«Tienes que ser rápido de pies y adaptable, de lo contrario la estrategia es inútil».
Charles de Gaulle
En un contexto de crisis prolongada, Venezuela parece estar atrapada en una lucha de supervivencia política que solo ha incrementado el sufrimiento de su pueblo y su aislamiento del mundo. Mientras Nicolás Maduro se aferra al poder, apoyado simbólicamente por alianzas externas con países como Rusia, Cuba e Irán, los venezolanos están cada vez más desconectados de su liderazgo. La reciente elección presidencial que dio el triunfo a Edmundo González Urrutia, apoyado en el liderazgo de María Corina Machado, representa una luz de esperanza, pero el camino hacia un cambio real y sostenible es desafiante y requiere un enfoque de toma de decisiones y planificación basado en datos y análisis rigurosos de corto, mediano y largo plazo.
La administración de Maduro ha optado por una estrategia de suma cero, en la que su permanencia en el poder se asegura solo a costa de las libertades y oportunidades de su propio pueblo. Al alinearse con regímenes autoritarios, el que fue candidato a la reelección por el PSUV no solo profundiza su aislamiento del hemisferio occidental, sino que también refuerza una narrativa de confrontación con actores internacionales como Israel al manifestar apoyo incondicional a Irán. Pero esta apuesta tiene un precio: al depender cada vez más de actores externos, su posición se vuelve más vulnerable, y su coalición interna podría colapsar si no se atienden los intereses de aquellos que aún sostienen el régimen.
Es aquí donde los modelos de Bruce Bueno de Mesquita resultan reveladores. La dinámica de las coaliciones en Venezuela se basa en la lealtad condicionada a beneficios económicos y políticos. La verdadera pregunta es: ¿qué pasará cuando los actores clave dentro del régimen dejen de ver beneficios en la continuidad de Maduro? La reciente emergencia de líderes como Machado y González Urrutia, que cuentan con un claro mandato popular, ofrece una vía de transición. Sin embargo, para que esto se concrete, las fuerzas democráticas deben ser capaces de coordinar con figuras clave, especialmente los militares, quienes desempeñan un rol fundamental en la estabilidad del gobierno. Este es el momento en el que incentivos económicos y garantías de seguridad para aquellos que decidan apoyar la transición resulta decisivo.
Por otro lado, el marco de una Gobernanza Estratégica Anticipativa es crucial para entender cómo podría consolidarse el cambio en Venezuela. Para que el país logre un futuro más próspero y estable, el nuevo liderazgo democrático debe anticipar los obstáculos que surgirán. La restauración del Estado de derecho es prioritaria, pero debe ir acompañada de una visión económica clara y pragmática. Venezuela cuenta con recursos naturales abundantes, pero solo una economía con reglas claras y una institucionalidad renovada puede aprovecharlos. Los inversionistas internacionales, figuras como Elon Musk, podría ver en Venezuela una oportunidad única si el entorno de inversión se torna favorable.
Además, es urgente que Venezuela recupere su capacidad productiva, especialmente en el sector agrícola y la industria privada. La reactivación de estos sectores no solo es clave para generar empleo y mitigar la pobreza extrema, sino que también representa la base sobre la cual se construirá un nuevo tejido social. El momento de actuar es ahora, y Estados Unidos, la Unión Europea y los países democráticos deben librar un papel decisivo, no solo en términos de apoyo diplomático, sino también en la provisión de incentivos económicos y garantías de seguridad para aquellos actores que decidan apoyar la transición.
En este sentido, sanciones contra los aliados externos de Maduro, como Rusia e Irán, seguirán siendo una herramienta importante, pero la diplomacia multilateral también debe enfocarse en crear caminos de salida para aquellos dentro del régimen que estén dispuestos a transitar hacia un futuro democrático. Venezuela no puede seguir siendo un peón en un tablero geopolítico de intereses externos.
En definitiva, el régimen de Maduro se mantiene en pie, pero sus días están contados. El cambio en Venezuela es posible, pero dependerá de la habilidad del nuevo liderazgo democrático para anticipar los desafíos y construir alianzas estratégicas internas y externas que aseguren una transición pacífica y sostenible. Estados Unidos y la comunidad internacional deben estar preparados para respaldar este proceso con una visión de largo plazo, priorizando la estabilidad política y el bienestar del pueblo venezolano sobre cualquier otra consideración.
El conflicto entre las fuerzas democráticas y la dictadura refleja la complejidad de una guerra asimétrica. Las primeras, a pesar de sus esfuerzos, enfrentan una situación estratégica delicada, donde la lucha no violenta está limitada por las realidades de una geopolítica compleja. Las decisiones que tome la administración Biden-Harris en su relación con Edmundo González y María Corina Machado y su manejo del golpe de Estado a la soberanía popular serán cruciales para mantener la estabilidad en la región.
La ventana de oportunidad está abierta. Es el momento de que Venezuela, con el apoyo de la comunidad internacional, inicie el camino hacia una nueva era, donde los recursos del país sirvan a su gente y donde el poder responda a las verdaderas necesidades del pueblo.
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