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“Las primeras preguntas son siempre sobre uno mismo”

Por JOHNNY GAVLOVSKI

JG: ¿Qué es la poesía hoy para Piedad Bonnett? 

PB: es el lenguaje que no quisiera perder nunca.  Las novelas las escoges y te entregas a uno, dos años, tres años. Pero la poesía es como una cosa que te viene de pronto, casi que te ataca. Una vez que llega la idea de un poema ya no te abandona porque tú puedes desistir de la idea de una novela, pero el poema empuja y empuja hasta salir. 

JG: Justo ahí entra la comunicación entre poeta y lector.

PB: Sí, es una comunicación con el lector que crea una intimidad. Eso hace que se forme como una especie de hermandad secreta. Y eso no tiene nada que ver con el éxito. 

JG: ¿Qué te da el éxito?

PB: El éxito te lo marca la prosa. Quiero decir un reconocimiento público inmenso. Y sobre todo, una supervivencia a partir de un oficio. Con la poesía, como que eso no es posible, entonces, se transita por unos lugares muy particulares, que yo aprecio mucho.

JG: ¡La prosa! En tu novela Lo que no tiene nombre, escribes: “Quizás porque un libro se escribe sobre todo para hacerse preguntas”. ¿Qué preguntas de cara al presente se hace Piedad Bonnett? 

PB: Yo creo que las primeras preguntas son siempre sobre uno mismo. Así que lo primero que me preguntaría es ¿cómo alcanzó a vislumbrar un futuro? ¿Qué es el de la vejez que ya viene? O que ya está. Y me pregunto por esa vejez. Si estaré armada, para asumir los riesgos y los dolores con la dignidad que yo quisiera. Tengo unos padres muy viejitos de noventa y ocho, y ciento uno. Y eso hace que me pregunte: ¿Cómo es la orfandad? No la conozco a la edad que tengo. Tengo el dolor de la muerte de un hijo, pero no sé cómo se vive la orfandad. 

JG: El adulto huérfano es todo un tema.

PB: También me pregunto por mi futuro literario. Es decir, si alguna vez me abandonará la literatura, o si tendré que dejarla por fuerza mayor. Por ejemplo, por una demencia o algo así. Y me pregunto, ya de manera muy inmediata: ¿qué me interesa ahora hacer?  

JG: ¿Nuevos proyectos?

PB: En la medida que los tengo, me siento relativamente contenta. Lo terrible sería mirar hacia el futuro y no verlos. Por otra parte, también me pregunto por el mundo que estamos viviendo. Es una cosa demasiado aterradora. La violencia sigue siendo protagonista todos los días. Me pregunto por lo que está pasando en esas guerras; por esa llegada de la derecha tan sumamente amenazante. Estamos repitiendo las cosas que pensamos que jamás íbamos a ver, como racismo y antisemitismo. Me pregunto ¿qué mundo le va a tocar a mis nietas?, y por el cambio climático. Son mis preguntas fundamentales.

JG: En tus declaraciones destaca el interés por la temática social. En lo particular, como la abordas en tu novela Donde nadie me espere. Quería preguntarte si es una forma de indagar en la fantasía de tu hijo para comprenderlo mejor.

PB:  Claro, el origen es la historia que habría podido tener Daniel.

JG:  De hecho, responde a un comentario que te hizo en torno a la fantasía de ser un indigente. 

PB:   Lo narro en Lo que no tiene nombre. Daniel habría podido caer en la indigencia porque en Brasil, cuando él salió corriendo, que su papá salió corriendo velozmente detrás y lo trajo, él se podría haber perdido. En Nueva York, cuando las hermanas llamaron a ver si lo llevaban a un hospital y él no contestó, ellas empezaron a llorar porque pensaron que se les iba a perder para siempre. Es decir, el camino, el futuro de la persona con enfermedad mental puede estar en la calle muy fácilmente. Entonces quise indagar.

JG: ¿Y qué conseguiste?

PB: Bueno, lo que habría podido ser; pero, sobre todo a mí me ha interesado siempre la figura del indigente, o del mendigo. Me pregunto: ¿en qué momento se deslizó de una vida relativamente normal a la calle? ¿en qué momento llegó a la intemperie? ¿cuál fue la primera noche que no durmió en su casa?, y ¿qué hay detrás?, ¿cuánta violencia hubo en esa vida?, o ¿qué perturbaciones hay en esa cabeza?, ¿qué ánimo de libertad de todo? 

