría suficiente para gobernar en solitario.

...Y una pregunta devastadora

La otra cuestión que merece ser analizada es por qué Hamás decidió lanzar estos atentados sabiendo que Israel respondería con una represalia despiadada, como había hecho siempre, y que le iba a costar la vida a muchos de sus ciudadanos y la destrucción del poco territorio que les queda. Tal vez infravaloraron cual iba a ser la reacción, pero tenían datos para suponer lo que se les venía encima. Desde que consiguieron el control de la franja, en 2007, las FDI les habían atacado ya 12 veces –tres de ellas con gran intensidad– con un balance, según la oficina de asuntos humanitarios de Naciones Unidas, de 6.407 palestinos muertos frente a 308 israelíes. Una política de veinte por uno que en la guerra actual está cerca de duplicarse.

 Se ha especulado con que Hamás intentaba evitar un inminente acuerdo de paz de Arabia Saudí con Israel, en línea con los acuerdos de Abraham de 2020 con Emiratos y otros, que dejaría a los palestinos prácticamente solos, al menos en el mundo suní. Pero es evidente que si la voluntad de Riad va en esa dirección esta tragedia solo serviría para retrasarlo y por un tiempo no demasiado largo. Portavoces de Hamás han declarado que su ataque fue en respuesta a la continua ocupación de Israel, el bloqueo de Gaza , la expansión de los asentamientos , el desprecio de Israel por el derecho internacional , así como las supuestas amenazas a la mezquita Al-Aqsa y la difícil situación general de los palestinos.

Todo eso es cierto. En 1947, la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas (NNUU) dividió el territorio palestino en dos estados, uno judío y otro árabe. A Israel le correspondió el 57,7% del territorio, que convirtió en el 78% con su victoria en la primera guerra que los árabes lanzaron inmediatamente de su proclamación unilateral como Estado, y en el 100% a partir de la Guerra de los Seis Días –en 1967– con la ocupación de los territorios palestinos que quedaban, que se ha negado a abandonar, a pesar de todas las resoluciones de NNUU que le obligan a ello. Por el contrario, ha establecido 700.000 colonos en Cisjordania y Jerusalén este, muchas veces mediante latrocinios o asesinatos, y ha sometido a Gaza a un asedio inhumano y brutal durante 17 años. Su última provocación fue la irrupción de la policía israelí, en abril del año pasado, en la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar sagrado de los musulmanes, donde cientos de fieles realizaban sus oraciones en pleno mes de Ramadán, causando varios heridos. Los palestinos no pueden apenas defenderse de la enorme potencia militar de Israel, ni tienen apenas quien los defienda. Solo el recurso al terrorismo, que afecta a civiles inocentes y es absolutamente inaceptable.

En todo caso, cabe preguntarse si los atentados del 7 de octubre han servido para mejorar esta situación, o por el contrario para empeorarla, dando a Netanyahu la excusa que necesitaba para poner en marcha sus planes supremacistas. ¿Han sacrificado los dirigentes de Hamás a decenas de miles de palestinos, decenas de miles de millones en infraestructuras, han puesto en peligro la vida de sus hijos, incluso su futuro como pueblo, para demostrar que aún tienen fuerza, para hacer daño a un enemigo al que no pueden vencer ni en sus sueños? ¿Hasta ese punto llega el odio, la frustración, la desesperanza?

Un año de horror

Ha pasado un año. Los bombardeos israelíes y la acción de su fuerza terrestre han matado a más de 41.000 personas en la franja de Gaza, la mayoría civiles que nada tenían que ver con Hamás, entre ellos 16.000 niños –aunque esta cifra varía según la fuente– y 12.000 mujeres, entre ambos un 70% de las víctimas, además de 100.000 heridos y 10.000 desaparecidos, la mitad de los cuales podrían ser también menores. En el bando contrario han muerto poco más de 300 soldados israelíes.  El 60% de las viviendas de la franja han sido destruidas –más del 70% en la ciudad de Gaza– y también escuelas, hospitales, instalaciones de NNUU o de ONGs, almacenes de ayuda humanitaria. Llega el invierno y los palestinos – 1,900.000 desplazados-, no tienen dónde vivir.

