Un voluntario que enseña una iglesia en un pueblo del norte de Burgos estalla ante la falta de interés de los visitantes, recibe cientos de apoyos en las redes sociales y pide la creación de “guías locales” en la España rural, “donde los oficiales no llegan”
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Fue una simple queja en Facebook, una más, pero esta “se desbordó”. Orlando Saiz expresaba en una página sobre arte románico de esta red social su enfado por la actitud de los visitantes en una iglesia del siglo XII en el municipio de Puentedey (Burgos), donde ejerce de voluntario junto a otro compañero. “Abrimos la iglesia unas seis horas cada día y los voluntarios no cobramos, por supuesto. Explicamos la historia y las obras de la iglesia con el conocimiento que tenemos, que es amplio aunque no seamos catedráticos de Historia del Arte”, planteaba, para concretar el porqué de su malestar: “Han pasado ayer unas 100 personas, de las que unas 30 se han quedado más de cinco minutos a verla y, de esas, 15 han escuchado lo que humildemente les contamos”.
El vecino del pueblo burgalés concluye: “No merece la pena dedicar nuestro tiempo y conocimiento a este tipo de turismo, así que es probable que no hagamos más esta labor altruista”. Para terminar añadiendo: “Luego se quejarán de que nadie abre la iglesia, nadie sabe dónde está la llave o que el arzobispado es muy malo”.
Lejos de pasar desapercibido, el ataque de sinceridad encontró la solidaridad de casi un millar de personas y los comentarios de apoyo de dos centenares de internautas ante la que, según estas opiniones, es una situación generalizada. “Nos hemos convertido en turistas de móvil: llego, hago 15 fotos, si puedo, visito en el día cuatro sitios, y así tengo 60 imágenes. En septiembre, vuelvo a Madrid y se las enseño a mis amigos”, describe el voluntario de Puentedey, que se dedica profesionalmente a la formación empresarial.
“Es como quien se casa para enseñar las fotos de la boda”, ironiza. Para él, la moraleja es evidente: “No hay un verdadero interés por el románico, quizá no tenga que haberlo”. Tampoco, un compromiso con el patrimonio. Los cientos de visitas diarias al templo apenas dejan unos diez euros de donativos para sostener el templo de San Pelayo.
El enfado del voluntario viene seguramente agravado por el desbordamiento del turismo que experimenta nuestro país en estas fechas. Las estadísticas de récord que afectan a los destinos de sol y playa —se esperan más de 90 millones de visitantes extranjeros, y España ya es el segundo país más visitado tras Francia— se acompañan por primera vez de pancartas y protestas en destinos sobreexplotados e incentivan, en paralelo, una mayor demanda del turismo rural, con síntomas puntuales de saturación, protagonizado por los viajeros nacionales.
En su caso, Puentedey —un municipio de 50 personas censadas que apenas registra unos 15 vecinos en invierno— recibe más de 50.000 visitas anuales, entre otras cosas, gracias a su adhesión a la red “Pueblos más bonitos de España”. “Después de la Covid y de la crisis económica, parece que los españoles se han comido ya los ahorros y todo el mundo hace turismo de interior”, sostiene Orlando Saiz, quien ha apreciado una novedad en su pueblo: “Estamos empezando a recibir turistas que nunca habían venido, procedentes de Ciudad Real, Jaén, Murcia… son familias que quieren salir de los 45 grados del sur y vienen al norte en un turismo de coche y mucha caravana, que no es demasiado caro”.
Pero, ¿en qué afecta eso al patrimonio? “El turista llega, se da una vuelva por el pueblo, sube al punto más alto, donde está la iglesia, y se va”, describe Saiz. “El que tiene un verdadero interés, nos escribe a los voluntarios y, si podemos, le enseñamos el templo”, añade. Sin embargo, por lo general “se trata de un turismo de móvil”. Para el vecino de Puentedey, esta circunstancia habitual se deriva de situaciones normalizadas en el siglo XXI.
“Ahora todo el mundo es turista y cualquier punto es un punto de interés turístico”, incide en la ironía. Orlando Saiz desliga, no obstante, este tipo de turismo de interior del negocio de cifras millonarias en los destinos de sol y playa, donde se agrava la crisis de los pisos turísticos. “En nuestro caso, apenas somos 50 habitantes y tenemos dos bares: no hay un negocio ligado a los viajeros”, sostiene.
Consecuencias económicas, no, pero sí falta de interés y de educación. “Son anecdóticas, pero existen. Es lo que yo llamo el postureo del ateo. Les hablas de las iglesias, que también son la vida del pueblo, pero no te escuchan”, resume, y añade: “Hay cierto desinterés por el patrimonio. Les cuentas que un templo tiene mil años, unos te preguntan y otros no demuestran ningún tipo de interés”.
Las consecuencias de este tipo de conductas se perciben en el hartazgo de los voluntarios que atienden los templos. “Yo me he dedicado al deporte y a otras actividades de manera voluntaria, amateur, y creo que eso no va a funcionar. Hemos programado visitas gratuitas por el pueblo, de hora y media de duración, y nadie se ha apuntado. Te miran raro por el hecho de ser gratis”, reflexiona Saiz.
Sin embargo, cualquier tipo de compensación o remuneración choca frontalmente con la legislación de Turismo que regula cada comunidad autónoma, y que ampara la figura del guía oficial, titulado y habilitado para ejercer esta función. “Según he leído, como hagas una visita, te meten un guardia civil de paisano y te cascan 900 euros de multa la primera vez; la segunda son 6.000”, afirma el voluntario. “O estás titulado y habilitado, o no hay nada que hacer”, concluye. Sí son visibles, a juzgar por los comentarios en las redes sociales, los apoyos de personas interesadas (en este caso, en el arte románico) que agradecen, en público y en privado, explicaciones como las que ofrecen en el templo de Puentedey.
La legislación es clara, como también lo es el problema que sufren las zonas rurales de comunidades como Castilla y León, la región con mayor patrimonio de Europa. Según sostiene Orlando Saiz, tanto en Puentedey como en otros pequeños municipios con monumentos de interés histórico y artístico se da la circunstancia de que “los guías oficiales están donde está el negocio, en la catedral de Burgos o en la de León, pero no vienen a los pueblos pequeños y, si tú haces esa labor, te denuncian”. El vecino del pueblo burgalés explica, además, que “los guías solo vienen con grupos organizados, les abrimos los templos, hacen la visita y se van, y ni siquiera dejan un donativo”.
Ante esta situación y la complejidad de abrir los templos en zonas rurales donde apenas hay habitantes —la figura del guardián que custodia las llaves del templo se está perdiendo, fruto de la despoblación—, Orlando Saiz propone la creación de “un guía específico local, donde no llegue el oficial”.
El vecino de Puentedey remite a la experiencia llevada a cabo en Euskadi, cuyo Gobierno desarrolló un programa de formación de los vecinos (de 200 horas de duración), con el fin de que pudieran explicar a los visitantes aspectos relacionados con la cultura y la vida social de sus pueblos. En su opinión, la puesta en marcha de iniciativas semejantes en comunidades como Castilla y León podría dar solución a la demanda actual. En caso contrario, “corremos el riesgo de que el patrimonio rural permanezca cerrado… y se acabe cayendo”.