Desde el inicio de la guerra en Ucrania, las exportaciones alemanas de automóviles a Kirguistán han aumentado un 5.100% y otras rutas introducen artículos de lujo y chips informáticos
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Desde que Vladímir Putin invadió Ucrania, Occidente ha impuesto miles de sanciones a Rusia y le ha otorgado el dudoso honor de ser el país más sancionado de la Tierra. Las sanciones internacionales, que afectan desde las finanzas de particulares hasta las principales industrias de la economía rusa, han tenido como objetivo aislar a los consumidores rusos. Grandes marcas como Apple y McDonald's han cesado sus operaciones en el país.
Sin embargo, dos años y medio después de la invasión de Ucrania, la economía rusa está mostrando una sorprendente resistencia y se prevé un crecimiento más rápido que el de la mayoría de las economías avanzadas del mundo, aunque los expertos afirman que esta tendencia es insostenible a largo plazo. En un contexto en el que los esfuerzos por contener la economía rusa están en el punto de mira, los países del G7 se comprometieron, en la última cumbre celebrada a mediados de junio en Italia, a tomar “medidas enérgicas contra quienes ayuden a Rusia a eludir nuestras sanciones”.
“Nos hemos comprometido a elevar los costes de la guerra de Rusia basándonos en el amplio paquete de sanciones y medidas económicas ya en vigor. Aunque nuestras medidas han tenido un impacto significativo en la capacidad de Rusia para construir su maquinaria bélica y financiar su invasión, su ejército sigue representando una amenaza no sólo para Ucrania, sino también para la seguridad internacional”, señalaba el comunicado final de la cumbre.
“Seguiremos tomando medidas contra los actores en China y en terceros países que apoyan materialmente la maquinaria bélica de Rusia, incluidas las instituciones financieras, en consonancia con nuestros ordenamientos jurídicos, y otras entidades en China que facilitan la adquisición por parte de Rusia de artículos para su base industrial de defensa”, añadía el comunicado en línea con lo que en la víspera había anunciado el portavoz de la Casa Blanca, John Kirby.
Pocos días después, la Unión Europea acordó su decimocuarto paquete de sanciones que por primera vez se dirigía contra los suministros de gas natural licuado. La semana pasada, el Departamento del Tesoro estadounidense anunció sanciones contra 400 personas y entidades rusas y extranjeras involucradas en la cadena que sostiene la guerra de Moscú contra Ucrania o por ser responsables de evadir las sanciones.
A través de un comunicado, el Departamento liderado por Janet Yellen explicó que las sanciones, anunciadas un día antes del Día de la Independencia de Ucrania, apuntan a entidades localizadas tanto dentro como fuera de Rusia, incluidos China, Suiza, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos, cuyos productos y servicios permiten a Moscú sostener su esfuerzo bélico y evadir los castigos de Washington. Estados Unidos tiene en el punto de mira numerosas redes transnacionales que facilitan la evasión de sanciones a los oligarcas rusos mediante servicios de constitución de sociedades y fideicomisos en el extranjero y que se dedican a tareas como la adquisición de municiones y material militar para Rusia. “Las empresas, instituciones financieras y gobiernos de todo el mundo deben asegurarse de que no están apoyando las cadenas de suministro militar-industriales” del Gobierno de Vladímir Putin, dijo el subsecretario del Tesoro, Wally Adeyemo.
La economía rusa ha estado en parte sostenida por este tipo de importaciones. Según los datos internos de la agencia de aduanas rusa, las importaciones han repuntado hasta acercarse a los niveles de antes de la guerra, aunque a precios considerablemente más altos. Esas importaciones han ayudado a sostener industrias sensibles, como la aeronáutica y la automovilística.
Los observadores se han referido a esta situación como un “agujero de las sanciones”, un vacío que permite que cualquier cosa, desde semiconductores a piezas de aviones o iPhones, puede enrutarse y reexportarse a Rusia a través de empresas de China, Turquía o los Emiratos Árabes Unidos. También a través de Armenia, Kazajstán y otras exrepúblicas soviéticas.
En estas importaciones se incluyen artículos muy controlados, como microchips para su uso en las operaciones bélicas rusas, entre ellos los fabricados por productores estadounidenses como Xilinx y Texas Instruments o procesadores de Intel. La información muestra que empresas de Hong Kong o China compran a menudo esta tecnología y la reexportan a Rusia.
Durante un webinar en torno a cómo Rusia consigue esquivar las sanciones, que tuvo lugar el pasado 29 de mayo, Robin Brooks, investigador principal del think tank estadounidense Brookings Institution, señaló que “la invasión rusa de Ucrania evidencia una crisis de gobernanza en la UE. La UE se ha convertido en un facilitador de la guerra”.