Israel fue acusado de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, que consideró que había suficientes indicios de genocidio como para estudiarlo en profundidad y dictó unas medidas cautelares que Israel, por supuesto, no ha cumplido. La Corte Penal Internacional declaró criminales de guerra a Netanyahu y a su ministro de defensa, además de a los dirigentes de Hamás. Los relatores de NNUU y otros organismos internacionales han calificado abiertamente de crímenes de guerra y de genocidio la actuación de Israel en Gaza. Pero el gobierno israelí continúa impertérrito porque sabe que tiene el apoyo incondicional de EEUU. Además de su actuación en Gaza, las FDI consienten o facilitan los asesinatos de palestinos por los colonos en Cisjordania, la ocupación de viviendas y tierras palestinas en esta zona y en Jerusalén este, matan impunemente a los dirigentes árabes que consideran hostiles, atacan el aeropuerto de Damasco, obran con total impunidad.

Netanyahu no quiere la paz, quiere la guerra, la destrucción de todos los enemigos de Israel, sobre todo porque es su única forma de mantenerse en el poder. Sabe que, si cediera, si dudara, los líderes más ultraderechistas que le apoyan – Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir – le dejarían caer. Su loca carrera de destrucción y muerte se ha extendido ahora a Líbano, donde ha causado ya cerca de 2.000 víctimas y no parece que tenga ninguna intención de parar. El ministro de Asuntos Exteriores libanés, Abdalá Bou Habib, declaró a la CNN que el líder de Hizbulá, Hasan Nasralá, había aceptado el alto el fuego de 21 días, propuesto por EEUU, Francia, y otros países para dar paso a negociaciones que condujeran a un acuerdo de paz, varios días antes de ser asesinado. El gobierno israelí lo sabía, pero prefirió que continuara la muerte, la guerra, el horror.

Un año de vergüenza   

Pero el horror no afecta solo al ejecutor, Israel, sino a todos aquellos que sobre los que cae la vergüenza de ayudarle a cometerlo, o de permitirlo con su consentimiento o su pasividad.

Vergüenza de la ANP que no ha sido capaz de hacer absolutamente nada para defender a los palestinos, no solo de Gaza donde se podría argüir el duro enfrentamiento de la Organización de Liberación de Palestina, su principal componente, con Hamas, sino ni siquiera ante las atrocidades de los colonos judíos en Cisjordania, o el reciente bombardeo de un campo de refugiados allí. Mahmud Abás ha ido a la Asamblea General de NNUU y a Madrid a agradecer el reconocimiento español del Estado Palestino, pero no ha ido a El Cairo, Riad o Abu Dabi a a exigir la defensa de sus compatriotas, ni ha dimitido con todo su gobierno, que hubiera sido una postura mínimamente decente.

Vergüenza de los países árabes, que no han movido un dedo en defensa de sus hermanos palestinos. Ni Arabia Saudí, ni los Emiratos, ni Bahréin, atados los dos últimos por los acuerdos de Abraham, durmiendo todos ellos encima de los montones de dólares que les proporciona su petróleo y su connivencia con EEUU. Solo Egipto y Qatar han participado como mediadores en conversaciones de paz, sin tomar tampoco ninguna acción directa a favor de los palestinos. En 1973 los países árabes decretaron, a raíz de la guerra del Yom Kippur, un boicot a Israel y un embargo petrolífero a todos los países que suministraran armas al estado judío, lo que causó una grave crisis económica mundial y condujo al final a los acuerdos de Camp David. Ahora nada, han abandonado completamente a los palestinos hasta tal punto de que los únicos apoyos que estos reciben provienen del “eje de resistencia” formado en su totalidad por chiíes, teóricamente sus rivales dentro del mundo musulmán.

Vergüenza de la administración demócrata de EEU, incapaz de frenar o al menos moderar el furor bélico de Netanyahu, ni siquiera sobre Líbano, a pesar de sus aseveraciones de que la guerra no debería llegar tan lejos, y que ha seguido proporcionando dinero a Israel –lo último un nuevo paquete de 8.700 millones de dólares– y armas de todo tipo con las que masacrar a las mujeres y niños palestinos, ahora también libaneses, a pesar de tímidos llamamientos a respetar a la población civil. Esta actitud le puede costar a Kamala Harris la elección a la presidencia por el elevado número de electores de origen árabe o musulmán en algunos estados decisivos, como Michigan, y de otros ciudadanos que rechazan esa política.