JG: ¿Libertad?

PB: El gran tema realmente detrás es una búsqueda inconsciente de una libertad total, de no deberle nada a nadie. Por eso la novela se llama Donde nadie me espere. Así, el mendigo ha comprado su libertad más absoluta, o el indigente que anda por la calle, que a veces no son ni siquiera mendigos, ha comprado esa libertad a un precio altísimo que es su propia vulnerabilidad permanente, y su propio ir hacia la destrucción. Eso es un camino de autodestrucción. Entonces en última instancia, yo estaba tratando la misma cosa alrededor del tema del suicidio. De ahí pasé a otros temas como la gente que no quiere pertenecer al establishment. 

JG: Y de ahí la tesis que lleva luego a la historia.

PB: Sí. Donde nadie me espere es la historia de un muchacho en la universidad que, de pronto, ve ese camino como un futuro muy seguro, de alguna manera castrador, y decide que “esta no es la vida que yo quiero llevar”.

JG: La oposición entre declararse indigente versus descubrir los recursos para hacer frente a las dificultades.

PB: Exacto. Yo estuve 32 años en una universidad y vi cómo muchos profesores iban declinando, se los iba tragando la burocracia universitaria, la costumbre. Se iban volviendo grises.

JG: Y en ese contexto surge el protagonista de Donde nadie me espere.

PB: Exactamente, un poco reaccionando a eso, es que creo este personaje, que cree que está realizando una abertura para su libertad; cuando en realidad está abriendo un boquete para su autodestrucción. 

JG: ¿Y cómo procediste para la construcción del eje de la narración?

PB: Me referencié mucho sobre a qué tiene que acudir una persona que está en la calle que no es necesariamente la droga dura, sino que puede ser simplemente el alcohol o la marihuana. Y entonces le creé ese padre alcohólico, que también es un tema que me ha interesado mucho, porque yo soy muy abstemia, y he visto mucho alcoholismo alrededor, porque en estos países latinoamericanos es algo que abunda.

JG: ¿Te inspiraste en alguien conocido?

PB:  Sí, el personaje está creado a partir de un escritor que yo conocí, que digamos toda su tristeza —porque tenía una pena gigante— la había inundado en alcohol. De ahí surgió la imagen del padre de ese muchacho, del protagonista de mi novela, quien es un hombre con una herida gigante. No es un borracho de esos que se da contra las paredes, sino un hombre que se la pasa, digamos, a medio palo, como decimos, soportando la vida con esa muleta del alcohol.

JG: Son personajes que se colocan en el borde. Personajes solitarios. Por cierto, me han comentado que no te gusta pertenecer a escuelas o agrupaciones literarias, ni estar inscrita dentro de corrientes colombianas. ¿Tu trabajo es en solitario?

PB: No es que yo no me sienta parte de un movimiento literario específico, sino que es que esos movimientos ya se acabaron. Es que lo último que pasó aquí fue una cosa que se llamaba “la generación sin nombre”. También hubo esa cosa que se llama el nadaísmo. Pero que te metan en un saco y te pongan un rótulo te empobrece montones. Entonces, no es que yo haya buscado eso, sino que yo terminé convertida en eso. En una figura como un poco insular, digámoslo así.

JG: ¿Lo has hecho para buscar un lenguaje propio?, ¿para innovar? Con un trabajo en solitario rompes con los parámetros del establishment.

PD: Pues, mira, la gente cree que yo soy completamente establishment: mis condiciones de vida les hacen pensar eso. De verdad, pues, porque fui una profesora 32 años en una universidad con una estabilidad económica. Yo tengo muchas estabilidades… aparentes. ¿Eh? Lo que pasa es que eso de lo que tú estás hablando se llama independencia. Yo me reconocí como no gregaria muy jovencita. Tampoco soy la otra cosa, que es como el personaje ese mítico que se la pasa solo y casi que se la pasa en la casa en pijama. Eso no. 

JG: ¿Piedad Bonnett es una mujer sociable?

