Al pisar Cívica (Brihuega, Guadalajara) uno puede sentir que está fuera de España, ya que este caserío particular recuerda a un pedazo de la Capadocia turca
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“Cívica semeja una aldea tibetana o el decorado de una ópera de Wagner. El viajero no estuvo nunca en el Tíbet pero se imagina que sus aldeas deben ser así, solemnes, miserables, casi vacías, llenas de escaleras y balaustradas, colgadas de las rocas y también horadadas en la roca”, estas líneas le dedicó Camilo José Cela en Viaje a la Alcarria a un caserío situado en Brihuega, Guadalajara. Tal y como describe el autor, Cívica ofrece un paisaje propio de la imaginación colectiva que nos ofrecen algunas regiones de Asia.
En concreto, al pisar Cívica uno puede sentir que un trozo de Turquía se ha ido de vacaciones a España, ya que este caserío privado recuerda a un pedazo de la Capadocia turca. Al igual que esa región del sureste de Europa, Cívica es famosa por su arquitectura tallada en piedra.
Se trata de una aldea tibetana, construida en un cortado. Cuenta con diversas escaleras, puertas, ventanas, terrazas, arcos, paseos, balaustradas de piedra, rellanos y diversos adornos visibles desde el exterior. Aunque la propiedad es privada y no se puede acceder a ella, el paisaje que ofrece es tan espectacular que vale la pena verlo desde lejos.
La historia de Cívica se remonta a la Edad Media. Al parecer, la aldea fue habitada en ese periodo por judíos sefardíes y monjes de la orden del temple, que aprovecharon los saltos de agua del lugar para edificar una pequeña fábrica de papel. De ahí surge una pequeña excavación en la piedra, pero el conjunto que conocemos ahora se hizo esperar casi medio milenio más.
El patrimonio que ha hecho famoso a este caserío de Guadalajara es reciente. La aldea tal y como está en la actualidad fue construida entre las décadas de 1950 y 1970 por el sacerdote Aurelio Pérez, quien heredó estas tierras y dedicó 20 años de su vida a construir Cívica, piedra a piedra, para convertirla en un santuario. Poco se sabe del párroco aparte de su nombre y su obra.
Solo se recuerda que cada día después de dar misa, el sacerdote se desplazaba al enclave junto a un grupo de trabajadores contratados por él mismo para tallar en la piedra su idea arquitectónica. Nadie sabe por qué Aurelio Pérez emprendió la obra de tallar balaustradas, arcos y galerías en esa roca cortada. Lo que es evidente es que puso todo su empeño, además de su patrimonio. Se dice que fue su manera de invertir una herencia que había recibido pero, irónicamente, él no dejó herederos. Cuando murió, el lugar pasó a ser pertenencia de su ama de llaves.
De ella pasó a sus sobrinos que, al parecer, tuvieron la idea de montar un bar al que llamaron “El cojo” y que actualmente no está abierto.
Cívica es más que su intrigante complejo, también ofrece un enclave natural inigualable. No sería descabellado que Aurelio Pérez eligiera este enclave solo por sus vistas: sus excavaciones están rodeadas de unas curiosas formaciones naturales, Las Tobas Activas. Las tobas son formaciones de piedra caliza, muy porosa y ligera, formadas por la cal que llevan en disolución las aguas de los manantiales de la zona y que se va depositando en el suelo, sobre las plantas u otras cosas que se hallan a su paso. La propia construcción del párroco está erigida sobre una de estas tobas, aunque inactiva.
Las tobas son activas cuando tienen agua e inactivas cuando no la tienen. Destaca entre las primeras una situada unos pocos metros a la izquierda de Cívica. Sobre su verde y fresco musgo salta una cascada de agua que procede del caño de la parte superior de la pedanía y que, tras regar los huertos, se deja discurrir hacia la pared de toba para alcanzar el río Tajuña. Gramíneas e higueras crecen también bien regadas en el entorno de la toba y conforman un conjunto natural muy llamativo, hermoso y singular.
Tanto es así que por su valor ecológico está protegida por la normativa europea y forma parte de la Red Natura 2000 (red de áreas de conservación de la biodiversidad en la Unión Europea). El entorno está bien señalizado, con carteles del ayuntamiento que explican el origen de este fenómeno.
Cerca de Cívica, a menos de 10 minutos en coche, está la pedanía de Yela. Esta localidad acoge una iglesia románica del s. XII con una pasado estrechamente relacionado con la Guerra Civil. Aunque parezca estar en perfecto estado de conservación, el edificio fue destruido por completo y tuvo que ser rehabilitado en los años cincuenta en un proyecto “desafortunado para algunos”, explican desde la web de la pedanía. Si comparamos con imágenes previas a la guerra, la iglesia disponía de una vivienda añadida de forma posterior y carecía de la característica galería de arcos de la que dispone en la actualidad. Existen restos románicos originales, como un capitel y un arco.
Sabemos que originalmente el edificio tenía una nave con espadaña, presbiterio recto, ábside semicircular, una hermosa galería porticada, aunque de diferente estructura a la actual y una portada meridional que tenía arquivoltas apuntadas sobre cuatro columnas con decoración vegetal. De este conjunto primitivo, tras la destrucción de la Guerra Civil y su parcial reconstrucción, sólo se conserva la espadaña, la cabecera y el muro norte, el resto de sus elementos arquitectónicos son modernos.
Lo más destacado de la iglesia es su atrio porticado con arcos de medio punto sobre columnas con decoración vegetal. La entrada al templo tiene varias arquivoltas semicirculares en degradación, con detalles en zigzag y dientes de león. En la fachada contraria se aprecian restos de la iglesia original.