La resaca de una juerga épica de Juan Hormaechea en el desaparecido pub El Proyector de Santander detonó la ruptura del PP con el entonces jefe del Ejecutivo cántabro e hizo caer a su Ejecutivo
Capítulo 1 - El asesinato del periodista Luciano Malumbres por un pistolero falangista que conmocionó a Santander en vísperas de la Guerra Civil
Juan Hormaechea llamó a su secretaria la mañana del miércoles 31 de octubre de 1990 para suspender la reunión del Consejo de Gobierno. El entonces presidente de Cantabria explicó que estaba enfermo y que no iría al despacho en todo el día. “Me voy de viaje y no volveré hasta el lunes”, añadió. El malestar tenía mucho que ver con la resaca de una noche épica en El Proyector, un pub novedoso en esa época porque emitía videos musicales en una pantalla.
El local estaba ubicado en la mítica calle Panamá de Santander, epicentro del ocio nocturno en los años 80. Un callejón interior sin salida, en los bajos de un edificio al lado de la playa de El Sardinero, iluminado por los neones de pubs y discotecas –Rebeca, Albatros, Sugar…– que se convirtió en una inesperada ratonera política para un presidente ya fuertemente cuestionado por su extravagante conducta, que fundía corrupción y derroche en un peligroso binomio que acabó por arruinar a Cantabria.
Controvertido y carismático, temperamental e impetuoso, Juan Hormaechea (1939-2020) era un habitual de la noche y de la polémica. Dos años antes, en el propio Parlamento de Cantabria –entonces Asamblea Regional– el diputado Manuel Garrido renunció a seguir hablando en la tribuna de oradores por las constantes interrupciones de Hormaechea: “Lo siento, pero no voy a seguir hablando para maleducados”, dijo. Cuando se dirigía a su escaño escuchó de su boca: “Eres un chulo de mierda y un hijo de puta”. Más arriesgado y más directo que Isabel Díaz Ayuso. Nada de fruta ni eufemismos. El micrófono estaba abierto y los insultos quedaron registrados en el acta del pleno.
Pero entonces, no hubo escándalo. La oposición protestaba, pero los suyos lo tapaban todo. Porque Hormaechea era un talismán para la derecha: ganaba elecciones, enardecía a su electorado con su deriva populista, aunque era provocativo y faltón y no permitía que se controlase su gestión pública. En el caos de su eclecticismo político un día se presentó con una excavadora a las puertas de la finca de Mataleñas, derribó el muro y lo convirtió en un parque público. Sin mediar expediente de expropiación ni acuerdo con las propietarias, que cobraron años más tarde una mísera compensación. Todo para el pueblo, justificaba el presidente que se desplazaba en helicóptero por Cantabria como si fuese su finca particular.
Controvertido y carismático, temperamental e impetuoso, Juan Hormaechea era un habitual de la noche y de la polémica. Le gustaba el poder y era la figura política más relevante del postfranquismo en Cantabria
Le gustaba el poder y era la figura política más relevante del postfranquismo en Cantabria. Acaparó el protagonismo político durante 18 años, primero como alcalde de Santander (1977-1987) y después como presidente de la comunidad (entre 1987 y 1990, y de 1991 a 1995) siempre como independiente en las listas de AP y el PP. Durante este tiempo tuvo muchas salidas de tono, pero nunca le pasaron factura porque hacía magia en las urnas, era un candidato ganador, un líder amado y odiado con la misma intensidad por defensores y detractores. “Roba, pero hace cosas”, repetían sus votantes capaces de disculpar que anunciase multas de hasta un millón de pesetas por las pintadas que se hiciesen contra él o que promoviese un urbanismo irregular a su capricho y recalificaciones más que sospechosas.
Miguel Ángel Revilla, la otra gran figura de la política cántabra y mediática, fue adversario político de Hormaechea con su entonces mucho más tímido proyecto del PRC, el Partido Regionalista de Cantabria. Los suyos le hicieron alcalde de Santander en la primera legislatura democrática, cuando los acuerdos previos indicaban que iban a apoyar al PSOE.
Pero los desencuentros fueron mayúsculos. Hormaechea intuía que Revilla podría suponer una amenaza a su carisma y llegó a ofrecerle la Vicepresidencia del Gobierno de Cantabria para tenerlo controlado. Y como Revilla no aceptó, de paso, le compró dos diputados y dejó temblando el banquillo de los regionalistas en el Parlamento, plagado de tránsfugas. El propio Revilla acabó siendo uno de los impulsores de la querella contra Hormaechea que acabara definitivamente con su carrera política.
Cuatro años antes del incidente en El Proyector, el periodista de Cambio 16 Rafael Molina denunció que Hormaechea le había pegado dos puñetazos en un pub a las cuatro de la mañana porque no le gustó una información que había escrito sobre él. La famosa noche de El Proyector, Hormaechea cenó con Jaime Blanco, su adversario político y líder del Partido Socialista de Cantabria, en otro local muy frecuentado por la clase política y empresarial: el restaurante El Puerto. El apodo del propietario, 'Toñín Puñaladas', explica la categoría de las facturas del establecimiento de mariscos y pescados.
Hormaechea llegó acompañado de un amigo, el poderoso constructor Santiago Díaz, que permaneció como testigo mudo durante toda la velada. Frente a un besugo al horno y una botella de Rioja confesó: “Con el PP no voy a ningún lado”. Cuando el Rolex de oro macizo del político marcaba las doce y media, el dirigente socialista se despidió. “Santiago, nosotros nos vamos a tomar una copa, ¿no?”, propuso Hormaechea.