PB: Soy una persona muy sociable. Y me gusta la gente. Pero no me gusta pertenecer a clanes de ninguna índole. Ni adscribirme a cosas. Como que yo soy del partido tal. No soy de ningún partido, y estoy ubicada, digamos, como también hago periodismo, como en un lugar que me permita ser a la vez, a veces más de la izquierda, a veces un poco más de la derecha. Así es como me ven, ese centro que la gente desprecia. Así me siento yo. Una persona que realmente está regida por su criterio. Entonces, si el señor Petro hace una cosa bien hecha, yo estaría dispuesta a reconocerlo en una columna. O si de pronto, el señor Trump tuviera una iluminación, y se convirtiera en algún momento en un hombre sensato, pues yo eso lo registraría. 

JG: Es tu forma de tratar de ser objetiva.

PB: Yo creo que un intelectual de verdad es un ser humano que está así en el mundo. Mirando cómo éste está en movimiento, y no casado con sus propias creencias y sus convicciones inamovibles. Yo, por ejemplo, admiré la revolución cubana en su momento. Hoy Cuba me parece la cosa más aterradora por las consecuencias que eso ha tenido, y por el mal manejo que eso implica. Entonces, yo pienso que hay que estar en movimiento. Es así como uno está en el mundo

JG: A partir de todo esto que comentas me gustaría que nos contaras acerca de tus afinidades literarias.

PB: Siento que tengo afinidades con cierta poesía. Por ejemplo, con la poesía de Eliseo Diego, poeta cubano. Con la poesía de José Emilio Pacheco. También tengo una afinidad muy grande con Blanca Varela, aunque mi poesía no se parezca nada a la de ella. Tengo afinidad con muchas obras de Borges. Entonces, me reconozco en una serie de afinidades con los escritores que más me hablan. Con respecto a Colombia, considero que hoy en día nadie podría decir que pertenece a tal o cual corriente. Pienso que ya muy pocos escritores podemos decir eso. 

JG: Tomando en cuenta estos comentarios, así como la firme posición ética que hay en tus escritos, y, por supuesto, tu relevante experiencia como docente, quisiera preguntarte: ¿tienes una posición crítica frente a lo que está pasando en el mundo de la literatura o de la poesía hoy? 

PB: Sí, claro que sí. Porque es imposible no tenerla. O sea, pienso que hay una proliferación enorme de literatura, de la novela, por ejemplo. Que puede ser muy saludable en cierta forma.  Es decir, yo me acuerdo cuando era muy joven, eso no era así; y conseguir las editoriales era muy complicado. Entonces había siete u ocho escritores y eso era todo. 

JG: ¿Y ahora? 

PB: Ahora yo veo que, por ejemplo, montones de mujeres publican, y publican, y publican. Entonces yo pienso que, a veces, a las editoriales les falta una mayor exigencia. Las editoriales permiten que exista un boom, por ejemplo, de escritura femenina, y eso hace que muchas mujeres que no tienen nivel publiquen. 

JG: Eso es una crítica fuerte al sistema editorial. ¿Puedes comentar más sobre esto, por favor?

PB: Yo tengo curiosidad por esa literatura. A veces voy a esas editoriales independientes, me traigo cuatro o cinco libros, empiezo a leerlos. Y no lo logro. En España me pasa lo mismo. Traigo a escritoras de cuarenta, cuarenta y cinco años con gran ilusión de ver qué me están proponiendo, y me defraudan. Entonces pienso que es una conjunción entre el deseo de la escritura, que es absolutamente legítimo; el deseo de estar en el mundo literario, que también es legítimo. Pero también puede ser un apresuramiento. Un apresuramiento, por un lado, seguramente; y una especie de bajar los estándares de las editoriales. 

JG: El dilema entre cantidad y calidad. Bajar los estándares para producir más. 

PB: Es como que dijeran: “Tú tienes cuarenta años, tienes una primera novela, no está mal, te la vamos a sacar. Y tienes una segunda novela que tampoco está mal y te la vamos a sacar”. ¿Sí? También lo que pasa es que estamos viviendo un mundo de una democracia muy particular. Y es una democracia que empieza en las redes o que se manifiesta en las redes, y que causa confusión a veces, y también engaño. Es un mundo de mucho ruido, digámoslo así, donde decantar lo que es bueno no es fácil. Si a eso le sumas los influencers y todos esos personajes que han aparecido últimamente… no se salva casi nadie de eso, o de esos. Pues sí, es que no es fácil, no es fácil. 

JG: Es la hipermodernidad, la producción incesante de objetos de consumo.  Se sabe que es inmensa la cantidad de libros que se editan y se vuelven a convertir en pasta.

