A algunos nos gusta un orden, nuestro orden, donde todas las personas sean iguales, sin distinción de raza, edad, religión o sexo. El mismo orden que no permitiría empresarios piratas o explotadores. Ni aceptaría la impunidad para reyes, nobles, obispos o curas
Gusta poco a los politólogos que se anime a votar a los electores en contra de. Les parece que es mala práctica jugar al mal menor. Prefieren que se ensalcen los méritos o virtudes de los tuyos antes que atacar al contrario. Bueno. Es posible que así sea. Pero habrán de reconocer que la misión es difícil, porque ambas cosas van unidas irremisiblemente, como la cara y la cruz, Romeo y Julieta, Tom y Jerry o Díaz-Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez. Les pasa a muchos politólogos, disculpen la generalización, que tantas lecturas endogámicas entre licenciados en la Sorbona, Harvard o Cambridge les hace un poco fríos y tanta objetividad les roba la pasión. Los columnistas somos de otra pasta, frívolos hasta reventar y con la sangre más caliente que un chocolate de media tarde. Si fuéramos de otra manera nos dedicaríamos a profesiones más decentes, tal que influencers o apóstoles de los bitcoins.
Podríamos, claro, exigir a la izquierda a la que pensamos votar que actúe mejor, mucho mejor. Que de una maldita vez eche los restos para que todos los españoles puedan tener una vivienda digna, jóvenes y no tan jóvenes, esa generación entre los 30 años y los 50, atrapada en la nada. Cuando menos, que la ministra de Vivienda no nos avergüence a todos con esas llamadas al amor franciscano, hermano casero. ¿Es que no hay nadie en la izquierda que tenga una idea sensata para empezar a arreglar este desaguisado? Otrosí: los 3.800 millones gastados por este Gobierno en materia de dependencia se han quedado en pura miseria ante la abrumadora realidad de que 40.447 personas murieron en 2023 esperando a ser valoradas o atendidas, 111 cada día, una cada 13 minutos y 292.792 personas están hoy en lista de espera. ¿Gobierno de progreso? Poco, a juzgar por esas cifras. Sí, cierto, podíamos seguir en este camino hasta cansarnos. Y también, por supuesto, habría de destacar sus muchos logros, que haberlos, ya se sabe, haylos. Momentos habrá para hacerlo.
Pero al tiempo, estamos en nuestro derecho, si no se trata de un deber, de advertir el respetable de cómo irían esas cosas que tanto nos preocupan si estuviéramos en manos de la derecha. ¿Demagogia? Adelante: las 7.291 muertes de las residencias de ancianos en Madrid durante el Covid. ¿Les sirve ver cómo se oponen a las subidas del salario mínimo o las mejoras sociales para empleados del hogar? ¿No tendría Garamendi y la CEOE el camino libre para sus sueños ultraliberales? Y con la Justicia -¡ay, la Justicia!- hoy tan claramente escorada hacia la derecha, ¿qué creen que ocurriría? ¿Les suenan Marchena, Llarena, Peinado? Y por supuesto, seguro que ustedes saben, tan bien como el Ojo, que PP y Vox se desvivirían para insuflar dinero a espuertas en los planes de dependencia y, por supuesto, en vivienda social o en rebajar los alquileres, como ya hacen -já- en los gobiernos autonómicos que dominan. Menudos son ellos, sus últimos apóstoles echando pestes hasta de la justicia social que tanto han proclamado sus Papas de Roma. También convendría explicar a los muy puros de Junts y Esquerra cuál sería la política que aplicarían estas derechas nuestras hacia Cataluña. El PNV, más avezado, conoce mejor el paño y por ahora ya ha puesto pies en pared.
Verán. Viene este exordio ante lo que está ocurriendo en Francia con el nuevo gobierno de ese tipo desahogado -como tal ha actuado- que es Emmanuel Macron. Ahí tienen al nuevo titular de Interior, Bruno Retailleau. Guiño a Marine Le Pen, formación en la que tranquilamente podría militar, su objetivo principal, así explicitado en su toma de posesión del cargo, fue “restablecer el orden, restablecer el orden, restablecer el orden”, jurado tres veces, como los banderilleros de Lorca en el redondel. Y al oír la jaculatoria es cuando se eriza el vello de la nuca. ¿De qué orden habla este singular personaje, un tipo atrabiliario, ultracatólico al que incluso sus compañeros de gabinete apenas si osan rozarle, no vayan a contagiarse de sus miasmas de sucia intolerancia?
A las derechas de todo el mundo les pasa como a los enanos de Augusto Monterroso, que tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista. Seguro que a nuestro inane Núñez Feijóo y sus huestes les gustará mucho eso de restablecer el orden. Y qué me van a decir de Abascal y su fiera compaña. El orden, qué bonita palabra, qué bien suena a sus oídos. Lo que pasa es que para ellos significa una cosa y para los progresistas, o para las gentes de izquierdas, elijan ustedes la palabra, significa otra. Punto primero: su orden no es el nuestro. Punto segundo: ¿restablecer el orden de antes, pero de qué antes hablamos? ¿Del año 2000, de 1950, de 1900, del siglo XVII? Una verbigracia. ¿Nos contentamos con prohibir el matrimonio gay o volvemos a castigar la homosexualidad y restablecemos la ley de vagos y maleantes franquista? ¿Revertimos algunas leyes feministas aprobadas por este Gobierno o establecemos el orden reinante allá cuando las mujeres no tenían derecho a voto? ¿Dónde acaba y dónde empieza el orden del ministro Retailleau, dónde pone el límite este político tan liberal?