Vergüenza de Europa, siempre tan defensora de los derechos humanos y de la paz, sancionadora estricta de Rusia por agresora, muchos de cuyos países solo hablan del derecho de Israel a defenderse, como si eso le diera patente de corso para saltarse el derecho internacional humanitario y las leyes de la guerra y asesinar a decenas de miles de civiles. En muchos casos, con armas europeas, sobre todo de Alemania, que parece que intenta lavar sus crímenes pasados apoyando ahora otros similares. Y también a través de un tratado comercial preferente, esencial para Israel que compromete a las Partes, en su segundo artículo, a respetar los derechos humanos y principios democráticos, pero que nadie se atreve a denunciar.

Y vergüenza también del sur global, que vota en su mayoría resoluciones de condena en la Asamblea General de NNUU, pero que tampoco toma ninguna acción concreta –directa o indirecta– para detener el genocidio. Solo Sudáfrica salva su dignidad al presentar una denuncia en la Corte Internacional de Justicia. Rusia está demasiado ocupada con Ucrania. Y China, con su política de no intervención, salvo para lo que afecte a los negocios, mostrándose impasible a pesar de que, si quiere algún día ejercer un liderazgo planetario, antes o después tendrá que tomar partido en favor de aquellos a los que occidente se niega a proteger.

Hacia una catástrofe anunciada

Más allá del daño que Netanyahu hace al entorno geográfico y humano de Israel, está el que hace a su propia nación. Por un lado, la extensión de una cierta degradación moral en la sociedad israelí, al hilo del relato y la tensión bélica, que permite por ejemplo que haya manifestaciones de apoyo a las personas que han violado a un prisionero, o que aprueben que se encarcele y se torture a menores, o directamente se les asesine en Gaza o Cisjordania. Por otra parte, el desprestigio, incluso el rencor, que se está creando en buena parte de la población de todo el mundo hacia Israel, como consecuencia de las terribles imágenes que difunden todas las televisiones del planeta, que será muy difícil de revertir y tendrá sin duda consecuencias duraderas. Tal vez los gobiernos de la mayor parte de los países del mundo permanezcan pasivos, incluso indiferentes, ante los asesinatos en masa, pero sus poblaciones –especialmente las árabes y musulmanas– no lo están, acumulan resentimiento y odio, y eso a largo plazo caerá de nuevo sobre el Estado judío. Netanyahu, que califica de antisemita a todo aquél que critica sus atrocidades –incluida la Asamblea General de NNUU–, está haciendo más para extender el antisemitismo que muchos dirigentes nazis.

El apoyo incondicional de EEUU y muchos países europeos, la pasividad del resto de la comunidad internacional –incluidos los países árabes y musulmanes– la necesidad de satisfacer a sus socios de gobierno más extremistas, y el excelente resultado político interno que la destrucción de Gaza y los asesinatos selectivos están teniendo en Israel, han animado a Netanyahu a tolerar un aumento de la criminalidad de los colonos en Cisjordania y a extender su masacre militar a tierras libanesas, sobre todo desde el aire, completada con incursiones terrestres que podrían limitarse a una profundidad de cinco kilómetros, ya que una invasión completa del país sería probablemente demasiado costosa en términos de bajas israelíes y tampoco gozaría del aplauso de Washington. 

