Entre halcones y barones, el líder de la oposición no encuentra quién entienda su partitura: unos le tachan de emular a la socialdemocracia y renunciar a la guerra cultural y otros, como Mazón, se desmarcan del veto a hablar con Sánchez en La Moncloa sobre la quita de la deuda regional o la financiación
Feijóo intenta un nuevo giro a la moderación ante las críticas del sector de Ayuso
Cuando Alberto Núñez Feijóo dijo aquello de que estaba al frente de un “proyecto libre” y “sin ataduras”, el ala dura del PP ya le había marcado la senda por la que debía transitar su estrategia de oposición más de media docena de veces. Cuando negó ser “un político de la política de consumo rápido” o de “la moda del instante”, sus inspiradores mediáticos ya le habían dado varios toques de atención. Y cuando explicó que su propósito era “unir a los españoles alrededor de un proyecto que ”no señala, no divide, no reparte carnés de nada y no excluye a nadie“, la factoría ideológica de FAES ya le había sacado la tarjeta amarilla un par de veces. De ahí tanto vaivén, tanto giro de guión y tanta fluctuación.
Nada como la improvisación, la ausencia del medio plazo y la adaptación a la coyuntura para conquistar el titular, pero también para carecer de un rumbo fijo con el que convencer a propios y extraños. Algo que ocurre en buena medida en el PP de Feijóo, que más de dos años después de ser proclamado presidente del partido aún tiene serias dificultades para afianzar el liderazgo.
Cuando no es Aznar, es Esperanza Aguirre, es Ayuso, es la patronal o es alguno de sus referentes mediáticos… Siempre hay alguien que se amotina cada vez que sobrepasa alguna linde de la pureza del neoliberalismo. Ha vuelto a pasar con el aparente giro social con el que Feijóo pretende convencer al electorado al que no llegó en las últimas generales, ya que esta semana otra vez se le han soliviantado los llamados halcones del partido. Tanto es así que un dirigente popular compara irónicamente a su propio partido “con la selva” porque “si te descuidas te muerde una víbora y quedas fuera de combate”.
Se entiende quién, a su parecer, es la sierpe y quién el dentellado. Y se explica así también por qué Feijóo un día se afana en hacer amigos entre los más granado de la ultraderecha europea como demostró con la fotografía en Roma junto a Meloni; otro compara a Pedro Sánchez con el dictador Franco y, al siguiente, anuncia un cambio estratégico para dar un giro social a su proyecto y hacer el enésimo intento por situarse en la centralidad de la agenda pública.
Nada. No hay manera. El ruido ha vuelto a cambiar de bando y mientras los barones del PP desfilan uno tras otro y en buena sintonía por la Moncloa desmarcándose de la línea oficial de Génova, el zumbido del ala dura del partido es constante para que Feijóo no abandone el raca-raca de la amnistía, persista en convertir a Sánchez en un émulo de Maduro y no suelte la narrativa de la independencia fiscal de Catalunya o las facturas pagadas por el actual gobierno al independentismo.
La primera en sacar los platos del tiesto genovita ha sido Esperanza Aguirre, que no se puede decir ya que tenga algún predicamento entre las bases o el electorado, pero sí cuenta con un altavoz mediático constante en las tertulias televisivas que incomoda sobremanera a la dirección nacional. Así, mientras Feijóo se mostraba abierto, por primera vez, a sentarse con “agentes sociales” y acercar posturas con el Gobierno de coalición respecto a la reducción de la jornada laboral aunque con la fórmula de concentrarla en cuatro días (que no es lo mismo), la ex presidenta madrileña se mostraba crítica y afeaba en público que el PP haya decidido “tomar las banderas de la izquierda y defenderlas” tras haber realizado unas encuestas.
“Yo no creo en la superioridad moral de la izquierda, creo en la del liberalismo”, advertía Aguirre antes de reprender a la dirección por negarse a dar “la batalla cultural” y por escuchar lo que quieren los ciudadanos en lugar de decirles “qué es lo que nosotros creemos que necesita España”. Aguirre, como también Ayuso, anima a Feijóo a seguir el ejemplo de Javier Milei y a emprender como el argentino una dura cruzada por reducir el gasto público a la mínima expresión sin preocuparse por lo que todos ellos consideran es la bagatela del Estado del Bienestar.
El tímido empeño de Feijóo por recuperar iniciativa en las materias sociales que hasta ahora no tenían peso en su hoja de ruta, como también ha sido la propuesta de ley de conciliación, ha chocado con el sector más ultra, el liderado por la presidenta de Madrid, que considera “un error haber entrado en un marco, el de la socialdemocracia, que no le interesa lo más mínimo al votante conservador y que, además, puede engordar a Vox”. Así, según fuentes populares, se lo habría hecho saber al propio Feijóo esta misma semana.
Ayuso sigue a pies juntillas la doctrina de su principal referente radiofónico, Federico Jiménez Losantos, para quien la nueva estrategia de Feijóo es, además de “suicida”, una ocurrencia similar a la de Feijóo cuando decidió en el convulso congreso del PP de 2008 separarse de la posición antinacionalista que enarbolaba María San Gil y transitar por el centrismo. A los halcones les ha gustado mucho más la propuesta en materia de vivienda y que consisten sobre todo en rebajar impuestos, liberalizar suelo y “eliminar burocracia” para construir hasta 200.000 viviendas . Nada de limitar los precios ni de limitar la compra por fondos buitres como han hecho con éxito otros países para frenar la tendencia al alza de los precios. Tras las críticas a su plan de conciliación, la dirección volvía a la ortodoxia del liberalismo con una iniciativa para proteger a los caseros frente a la “okupación y la inquiokupación”, aumentar la oferta de vivienda en alquiler mediante incentivos fiscales a los propietario y eliminar los topes al alquiler.
Lo de la transversalidad es un invento que no va con la derecha ideológica y cualquier iniciativa que pretenda concitar o insinuar la más mínima disposición al diálogo -no ya al acuerdo- será denostada y tachada poco menos que de comunista como si Feijóo fuera sospechoso de algo que tenga que ver mínimamente con la izquierda.
Entre los barones que orbitan fuera del nacionalismo madrileño de la M-30 hay división de opiniones, pero la mayoría piensa más en clave de sus territorios donde asuntos como la amnistía no mueven un voto que en lo que los encuestadores susurren al oído a Feijóo. De hecho, la tónica general de las dos últimas semanas ha sido acudir a la llamada de Sánchez en la Moncloa para hablar de los asuntos que tienen que ver con sus regiones, también sobre financiación, pese a la instrucción de Génova de que éste debía ser un asunto que se abordase sólo en el Consejo de Política Fiscal y Financiera.
El valenciano Carlos Mazón incluso intercambió impresiones con Pedro Sánchez sobre la quita de la deuda a su Comunidad, algo que había vetado expresamente la dirección nacional. También pidió, como el murciano López Miras, la puesta en marcha de un fondo de nivelación para las comunidades autónomas infrafinanciadas, adelantando un posible frente común también con Andalucía y Castilla-La Mancha, que tienen recursos por debajo de la media. Algo con lo que el presidente del Gobierno estuvo de acuerdo.
En resumen, que entre halcones y barones, Feijóo no tiene quién comparta su nueva partitura social si es que a estas alturas, claro, se puede decir que, ante tanto zigzagueo y tanto sondeo, haya alguien capaz de descifrarla. Igual por eso no tiene intención de convocar un congreso ordinario del PP, que es donde verdaderamente se libran los debates ideológicos y programáticos de los partidos.