Brooks, que ha estado siguiendo de cerca el impacto de los controles a la exportación, señaló ejemplos concretos como las exportaciones alemanas de automóviles a Kirguistán, que han aumentado un 5.100% desde el comienzo de la guerra. “No es porque los habitantes de Bishkek [Kirguistán] hayan decidido de golpe que les encantan los Mercedes. Son coches que van a Rusia. La mayoría de estas cosas ni siquiera llegan a Kirguistán. Simplemente se pone Kirguistán en la factura”, explicó Brooks durante el seminario.
Según el experto, los datos de exportación muestran que esta tendencia se está produciendo en “todos y cada uno de los países europeos” y “compensa aproximadamente la mitad de la caída de las exportaciones directas a Rusia”.
Los estudios ponen de manifiesto que los militares rusos han aprovechado estas lagunas para obtener tecnología militar occidental de suma importancia. Según un informe del think tank de defensa RUSI, con sede en Londres, se han descubierto más de 450 componentes de fabricación extranjera en armas rusas encontradas en Ucrania. Recientemente, Estados Unidos y la UE han redoblado sus esfuerzos contra las empresas y bancos de esos países intermediarios que comercian con Rusia.
En un discurso ante empresarios alemanes a finales de mayo en Berlín, el subsecretario del Tesoro estadounidense, Wally Adeyemo, instó a las empresas a impedir que Rusia importe componentes críticos desde China o a través de ella. “Estados Unidos presiona cada vez más a los bancos para que aborden la cuestión de la reexportación de productos de doble uso desde China o a través de ella. Sin ello, el material bélico fluirá hacia Rusia sin cesar”, afirma Maria Shagina, investigadora principal sobre sanciones del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.
Sin embargo, algunos de los países más importantes para los esfuerzos de Rusia por eludir las sanciones se resisten a la presión que ejerce Occidente.
En una entrevista con el Financial Times publicada a finales de mayo, el presidente del Dubai Multi Commodities Centre, el principal centro de comercio del Estado petrolero, afirmó que las sanciones a Rusia no estaban teniendo ningún impacto fuera de Occidente y que los intentos de detener el flujo de negocios simplemente lo redirigían a otra parte. “El hecho de que la economía no esté controlada exclusivamente por una parte del mundo hace que estas sanciones sean menos efectivas”, afirma Hamad Buamim en el artículo.
La continuidad de las importaciones a Rusia y el sostenimiento de su economía serían imposibles sin los sustanciales ingresos generados por sus recursos energéticos. Moscú se ha apoyado en actores externos dispuestos a desafiar la coalición de sanciones de Occidente.
En diciembre de 2022, el Reino Unido, junto con los países del G7, Australia y la Unión Europea, impuso un límite de precio de 60 dólares por barril para restringir a las empresas occidentales el transporte, servicio o intermediación de cargamentos de crudo ruso. El objetivo era socavar el comercio de petróleo de Rusia, que depende en gran medida de los petroleros de propiedad occidental y asegurados.
Para enviar crudo al extranjero y obtener las tan necesarias divisas, Rusia recurrió a una “flota opaca” de petroleros viejos de titularidad poco clara. Los magnates navieros griegos, que desempeñan un papel preponderante en el comercio mundial de petróleo, han intervenido y han vendido a Rusia cientos de viejos buques en un fenómeno bautizado como la “Gran Venta Griega de Petroleros”. Según la publicación especializada TradeWinds, los armadores griegos han vendido al menos 125 buques petroleros y de transporte de crudo por valor de más de 3.700 millones de euros para reforzar la “flota opaca” de Rusia.
En el comunicado final de la cumbre de junio, los líderes del G7 acordaban adoptar “medidas, incluidas sanciones y actividades de aplicación innovadoras aprovechando las geografías respectivas, para combatir el uso por parte de Rusia de prácticas de transporte marítimo alternativas engañosas para eludir nuestras sanciones mediante su flota fantasma”.
“Hacemos un llamamiento a los agentes del sector que facilitan esta actividad para que tengan en cuenta los riesgos de responsabilidad financiera y de daños medioambientales y de reputación asociados a estas prácticas. Impondremos medidas sancionadoras adicionales a quienes incurran en prácticas engañosas en el transporte de petróleo ruso y contra las redes que Rusia ha desarrollado para extraer ingresos adicionales de las violaciones de los precios máximos o de las ventas de petróleo utilizando proveedores de servicios alternativos”, rezaba el documento final.
Tal y como están las cosas, los funcionarios y analistas occidentales coinciden en gran medida en que el impacto de las sanciones sobre Rusia ha sido más lento de lo esperado. “Hasta ahora hemos fracasado en el objetivo principal, que es sacar a Rusia de Ucrania”, decía Brooks en su seminario.
En su opinión, la clave para perjudicar a Moscú sigue estando en apuntar a sus beneficios energéticos. Las medidas propuestas por Brooks y otros expertos en sanciones incluían reducir el tope del petróleo a 20 dólares el barril y prohibir la venta de petroleros occidentales a compradores no declarados.
“Si Europa está dispuesta a tomar medidas decisivas, asistiremos a una crisis financiera en Rusia”, afirmó Brooks.
Traducido por Emma Reverter y actualizado por elDiario.es