Gustavo Petro no las tienes todas consigo. A decir verdad, su gestión desde la casa de Nariño ha estado empedrada de dificultades, unas de origen propio y vinculadas con el estilo de gobierno que el cordobés quiere dar a su país, y otras alimentadas desde los partidos opositores que adversan su ideología y sus formas. No se sabe a ciencia cierta como terminará su mandato y menos aún el destino de aquellos proyectos que está intentando llevar a cabo en medio de tanta turbulencia. En el ambiente hay demasiadas tormentas provocadas por asuntos de corrupción que le rodean a él y a sus familiares y colaboradores cercanos, por el pliego de cargos en su contra dentro de la investigación sobre el financiamiento irregular de su campaña electoral, por manejos inadecuados de la cosa pública, por hacerse enfrentado al empresariado y a la clase trabajadora colombiana, por el bestial incremento de la violencia desde el inicio de su mandato, por el afianzamiento del narcotráfico y del crimen organizado vinculado a ese negocio, y, por último, por no haber conseguido poner el foco y el empeño necesario para alcanzar avances significativos en aquello que podía convertirse en el más destacado éxito de su gestión: la paz con la guerrilla, su Paz Total.
Será por ese panorama poco claro que tiene frente a si en los dos años de gestión que aún le quedan que se ha resuelto a convertirse en un alfil de la transición venezolana. Como dicen en buen colombiano: ”hace falta mucha saliva para tragar tanta harina”, pero no hay duda que, si sumado a Lula y a Lopez Obrador, Gustavo Petro consigue destrancaren en el buen sentido el juego venezolano, esa línea en su currículo presidencial se escribirá con mayúsculas.
La razón es extremadamente simple aunque su consecución sea una cuesta muy empinada. Una Colombia viable no es posible sin una Venezuela viable y Venezuela ya sabemos que no lo será – así como no lo ha sido- en un régimen encabezado por Nicolás Maduro u otro de su mismo cuño. No entraremos a especular sobre las razones, porque lo que está a la vista no necesita anteojos.
Lo que no sabemos es lo que tiene en mente el mandatario colombiano. Sabemos que hasta el presente, la solidaridad del gobierno de Maduro en lo atinente a la paz de Colombia no le ha servido a Petro de nada y ello a pesar del contubernio que mantiene la revolución bolivariana con la insurgencia de su país.
Visto desde la coyuntura actual, en el futuro de Colombia y Venezuela, nada parece prometedor: ni habrá estabilidad y crecimiento económico significativo, ni se atraerán inversiones para ninguno de los lados de la frontera, ni se activará el consumo lo que es oxigeno vital para el resultado de sus industrias. Estos dos países unidos, sin embargo, gozan de las condiciones necesarias para convertirse en un gran binomio económico con una gravitación de sinigual calibre en América del Sur. Separadamente ese potencial liderazgo se diluye, si no es que desaparece.
Es claro ya, del lado de la triada presidencial, que Nicolas Maduro no ganó la contienda electoral y que apenas se han estado montando subterfugios para intentar darle solidez a lo que todos por fuera ya reconocen como un fraude. Le conviene, pues, al Presidente de Colombia, usar la iniciativa emprendida con los otros dos presidentes, para hacer ver a su contraparte venezolana que la mejor de todas sus opciones es la de reconocer la voluntad del pueblo expresada en las urnas – cuya expresión material conocen sobradamente- para promover un tránsito pacífico y no continuar cavando su propia tumba a través de una represión criminal a cada paso más visible y repudiable de todos. Retrasarlo solo apunta a hacer más largo el proceso que al final no será beneficioso ni para la cabeza de Miraflores ni para su séquito.
Gustavo Petro está bastante más cerca del régimen de Caracas que ninguno de los otros dos negociadores – México y Brasil- y su ascendencia es más comprometedora. Su responsabilidad es, por tanto, mayor y su beneficio, si lo logra, redundará en muchas ventajas para Colombia. Un cambio hacia la democracia en Venezuela impactará igualmente el reconocimiento de su cuestionado liderazgo de hoy.
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