Nos encontramos en plena temporada de tomates. Quienes viven en el campo y tienen la oportunidad de cultivar esta fruta, o aquellos que tienen la suerte de contar con un pedacito de tierra en un huerto urbano, saben bien que el verano es la temporada por excelencia de los tomates.
Los hay de distintas formas, tonalidades de rojo, amarillo, marrones o negro y tamaños. Desde los pequeños cherry hasta los gordos Raf, pasando por los alargados de pera.
Aunque en España podemos encontrar tomates durante todo el año en el estante del supermercado o nuestra tienda de barrio de referencia, como los madurados en su justo momento al calor del verano, no hay nada, su textura, aroma y sabor es inigualable. Sabrosos por sí solos en una ensalada aderezada con ajo, aceite de oliva y orégano; están igual de ricos combinados con otras hortalizas o de base de otras recetas donde puede tener más o menos protagonismo pero donde su huella no pasa nunca desapercibida.
Es la base del tradicional gazpacho andaluz, fresquito y ligero, que tan bien sienta en verano; o un manjar restregado en un buen pan de calidad con aceite de oliva. Pero también es un ingrediente que no falla nunca en sofritos para distintos platos como los guisos de carne, pescados, tofu, seitán o legumbres. Y a nadie se le pasaría por alto para cocinar a fuego lento un buen pisto. Una salsa de tomate también es un imprescindible para acompañar según qué pasta, unos ñoquis o una exquisita lasaña.
El origen de la salsa de tomate es muy antiguo y parece que se remonta a la época azteca, a los que se atribuido la elaboración de una especie de gazpacho que utilizaban como guarnición de sus platos principales. El tomate no desembarcó en Europa hasta el siglo XVI y no está documentado en ningún recetario hasta que se añadió en uno de Nápoles en el siglo XVII.
Aunque podemos encontrar una gran variedad de salsas de tomate en el mercado muy socorridas, con distintos ingredientes y variaciones y algunas están muy ricas y muy logradas, nada como tener tiempo y unos buenos ingredientes, frescos y de calidad, para poder hacerla en casa y personalizarla a nuestro gusto.
No en todas las cocinas se utilizan los mismos ingredientes para hacer una salsa de tomate, hay variaciones, pero todos tenemos que hacer frente al mismo inconveniente: la acidez que se genera a la hora de cocinar esta fruta y que normalmente se modifica añadiendo azúcar, lo que puede terminar haciendo el plato más calórico.
Si quieres seguir disfrutando de una buena salsa de tomate pero no te apetece añadir azúcar para no añadir más calorías o porque no consumes edulcorantes por el motivo que sea, te vamos a dar un truco para corregir la acidez de la salsa sin tener que adicionar azúcar: el bicarbonato, puedes utilizar este ingrediente como sustituto para equilibrar el PH de la salsa y que no se quede un sabor ácido.
La forma de añadir este compuesto químico no difiere mucho de cómo lo hacíamos con el azúcar: lo que haremos será utilizar una pequeña cantidad de bicarbonato que iremos agregando poco a poco a la salsa mientras removemos para que se integre perfectamente. Puedes ir probando la salsa para corregir si fuera necesario y añadir más bicarbonato. No tiene más misterio.
Aun así, hay otros métodos para hacer una excelente salsa de tomate, además del que acabamos de descubrirte o el de utilizar azúcar para reducir la acidez -usaremos media cucharadita de azúcar por cada kilo de tomate-. Te los contamos también para que escojas el que más se adapte a tus gustos (y a lo que tengas ese día en el frigorífico):
Por último, te vamos a dar una receta básica de salsa de tomate para preparar un buen sofrito o para guardarlo en conserva:
Ya solo nos queda envasarla al vacío en botes de cristal si queremos conservarla durante un tiempo o decidir con qué plato vamos a degustarla.