PB: Es correcto.

JG: Piedad, ¿consideras que actualmente hay un divorcio entre la literatura y los intereses de una juventud que no quiere leer?

PB:  Ah, sí, absolutamente. Eso lo sé porque lo veo, pues. Por ejemplo, mi nieta mayor ahora yo no sé si seguirá leyendo como leía. Leía muchísimo, porque sus padres le leyeron cuentos desde que era una bebé en la cama. Y yo creo que, si eso no se hace así, es muy difícil que luego se haga. Luego veo todos esos chicos que llegan a los doce, trece años y abandonan los libros para siempre. Y no les da ninguna vergüenza. O sea, leer no da prestigio.

JG:Leer no da prestigio”

PB: De hecho, yo creo que antes tampoco era que diera mucho prestigio porque en los colegios, digo yo, el que leía era como “el imbécil que lee”. O daba un prestigio rarísimo como de que te hacía que tú fueras una persona incomprendida. Esa persona es rara porque lee. Pero ahora sí que no da ningún prestigio leer. 

JG: ¿Por qué piensas que ocurre eso?

PB: Es que se considera sobre todo una cosa muy aburrida porque no tiene los ritmos esos tremendos a los que se está exigiendo ir, que es que la persona puede hacer cuatro y cinco cosas al tiempo. Te cuento algo que me impresionó mucho: alguien me decía en estos días que descubrió algo espantoso como que un muchacho podía estar viendo cuatro o cinco películas al mismo tiempo. Por un lado, tenemos que el cerebro humano aún no está diseñado para eso, y por el otro lado, esa necesidad de no querer perderse de nada. 

JG: Y en medio de ello, la lectura sufre las consecuencias.

PB: La lectura exige otro tipo de concentración, y, es más, están diciendo los científicos, que el cerebro humano está evolucionando debido a esos usos que se les están dando. Entonces, vamos hacia un mundo donde el silencio y la lentitud son imposibles, ¿no? 

JG: Y en esta misma línea, vuelvo a preguntarle a Piedad Bonnett, la educadora: ¿qué piensas de la inteligencia artificial? 

PB: Eso es una cosa que a mí me intriga mucho. Creo que hay que conocerla mejor porque pudiera ser que estamos especulando un poco. Me interesa muchísimo, y es parte de lo que contiene un libro que acabo de entregar, un libro que se publica ahora en agosto. Parte de mis planes es dedicarme a leer sobre inteligencia artificial, pues no me gustaría caer en esas posturas de “qué horror haber llegado a la inteligencia artificial”

JG: Pareciera que la defiendes.

PB: Esos son cursos humanos. En algún momento alguien conquistó el alfabeto. ¿Qué tal que hubiéramos dicho no al alfabeto? Y a las máquinas, y todo eso. La revolución industrial asustó a muchísima gente. A mí no me gustaría que eso nos ocurriera frente a la inteligencia artificial, sino que fuéramos capaces, como civilización, de poner eso en el lugar que toca. Claro, me temo que no va a pasar, porque si somos capaces de poner a Trump a dirigir el mundo, pues, ¿qué nos hace pensar que vamos a poner la inteligencia artificial en el lugar que toca? Creo que no. Creo que la inteligencia artificial nos va a ir devorando. 

JG: Y frente a eso, ¿qué posición sugieres que debiéramos tomar?

PB: Hay siempre una capacidad de resistencia humana. Siempre hay un grupo de seres humanos que encuentran maneras de resistir. Pienso, por ejemplo, que la poesía es irreductible. Con la inteligencia artificial te pueden hacer creer que eso es un poema. Claro, que ese poema que hizo la inteligencia artificial tiene alguna lógica. Sí, claro que sí. Posiblemente sí, porque está trabajando, pues, con lo que la humanidad ya ha hecho. 

JG: Pero eso no tiene nada que ver con la creación poética.

PB: Por supuesto. Eso que hace la poesía, de rebasarse siempre a sí misma, de que cada poema sea una creación nueva que empieza y termina en ella, o sea, cada poema es una cosa completamente autónoma, que no responde a ningún patrón. Y, sobre todo, tiene una relación muy honda con todo un contexto, que es la voz del poeta, que es única, que es particular, pero además que está escribiendo a instancias de su momento histórico. 