A algunos, por ejemplo, nos gusta el equilibrio que proporciona la justicia social. Sí, ésa tan denostada por Milei o la reina del vermú. Nos gusta un orden, nuestro orden, donde todas las personas sean iguales, sin distinción de raza, edad, religión o sexo. El mismo orden que no permitiría empresarios piratas o explotadores. Ni aceptaría la impunidad para reyes, nobles, obispos o curas. ¿Religiosos pederastas, decimos? No hace falta. Clérigos de cualquier condición, católicos, islamistas o del sursuncorda. Ni un solo privilegio para los poderosos por el simple hecho de serlo. Es conservar un orden lógico que los ricos paguen muchos más impuestos que los obreros y no al revés. Justo es que los niños pobres tengan las mismas oportunidades educativas que los niños de familias adineradas o que los hombres y las mujeres puedan acostarse con quien les dé la real gana. Un orden decente sería lograr que nadie pase frío en invierno porque no tenga un hogar y si lo tiene no pueda pagar la calefacción. Y ya puestos, querríamos otro orden mundial, donde Naciones Unidas pintara algo, aunque sólo fuera un poquito, y pudiera frenar los desmanes de Gaza o Líbano.
Y aquí llegamos al porqué de nuestra batalla de arremeter contra las derechas montaraces, por decir y gritar no, no voten a esos tipos que van a destrozarles la vida. Será llegar y restablecerán ese orden, su orden, porque consideran que así es como han sido siempre las cosas, es el orden justo, el de los que siempre hemos mandado, ése que impone que nosotros estamos arriba, muy arriba, y ustedes abajo, muy abajo. Que se hubieran hecho banqueros, y no niños desnutridos. Es, dirán, lo que nos corresponde por derecho divino. A los de en medio ya les engañaremos para que nos voten. Háganse emprendedores, les diremos. Ingenuos, se pondrán tan contentos. Y qué me van a decir del orden mundial. Pues claro que los poderosos y los mejor armados tienen el derecho de pisotear a los más humildes. ¿Acaso no ven cómo hacemos lo que hay que hacer para restablecer el orden en Oriente Próximo?
Por todo ello cree el Ojo que estamos en razón si nos conjuramos las izquierdas de todo el mundo para lograr que nadie vote al norteamericano Donald Trump, a la italiana Georgia Meloni o a ese austríaco Herbert Kickl surgido de las tinieblas del nazismo. Y, por supuesto, en castizo, tampoco a nuestras derechas patrias, que sólo podrían alcanzar el poder con los votos de Vox, gentes defensoras de causas innobles y deleznables, retrógradas, xenófobas y aporofóbicas. De acuerdo, cantemos las alabanzas del PSOE, Sumar y Podemos, si así gustan, incluso contribuyamos a empujar sus nobles propósitos expuestos en sus promesas electorales. Pero no van a impedir que mostremos, en su desnudez más obvia, la calaña de quienes vienen por la otra banda, guadaña en mano, malos que son como un dolor de muelas.
No vamos a renunciar a ello, que nosotros también, como el infame ministro del citado Macron, queremos restablecer el orden. Tu orden, no, el Orden; y ven conmigo a buscarlo. El tuyo, guárdatelo.
Adenda. No son 9 muertos y 50 desaparecidos las víctimas del cayuco naufragado en El Hierro. Son casi 60 muertos, dejémonos de eufemismos. Ahí al lado, casi frente a nuestros ojos. ¿Saben? Malditos sean los canallas de las élites africanas que acumulan la riqueza que roban a sus ciudadanos. Y malditos todos estos occidentales, tan religiosos, tan de golpes en el pecho, o tan liberales, siempre gentes de orden, que se desentienden de esa tragedia que viven en sus costas, llenas de hoteles de cinco estrellas para alojar, entre otros, a los africanos que llegan desde esas mismas tierras, Senegal, por ejemplo, pero ricos y con las manos llenas del dinero que han acumulado robándoselo a los ilegales de los cayucos, una amenaza mortal a nuestra cultura, dicen de esos desharrapados que sólo buscan salir de la miseria y tan exiguos en número, vean cualquier estadística seria, que nada ponen en peligro. Ni eso pueden amenazar, poco y pobres como ratas. Y aquí el PP y Vox haciendo oposición de baja estofa con la inmigración. Gentuza.
(No nos olvidamos de Gaza, no. Ni tampoco de ese país martirizado por todos que es Líbano. Presionar y luchar contra la barbarie militarista. No queda otra).