Compartir experiencias con otros lectores suele ser provechoso. Hace algunos meses, recibí un mensaje de un amigo en el que me recomendaba la lectura de Los viejos creyentes de Vasili Peskov (Impedimenta, 2.ª ed. Madrid, 2022, 257 págs.). Compré el libro, pero he tenido que retrasar la lectura, por diversos motivos, hasta después del verano. Ha merecido la pena seguir el consejo.
A finales de los años setenta del siglo pasado, Vasili Peskov (1930-2013), periodista ruso del periódico Pravda, después de recibir una llamada de un amigo etnógrafo, se reunió con él en Moscú y este le contó que, en un remoto paraje anfractuoso de la taiga siberiana, se había descubierto a una familia, los Lykovy, que llevaba más de cuarenta años apartada del mundo, a unos doscientos cincuenta kilómetro de la zona habitada más próxima, y a 1050 m de altitud. La noticia le interesó y, con la ayuda de unos geólogos y de otros conocedores de aquellos inhóspitos parajes, decidió viajar hasta allí, pese a las dificultades de acceso. A esta primera expedición, siguieron otras más desde 1982 hasta 1992. La noticia y los reportajes del periodista atrajeron a muchos lectores, lo que dio pie a numerosas ayudas para los Lykovy (alimentos, ropa, herramientas...) y a interesarse por ellos.
En los tiempos del zar Alejo y de su hijo Pedro el Grande (siglo XVII), se produjo un cisma en la Iglesia ortodoxa rusa, que dio lugar a que se formaran diversos grupos, como el de los viejos creyentes, que decidieron apartarse del mundo y se establecieron en zonas poco pobladas, donde trabajaban en la agricultura y en la ganadería, pero bien localizadas en la cartografía. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de la Unión Soviética organizó la búsqueda de desertores en aquellos parajes y los Lykovy decidieron buscar un lugar más apartado y seguro donde establecerse lejos del mundo. Allí se instalaron y vivieron absolutamente aislados hasta finales de los años setenta del siglo pasado.
Cuando Peskov llega allí, ha fallecido la madre, y encuentra a Karp Ósipovich y a sus hijos Savín, Natalia, Dmitri y Agafia. En poco tiempo, mueren los dos hijos varones y Natalia. Al final de la crónica, la única superviviente será Agafia, tras el fallecimiento de Karp, ya nonagenario.
El relato de las condiciones en que vivían y de lo que irá suponiendo el encuentro con otras personas y con el mundo es magnífico. Los Lykovy se resisten, pero su supervivencia está en juego y, aunque se mantienen firmes en sus creencias y en la decisión de no abandonar el lugar, la relación con los visitantes cada vez es más íntima y deseada. Destacan la figura del anciano Karp y la de Agafia -nació en 1944-, que se quedará sola en la pequeña isba y habrá sido la única que salió de allí en un par de ocasiones, para visitar a unos parientes de los que se tuvo noticia gracias al trabajo periodístico de Pekov, al que Agafia incluso ha sobrevivido. Una historia tan sorprendente como apasionante.