JG: Una experiencia única

PB: Sí, viene de una experiencia única, particular e intransferible, que es lo que creo que no tiene la inteligencia artificial. Viene del fondo de oscuridad que tiene la poesía, esa cosa que hace que las palabras se organicen de esa manera, no aleatoriamente, sino porque hay una voluntad de comunicación que va más allá de lo puramente racional, eso… eso no se puede usurpar.

JG: ¿Dónde estaría entonces el límite de la inteligencia artificial?

PB: Pienso que muchas cosas de la vida cotidiana podrán ser colonizadas por la inteligencia artificial, y probablemente que haya robots que hagan unas operaciones que salgan bien hechas. Pero es que ni siquiera en eso. Por ejemplo, en el terreno de la medicina, tiene que haber una intuición y un análisis a partir de la intuición que no está en las posibilidades, por lo menos de ahora, de la inteligencia artificial. Entonces, si el que opera es la inteligencia artificial, es posible que no pueda tomar unas decisiones repentinas. Este señor, este cuerpo está reaccionando así. Tendría que reaccionar. Yo creo que no hemos llegado a eso. Y que ojalá no lleguemos jamás. 

JG: ¿Cuáles serían las consecuencias?

PB: Nos estaríamos despojando de eso que es eminentemente humano. Es lo que nosotros hemos cuidado toda la vida a través del arte, de la música, de la literatura, del deporte.

JG: Una forma de hacer frente a un mundo regido por el semblante, la impostación. Desde allí quisiera retomar algo que recién comentabas: ¿cómo poder entender que la poesía está en el otro extremo? Por favor, ¿podrías ahondar en tu expresión: “El fondo de oscuridad de la poesía que nos organiza”?

PB:  La poesía está siempre lindando con el misterio. Con lo que no se puede decir. Es decir, ese es el gran poder de la poesía. Lo mismo que el de la música con la que estamos experimentando cosas que no podríamos verbalizar. Y la poesía verbaliza de una manera tan particular y única. Martin Heidegger, cuando habla de la poesía de Hölderlin, destaca ese momento en que aflora el ser, y justo cuando creemos que lo podemos atrapar, se desvanece.  Eso es lo que pasa con la poesía. 

JG: Y las dificultades para enseñarla.

PB: Por eso los maestros no pueden. No les queda tan fácil enseñar poesía porque no es convertir el poema en lo que quiso decir. El poema es lo que dice, como lo dice; por eso es irreductible. Nadie podrá explicar el verso. Por ejemplo, uno sencillísimo como “puedo escribir los versos más tristes esta noche”, porque lo que nos gusta es como lo dijo, como dijo lo que dijo. Así, hay un momento en que la poesía nos condena al silencio, simplemente a abandonarnos a ella. Detrás de la poesía siempre hay un silencio, que es lo que nos estremece. Detrás del poema hay “algo” vibrando que es lo que le da vida a ese poema.

JG: Al respecto, muchas veces has citado a Miguel Hernández cuando dice: porque la pena tizna cuando está ahí. Ahí está ese “algo” que toca lo que no quiere emerger, aquello con lo que no se sabe qué hacer; algo de lo uno no se quiere hacer cargo.

PB: Claro, la elusión. La poesía también es eludir. Para comunicar es increíble que la poesía dé rodeos. En la frase, quizás más en el verso más sencillo, hay un manejo del lenguaje detrás del cual hay otra cosa; y eso es lo que tenemos que entender.

JG:  Justo es el problema de algunos poetas jóvenes de hoy que van de lo directo a lo soez. ¿No comprenden la poética del misterio que elevan a un Bad Bunny a la dimensión de artista?

PB: La banalidad es un muro que no deja pasar a otro nivel, a otra instancia.

JG: ¿La banalidad en la creación? 

PB: Claro, entonces pues sí hay quien piense que Bad Bunny es buenísimo, ¿cómo le hacemos llegar a Ella Fitzgerald?

JG: Agustín Lara o Joan Manuel Serrat.

PB: O, por ejemplo, YoYo Ma. Esos chicos ni siquiera oyen lo que nosotros llamábamos música clásica. Nunca la oyeron y los colegios no la ponen. Como si eso nunca hubiera existido.

JG: Ya para ir cerrando, quisiera hacerte una pregunta sobre algo que siempre me ha llamado la atención: ¿cómo fue el proceso de construir el poemario Daniel, voces en duelo junto a Chantal Maillard? 