Posiblemente el gobierno israelí pretenda mantenerse todo el tiempo que pueda en esa zona de seguridad en la frontera libanesa, mientras aumenta los asentamientos en Cisjordania y Jerusalén este, y tal vez reducir la franja de Gaza a su mitad sur, donde estarían hacinados todos los palestinos que se resistan a marcharse. Pero también puede intentar ir más lejos, en lo que ha llamado un rediseño del mapa de Oriente Medio, que pasaría probablemente por la anexión definitiva de los territorios palestinos –intentando expulsar o reducir progresivamente al mínimo la población palestina–, la absorción de una parte del sur de Líbano, como ya hizo con los altos del Golán sirios, y la definitiva aceptación por Líbano y Siria de la superioridad israelí, como ya hizo en su día Jordania,

El único obstáculo que se opondría a este rediseño sería Irán, y por eso Netanyahu está interesado en que la guerra se extienda y Teherán se involucre directamente, obligando a intervenir a EEUU, que es la única potencia que puede acabar con el régimen de los ayatolás. El reciente ataque iraní con misiles a Israel ha sido un verdadero regalo para el primer ministro israelí, que debate con Washington una respuesta que para los norteamericanos debería ser moderada, pero que el querría lo más dura posible. Sin contar con que, una vez más le ha permitido pasar de verdugo a víctima ante cierta opinión internacional, aunque para la mayoría es difícil, por no decir imposible, que ese episodio pueda borrar lo que ha estado haciendo durante el último año.

Aprovechando los atentados del 7 de octubre, Netanyahu ha emprendido una sangrienta escalada bélica que está incendiando toda la región, tal vez en busca de construir el utópico Gran Israel, el viejo sueño bíblico de los sionistas más radicales, o simplemente por el más vulgar objetivo de mantenerse en el poder. En todo caso, está llevando a su nación a un desastre sin precedentes, tanto en términos de uso de la violencia –que siempre se vuelve contra quien la practica– como en el ámbito político –interior y exterior–, que se tardará décadas en reparar, si es que alguna vez se consigue.

La paz es posible

No obstante, la paz es siempre posible. Si fue posible entre Francia y Alemania, después de destrozarse mutuamente en tres terribles guerras en 70 años, si uno de los mejores aliados actuales de EEUU en el sudeste asiático es la República Socialista de Vietnam, si en Sudáfrica blancos y negros conviven si no en armonía al menos en paz, por qué no iba a pasar lo mismo con israelíes , árabes y palestinos, cuando es evidente que sería mejor para todos, también para Israel que con su superioridad tecnológica podría ser el centro económico y comercial de una región pacífica y próspera, y aumentar enormemente su influencia.

En una reciente tribuna conjunta, el ex primer ministro israelí Ehud Olmert y el exministro palestino Nasser aI Kidwa reclaman el fin de la guerra en Gaza, la liberación de los rehenes y la convivencia de los dos Estados con las fronteras de 1967 y sin soberanía sobre la ciudad vieja de Jerusalén. Seguramente muchos en Israel y sobre todo en el mundo árabe comparten esta propuesta.

Para que algún día llegue la paz, la tienen que querer todos, no solo una parte. Los árabes ya se han dado cuenta hace tiempo de la superioridad militar de Israel y probablemente aceptarían una solución que respete sus derechos. Si siguen atacando a Israel, es porque el Estado judío no ofrece esa solución, sino que ocupa territorios que no le pertenecen y mantiene sometida a su población. Los palestinos han reconocido el Estado de Israel en sus fronteras de 1967, aunque en occidente a veces se diga interesadamente lo contrario. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) desde los acuerdos de Oslo de 1993 y Hamás desde la publicación de sus nuevos estatutos en 2017, que propugnan un Estado Palestino en Cisjordania, Gaza y Jerusalén este. Pero Israel nunca ha reconocido el Estado Palestino que tenía el mismo derecho a existir que el israelí. La paz pasa en primer lugar por ese reconocimiento, y después por un tratado que establezca las bases de una convivencia estable de respeto mutuo.

 Los países más influyentes, y en primer lugar EEUU, podrían hacer mucho –si quisieran– para impulsar ese camino. Pero, al final, la solución tendrá que venir de dentro, solo los propios israelíes pueden cambiar el rumbo de violencia y destrucción que ha emprendido el gobierno ultraderechista de Netanyahu, cuando se den cuenta de que ese camino solo lleva a más violencia y más destrucción en el futuro, también para ellos, y apoyen mayoritariamente una opción política partidaria de la convivencia pacífica con sus vecinos. Esperemos que así sea, y cuanto antes, porque ya ha habido demasiado dolor y muerte.

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