Te pasas el año enviando (siempre tarde) correos que invariablemente comienzan con el encabezamiento “perdona el retraso, ando un poco desbordado últimamente…”, y deseando que llegue el verano, las vacaciones, para que cese todo tu ruido y tu furia y puedas por fin dedicarte a lo importante. A propósito de 'El informe' de Remedios Zafra.
¿Qué tal tus vacaciones, has podido desconectar del trabajo unas semanas? No, yo tampoco, no del todo. Pero no me refiero al trabajo corriente, a tener tareas pendientes que resolver, o que tu jefe te envíe mails y hasta whatsApps durante agosto incumpliendo el derecho a la desconexión digital. Hablo de otra manera de seguir conectado al trabajo, muy propia del verano y de ciertas actividades.
Si tienes una profesión donde no te limitas a cumplir órdenes o repetir procesos, sino que tu trabajo incluye una parte creativa, intelectual, de toma de decisiones, eres tu propio jefe o el jefe de otros, te exigen algo más que cumplir, debes ser dinámico, inventarte o reinventarte tus tareas, presentar proyectos, buscar clientes, trabajar en equipo, o simplemente te dedicas a algo que te gusta, incluso que te apasiona; si estás en alguna de esas situaciones, lo habitual es que las vacaciones no sean un momento de desconectar, sino de lo contrario: conectar, o más bien reconectar con tu trabajo; conectar con todo aquello con lo que no consigues conectar durante el año, y que es lo verdaderamente importante.
Pondré mi ejemplo, para entendernos: soy escritor, me dedico a ello profesionalmente. No es que tenga otro empleo y escriba en mi tiempo libre, sino que vivo de mi escritura, sobre todo de mis novelas. Pero hace años que mi ocupación diaria no consiste en escribir novelas, y se me pasan los meses dedicado a otras tareas (relacionadas con la escritura, sí) que me impiden escribir. De modo que estoy deseando que llegue el verano y su ritmo más tranquilo, incluso que lleguen mis semanas de vacaciones, para… escribir. Es decir, para trabajar. Para trabajar bien, con sentido, incluso disfrutando.
No soy el único, lo he comentado con muchos colegas, trabajadores de la cultura: escritores que escriben durante sus vacaciones, incapaces de hacerlo durante el año. Cineastas que en verano pueden por fin sacar ese guión pendiente. Dramaturgos que se instalan en un destino vacacional para concentrarse. Editores que se reservan las mejores lecturas para las vacaciones. Programadores culturales que aprovechan el descanso para pensar nuevos proyectos. Investigadores que pueden avanzar en sus trabajos. Y supongo que pasa lo mismo en otros sectores. Políticos incluso, cargos públicos, empezando por el presidente del gobierno, que en sus breves vacaciones no desconectará, sino que reconectará, libre de ruido y furia, y podrá pensar en el próximo curso.
Igual que aprovechas las vacaciones, y el verano en general con la vida a medio gas, para limpiar la nevera o arreglar cosas domésticas para las que durante el año nunca hay momento (o para ver amigos), también esas semanas te sirven para centrarte en esa parte de tu trabajo, la verdaderamente importante, la que más te interesa y gusta, aquella por la que elegiste dedicarte a esto, y que durante el año vas aplazando porque tienes otras cosas que hacer. ¿Y qué es eso que tienes que hacer durante el año, siempre relacionado y colateral a tu trabajo, pero que se come todo tu tiempo y energías para lo importante?
En mi caso, siguiendo el ejemplo: viajes, bolos, artículos, encargos, talleres, charlas. Todo es trabajo, todo me da de comer, todo además relacionado con la escritura, pero todo va retrasando el momento de ponerme a escribir. Ah, y papeleo. Mucho papeleo. Rellenar formularios, solicitar billetes, justificar gastos, presentar propuestas siguiendo un modelo, poner al día las cuentas, impuestos, trámites de autónomo. Y facturas, benditas facturas, sobre todo las facturas electrónicas, la genial administración digital que nos lo iba a poner todo más fácil y que nos hace perder horas y días enteros (generalmente para cobrar pequeñas cantidades) en un alta a terceros, una proforma, conseguir que no dé error el portal de turno, descargarte programas, repetir procedimientos fallidos, pedir ayuda sin que haya nadie al otro lado, estar dispuesto a no cobrar con tal de no perder más tiempo, jurarte que no volverás a trabajar con esa administración…
Cada uno en su sector podrá contar sus penas, yo hablo de las que conozco, las del mundo cultural, que a la precariedad económica suma una inercia irresistible, una rueda de hámster que se lo come todo, tiempo, fuerzas, imaginación, ganas. Que te pasas el año enviando (siempre tarde) correos que invariablemente comienzan con el encabezamiento “perdona el retraso, ando un poco desbordado últimamente…”. Que cuando consigues contestar a todo el correo pendiente, en esas horas han entrado otros cuarenta correos nuevos. Y que estás deseando que llegue el verano, las vacaciones, para que cese todo tu ruido y tu furia y puedas por fin dedicarte a lo importante.
Pensaba en todo ello leyendo uno de los mejores ensayos que puedes leer este año: El informe, de Remedios Zafra, una de nuestras pensadoras fundamentales, y la que mejor está retratando el malestar de los trabajadores de la cultura, y no solo de la cultura. Si en sus libros anteriores nos advirtió de la trampa del “entusiasmo”, por el que somos rehenes fáciles del abuso y la precariedad, ahora Zafra nos habla de esa inercia productiva y destructiva, esa rueda de hámster. De las formas de trabajo basadas en la repetición, el cansancio y las tareas sin sentido, que nos desapegan de lo que hacemos, incluso cuando nos dedicamos a algo que nos apasiona.
La propia Zafra confiesa que ha escrito su ensayo en fines de semana y días de descanso, porque su día a día se le escapa con trabajos secundarios, trámites sin fin, tristeza burocrática. Ella habla sobre todo de los trabajadores culturales, enfangados en la precariedad, y de los investigadores académicos, sometidos a una permanente evaluación y competición de méritos que, más que tristeza burocrática, acaba siendo violencia burocrática. Pero su análisis vale para muchos otros trabajos, porque la pregunta de fondo es por qué trabajamos así. Por qué se nos va la vida dedicados a trabajos que nos matan el tiempo (y la salud), y que además no aportan nada a nuestra comunidad. Por qué nos pasamos la semana soñando con el fin de semana para ponernos al día con todo lo que la semana no permite: “contestar el correo con más calma y lavar la ropa”.
Remedios Zafra pregunta, se pregunta con nosotros, cómo salir de esa inercia. Como recuperar el tiempo. Cómo dejar de normalizar el dolor, el propio y el ajeno, el sufrido y el que contribuimos a causar. Cómo trabajar mejor, cómo trabajar menos. Cómo ganar tiempo para trabajar bien, pero también para cuidar y cuidarnos, para organizarnos, para defendernos. Cómo frenar, pues no podemos frenar solos. Cómo decir “no”.
Llega septiembre y, antes de que eches de menos este verano en que no desconectaste pero a ratos lograste reconectar con lo tuyo, y empieces a soñar con las navidades, te recomiendo que leas a Remedios Zafra. Te sentirás menos solo, y eso ya es mucho.