PB: Primero fue el descubrimiento, tú tienes un hijo que se llamaba como el mío, que se mató de la misma manera, tenemos la misma edad, nos casamos en el mismo año.

JG: Una sincronicidad impresionante.

PB: Sí. En realidad, a mí me fue especialmente difícil porque creo que Chantal tenía la idea muy clara. Ella había hecho el performance así y yo no. Entonces pensé que esto era tan sencillo como mandarle tales poemas, ella los leería y luego los ensamblaríamos. 

JG: ¿Qué te dijo ella cuando los recibió?

PB: “Espérate”. Eso me dijo. Así, ella empezó a mandarme lo suyo y yo, a dialogar con eso; a meterme en lo que ya estaba ahí. Lo primero fue una lectura profunda del otro. Yo ponía mi poema a dialogar con el de ella. No era aleatoriamente: no se trataba de un poema sobre el nombre. No, fue una cosa mucho más profunda. Ella me decía: “Tú estás hablando aquí, por ejemplo, de la culpa (por decir algo). Entonces en mi cabeza estaba el poema tal. Me iba a él. Lo traía, lo ponía, lo confrontaba y se lo enviaba a Chantal. Ella me decía “sí o no”. Luego, le tocaba el turno a ella. Buscaba entre los suyos y así íbamos trabajando. No queríamos que fuera 1×1, como una cosa mecánica 

JG: ¿Fue un diálogo entonces?

PB: Sí, un diálogo literario impresionante. Nosotras estábamos en silencio como seres humanos simplemente mandábamos y medio opinábamos: “Me parece que sería mejor el poema que pusiste acá, vendría mejor acá”. Así fuimos construyéndolo.

JG: Luego vino el performance que hicieron juntas en el 2018 

PB: Pues eso quedó de un poderío tremendo. Éramos dos madres que están reviviendo en el momento mismo en que verbalizan todo aquello de lo que hablan. Eso exigía una contención del sentimiento brutal. Había una especie de reverberación en el aire, de efervescencia que daba toda la magnitud del dolor; y también la magnitud del poder de la literatura de salvarnos, porque eso es lo que habíamos hecho con la literatura: salvarnos de eso tan tremendo que además no se baja más, que vuelve una y otra vez, vuelve, vuelve, vuelve; como si no hay una despedida del dolor. El dolor está ahí, y el dolor vuelve y emerge, vuelve y emerge…

JG: El dolor es algo con lo que hay que aprender a vivir. Y ustedes fueron elaborándolo hasta el punto en que llegó un momento en que los poemas se hicieron uno.

PB: Pero se reconocen las voces. 

JG: Lo importante es que no cayeron en el peligro de fundirse en el espejo.

PB: No, por qué ese era un trabajo ya hecho. Somos dos seres muy distintos, pero con una experiencia similar.


Obra diversa

Piedad Bonnett es licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes. Hizo una maestría en Teoría del Arte y la Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia. 

Ha publicado ocho libros de poemas. De círculo y ceniza (Mención de honor en el concurso hispanoamericano de poesía Octavio Paz, 1989); Nadie en casa (1994, 2006); El hilo de los días (Premio Nacional de Poesía otorgado por el Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, en 1994); Ese animal triste (1996); Todos los amantes son guerreros (1998; 2008); Las tretas del débil (2004); Las herencias (2008); Explicaciones no pedidas (premio Casa de América de poesía americana de Madrid, 2011, Premio de Poesía José Lezama Lima, 2014); Los habitados (Premio de Poesía Generación del 27, 2016) y varias antologías. 

También es dramaturga y autora de varias novelas, como: Después de todo (2001); Para otros es el cielo (2004); Siempre fue invierno (2007);  El prestigio de la belleza, (2010); Donde nadie me espere (2018); Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara, 2022).

Entre estos destaca Lo que no tiene nombre (2013), considerado por Babelia, España (2016) entre los 100 mejores libros de los últimos 25 años. 

Entre otros importantes reconocimientos también destacan: Premio Víctor Sandoval. Encuentro de Poetas del Mundo Latino, por el aporte de su poesía a la lengua castellana, Aguascalientes, México (2012); Premio José Lezama Lima de Casa de las Américas (2014); Premio Generación del 27 en Málaga, España (2016). XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2024).

La entrada “Las primeras preguntas son siempre sobre uno mismo” se publicó primero en EL NACIONAL.

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