Bien harían los demócratas y su candidata teniendo presente que, después de tanta euforia, acostumbra a venir un bajón inevitable que puede acabar en fuerte resaca si no se sabe gestionar con paciencia y resistencia
Casi tres millones de norteamericanos ha aportado en el último mes más de doscientos millones de dólares a la campaña de la candidata demócrata. En todas las encuestas Kamala Harris se ha colocado la primera en las preferencias de todos los grupos de votantes posibles menos en uno: los hombres blancos cristianos. La convención demócrata, iniciada bajo la pesada sombra del recuerdo de los violentos incidentes durante la celebrada en 1968 y un extraño paralelismo entre la guerra de Vietnam y el genocidio de Gaza, se ha saldado con éxito de crítica y público más decenas de minutos y clips para TikTok e Instagram.
Los días de vino y rosas del verano demócrata no parecen tener fin tras los largos y oscuros días del invierno del descontento y la candidatura tambaleante de Joe Biden. Bien harían los demócratas y su candidata teniendo presente que, después de tanta euforia, acostumbra a venir un bajón inevitable que puede acabar en fuerte resaca si no se sabe gestionar con paciencia y resistencia.
Algunas de las encuestas publicadas en los estados decisivos durante esta misma semana ya apuntan una cierta recuperación de Donald Trump y cierta pérdida de gas del efecto Harris. El anuncio de Robert F. Kennedy, el Kennedy oscuro, de retirarse y respaldar la candidatura de Trump, con la demoscopia pronosticando cómo al menos la mitad de sus votantes se irán con los republicanos, ha resultado un buen presagio para el partido del elefante y una pésima noticia para el partido del burro. Igual que todo ha cambiado para los demócratas en apenas dos semanas, todo puede volver a cambiar en los días que quedan hasta el cara a cara del día 10 de septiembre anunciado en la NBC.
Hasta el momento la candidata no ha dado una sola entrevista ni una rueda de prensa. Únicamente ha debido manejarse en entornos controlados y amigables, donde ni ha necesitado ni nadie la ha exigido que explique cuáles son sus políticas o qué ofrece diferente a Donald Trump en seguridad, migración o política exterior, las fortalezas del mensaje republicano. Difícilmente podrá preservar semejante cordón de seguridad sobre sus mensajes y apariciones. Antes o después habrá de arriesgarse a cometer errores en entornos no controlados si no quiere enfrentarse a un problema de credibilidad. Mejor hacerlo antes del debate, cuando aún quedaría tiempo para reaccionar.
La buena noticia para Kamala Harris es que su oponente continúa sin campaña y sin saber por dónde tirar. Su obsesión por comparar el tamaño de las multitudes que ambos son capaces de reunir se antoja más que revelador. Por primera vez en esta carrera, Trump va por detrás. No menos buena noticia parece la evidencia de que, mientras los demócratas han acertado eligiendo a Tim Walz y su candidato a vicepresidente se ha convertido en un activo, Donal Trump se ha equivocado al escoger a J.D. Vance y su compañero de viaje ha resultado un error y una carga hasta la fecha. El debate de vicepresidentes puede resultar tan decisivo como lo fue Joe Biden para las victorias de Barack Obama, desinflando a Sarah Palin en 2008 y dominando a Paul Ryan en 2012. La historia tiende a repetirse, ya saben.