Es triste desaprovechar las oportunidades y el tiempo. La última serie española estrenada por Netflix, ‘Respira’, ha perdido una ocasión magnífica de superar la miopía ideológica. Y yo, por desgracia, me he visto desposeído de preciosas horas por mi empeño en verla.
Confieso una auténtica debilidad por la ficción que transcurre en hospitales; debe de ser algo asociado a la hipocondría que, desde hace tiempo, aflige a mi familia. Y aunque, tras visualizar ‘House’, pongamos por caso, a veces uno se pasa la noche palpándose el cuerpo, como un zahorí, en busca de toda clase de bultos, pocas veces nos resistimos a esa dosis de sorpresa y miedo que aportan los problemas de una unidad ficticia de urgencias.
‘Respira’ parecía ofrecer algo así: más droga en vena, más palpitaciones y TAC’s, más roces entre camillas, tibias fracturas y análisis de sangre de resultados inciertos. Pero es un remedo, fluctuando fluctúa entre el estilo de la factura americana y esa otra, quizá un poco más castiza, que fue ‘Hospital Central’. Como esta, también está llena de clichés ideológicos, tanto políticos como sexuales.
“En nuestra época posmoderna la estética tiene un objetivo revolucionario: transformar nuestra mentalidad”
Cabría pensar que eso es lo peor. ¿Para qué ver una lección de corrección política que no aporta más que perfiles a caballo entre lo carnavalesco y sindicalista? Pero más hiriente resulta el efecto que puede tener en el espectador. A diferencia de lo que indicaba Aristóteles, para quien el arte tiene como objetivo imitar la vida, en realidad en nuestra época posmoderna la estética tiene un objetivo revolucionario: transformar nuestra mentalidad.
De otra forma, no me explico que alguien haya querido perfilar un mundo como el del Hospital Joaquín Sorolla de Valencia, que no se parece en nada, ni siquiera un miserable resquicio, a lo que nos encontramos en el ambulatorio, la universidad -pública-, el autobús o la tienda de chinos que con tanta amabilidad nos surte de pan a precios bastante asequibles.
Piensen en la familia formada por una pareja heterosexual, estable y con hijos. Conozco muchas. Entre los médicos y enfermeros que aparecen en ‘Respira’ no hay ni una. Hay una pareja de lesbianas que se pelean justamente tras decidir ser madres; hay gays que frecuentan orgías entre jornada y jornada y que llegan justo a tiempo para poner la vía a un paciente y nada más desprenderse de la resaca; hay infidelidades y fogosas pasiones que se satisfacen antes de entrar al quirófano.
Desde un punto de vista dramático, la serie engancha. Es tan irreal que incluso el héroe -un oncólogo prestigioso que lucha por la sanidad pública y que, cómo no, contribuyó a la “muerte digna” de su mujer enferma- está cogido por los pelos. El conflicto está servido, pero tiene un cariz nuevamente político, porque la mímesis del doctor Nestor Moa es la presidenta neoliberal de la Generalitat Valenciana, para colmo su paciente.
“Los protagonistas de ‘Respira’ están tan obsesionados consigo mismos, con sus derechos, con sus convicciones, que les resulta imposible abrirse a las inquietudes y anhelos de los demás”
Pensarán ustedes que a qué viene la comparación, pero me ha pillado la novedad de la plataforma americana repasando algunos viejos libros, como Antígona o el fabuloso e irreverente poema de Lucrecio. Sinceramente, no creo que dentro de un par de meses se siga buscando la serie creada por Carlos Montero en el repositorio, pero es indudable que dentro de varios siglos quienes pueblen lo que quede de este planeta seguirán preguntándose quién diablos tiene razón, si Creonte o Antígona.
‘Respira’ es simplista en su maniqueísmo, como si todos sus protagonistas fueran raudos a ocupar el lugar correcto de la historia. Los clásicos nos siguen sorprendiendo e interpelando, mostrándonos que no hay tanta claridad ni se encuentra la verdad alienada estrictamente a un lado del espectro político.
Dos ejemplos más de buenismo: los guiños al valenciano y la crítica a la presidenta de la Comunidad de Madrid. No creo que ese simplismo se le hubiera ocurrido ni a un adolescente, pero hacernos creer que los gobiernos de derechas solo buscan dinero y explotar a la población, mientras que la izquierda se opone a la gestión privada para no esquilmar los derechos de los ciudadanos y su salud es un relato tan tosco y alejado de la realidad que la lástima es que alguna marea -sea cual sea su color- se lo haya creído.
La mejor terapia para curarse de la irrespirable atmósfera de esta serie es mirar a nuestro alrededor. Sí, las cosas podían funcionar mejor y no existir tanta lista de espera, pero, con comodidades o no, a uno le atienden bien. Y dudo mucho de que los médicos tengan los rifirrafes moralistas que suceden en la serie. A los que he frecuentado no les veo yo jugar con las drogas masivamente o poner reparos éticos a sus compañeros, prescindiendo de la profesionalidad.
En la mayoría de los casos, la serie alcanza grados de deformación y se le aleja de los requisitos básicos que dotan a cualquier ficción de un mínimo de credibilidad.
¿Por qué son tan extraños los personajes? ¿Por qué se pueden encontrar tan alejados de las preocupaciones de los mortales? La mayoría de los protagonistas están tan obsesionados consigo mismos, con sus derechos, con sus convicciones, que les resulta imposible abrirse a las inquietudes y anhelos de los demás. La solidaridad que supuestamente cultivan es solo fachada; por eso, son incapaces de mantener la palabra dada o asumir sus responsabilidades.
Si quieren saber dónde podría acabar una sociedad posmoderna, adicta a lo políticamente correcto, no dejen de ver la producción de Netflix. Quizá entre todos evitemos que se convierta en realidad histórica.