La decisión iba a desatar una catarsis política de intensas consecuencias para aquel presidente visionario y excéntrico que reprodujo un safari africano en las antiguas minas de Cabárceno, que crió focas y pingüinos en el Cantábrico, que erigió un Palacio de Festivales faraónico cubierto de mármol y que presumía de haber comprado un toro de un millón de dólares, ‘Sultán’, para mejorar la cabaña ganadera de Cantabria.
Dos horas después de aquella cena, el periodista de El Diario Montañés Eduardo Montiano bajaba las escaleras de El Proyector con su mujer, Paz Lucio, y otro colega palentino, José Benito Iglesias. Pidieron unas copas en la barra y reconocieron a Juan Hormaechea acompañado por Santiago Díaz y dos mujeres al fondo del local. 'Horchi', como se le bautizó popularmente, también les reconoció a ellos y se acercó para pedir otro cubalibre y trabar conversación.
“De las mujeres, lo mejor es cuando se abren de piernas”, afirmó, cuestión que le llevó a expresar algunas otras desafortunadas consideraciones sobre la política popular Isabel Tocino: “No me sirve ni para hacerme una paja”. Para estupor de los presentes, añadió: “Si hubiera dejado la política y se hubiera dedicado a lo que tenía en casa, no se le habría ahogado la niña en la piscina”, en alusión al fatídico incidente que sufrió un tiempo antes la dirigente del PP.
¿Qué se puede esperar del 'bigotillos' del PP? ¿Qué se puede esperar de un 'charlotín' que presume de que solo se acuesta con su mujer?
También tuvo palabras para “el payasuco” de José María Aznar, en aquel momento, líder incipiente del Partido Popular: “¿Qué se puede esperar del 'bigotillos' del PP? ¿Qué se puede esperar de un 'charlotín' que presume de que solo se acuesta con su mujer?”. El entonces presidente del PP, Manuel Fraga, tampoco se libró de la verborrea de Hormaechea: “Estoy harto de hijoputas. Fraga, mucho apoyo, muchas buenas palabras, pero me la tiene jurada el gallego ese...”.
Tras los excesos verbales, el presidente empezó a cantar un tango al oído de la esposa del periodista. Fue el detonante para que los tres amigos abandonaran el local. Eran las cuatro y cuarto de la madrugada. Cuando alcanzaban la puerta escucharon la voz de Hormaechea cantando a pleno pulmón y brazo en alto el himno falangista de 'Montañas Nevadas'.
Todavía le dio tiempo de vocear: “Soy el único con cojones para mantener la estatua de Franco en su sitio”. Allí estuvo hasta el año 2008, cuando por fin se retiró. No por convicción democrática, sino por necesidades técnicas de remodelación de la plaza, según explicó el entonces alcalde, Íñigo de la Serna (PP).
El día siguiente a la resaca El Diario Montañés publicó en portada un titular discreto: “El Consejo de Gobierno no se celebró por una indisposición de Juan Hormaechea”. En páginas interiores se especificaba el “incidente en un pub”, aunque eludieron los insultos más gruesos. Revilla leyó la noticia a las ocho y cuarto de la mañana mientras desayunaba unas corbatas en Unquera de camino a una feria ganadera. El socialista Jaime Blanco estaba en un hotel de Sevilla y se enteró por los informativos nacionales de televisión.
Hormaechea regresó de su fin de semana en Francia y convocó una rueda de prensa junto a los propietarios del pub, que explicaron su versión del incidente: el presidente solo se tomó un cubata y no le escucharon cantar nada más que un tango. Por la tarde, reaccionó a la intensa repercusión del escándalo a nivel nacional. Volvió a comparecer ante los medios y declaró que sus palabras habían sido “monstruosamente deformadas”: “En cuanto a Aznar, comenté que en una nación en la que hay tantos problemas matrimoniales y tantas tragedias, no parece conveniente que un líder político esté alardeando permanentemente de su felicidad conyugal”.
El asunto sirvió como detonante de una inevitable ruptura, forjada en una tensa relación entre el PP y Hormaechea, un hombre incómodo para los suyos por su caótica gestión, que gobernaba a golpe de ocurrencia y con un severo descontrol presupuestario
El asunto sirvió como detonante de una inevitable ruptura, forjada en una tensa relación entre el PP y Hormaechea, un hombre incómodo para los suyos por su caótica gestión, que gobernaba a golpe de ocurrencia y con un severo descontrol presupuestario. Aznar ordenó una moción de censura para librarse de él. Pero Hormaechea respondió creando su propio partido, la UPCA, Unión para el Progreso de Cantabria, con el que barrió al PP en las siguientes elecciones.
Tras una derrota épica, Aznar se tragó la dignidad y pactó con Hormaechea para que los suyos pudieran seguir gobernando. Un efímero matrimonio de conveniencia que estalló en un nuevo divorcio cuando procesaron y condenaron a Hormaechea a seis años de prisión por malversar dinero público.
El relato de la noche de El Proyector ha sido documentado y escrito por los periodistas cántabros Víctor Gijón e Isidro Cicero en el libro 'El laberinto cántabro'. En sus páginas narran que días después un hombre que se identificó como el cobrador del gas llamó a la puerta de la casa del periodista Eduardo Montiano. Abrió su mujer. El extraño la agarró por el cuello y la empujó contra la pared: “Como habléis os mato a todos, ¿lo has entendido?”. Nunca se aclaró este incidente.
La calle Panamá se apagó hace décadas y sobre los recuerdos de tantas noches de copas y humo hoy habita un supermercado.