El conocimiento de la Biblia es fundamental para el cristiano porque «en ella encontramos la verdad que Dios ha revelado sobre su misterio y el nuestro». La Palabra, «en la que habita el Espíritu», es uno de los medios por los que «Dios sale al encuentro y busca entablar un diálogo de amistad y de salvación para llamarnos a la comunión con Él».
El rector del Seminario Menor Santo Tomás de Villanueva, de Toledo, y licenciado en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma, Juan Félix Gallego Risco imparte clases en el Instituto Teológico San Ildefonso y de Ciencias Religiosas de Toledo ha indicado cómo iniciarse en la lectura de la Biblia. Esta es «Palabra de Dios en lenguaje humano».
Junto a la Tradición, los libros de la Sagrada Escritura son imprescindibles por su condición de instrumento de Dios «para mostrar la multiforme riqueza de su misterio y del nuestro». Igualmente, Gallego mencionaba los siguientes:
Evangelio según san Marcos
Evangelio según san Juan
Salmos
Génesis
Éxodo
Eclesiástico
Proverbios
Isaías
Carta de san Pablo a los romanos
Apocalipsis
Pese a no seguir el «orden canónico», la lista podría ayudar a la lectura «para ir de lo más sencillo a lo más complejo».
En la Biblia «encontramos lo necesario para saber y vivir para nuestra salvación eterna. Como está expresado en forma humana, es necesario comprenderlo en el proceso histórico y literario. La consideración de que es Palabra de Dios nos aleja de una lectura meramente material y nos enseña que, para mejor comprenderla, hemos de estar en sintonía con su Autor divino. El hecho de que esta Palabra divina está expresada en lenguaje humano nos aparta de una lectura fundamentalista y errónea de los textos», comenta.
En la escritura de los textos, «Dios inspiró a los autores sin privarles de su libertad, ni suplantó sus modos propios de pensar y expresarse, según su tiempo». Por ello, encontramos «géneros literarios desde los que afrontar la lectura».
El rector del Seminario Menor de Toledo recomendaba la traducción de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española por tratar de «mantener un equilibrio entre la literalidad del texto y la expresión literaria y actualizada del mismo», unido a que es la que se emplea en la liturgia y la catequesis. También ha calificado como «muy útil» la ‘Biblia de Jerusalén’, debido a «sus ricas introducciones y aparato crítico» para explicar los textos y ofrecer otros paralelos en los márgenes «para leer a la luz de todo el canon». Aseguraba que «son menos aconsejable las traducciones que, buscando actualizar los textos al lenguaje y pensamiento actual, se apartan de ellos en forma y contenido».
Los comentarios tampoco deben sustituir la lectio divina, es decir, «la lectura y meditación personal de la Sagrada Escritura. Es un método que, por su antigüedad, utilidad y frutos, puede ser de gran ayuda». Consiste en cuatro pasos: lectura, meditación, oración y contemplación que, «con la ayuda de citas paralelas, aúna la comprensión y la aplicación a la propia vida», afirmaba el sacerdote.
Los Evangelios ocupan el centro de la Sagrada Escritura, ya que el Nuevo Testamento, de forma especial estos cuatro libros, «es Antiguo Testamento cumplido en Jesucristo». Comprender esto, proseguía Gallego, «a la vez, ayuda mucho a una mejor comprensión y a conocer el contexto de la primitiva comunidad cristiana, pues los escritores sagrados transmitían a Cristo como evangelio y plenitud de la revelación».
Las celebraciones litúrgicas tienen reservada una de sus partes a la proclamación de la Palabra de Dios. La Iglesia, como Maestra, «da algunas claves para aprender a leerla, por ejemplo, que en la Eucaristía de los domingos la primera lectura haya sido elegida en paralelo al Evangelio». Esto, comenta el rector del Seminario Menor de Toledo, habla de la «unidad de la Sagrada Escritura, orientada a Cristo».
La escucha de la Palabra de Dios durante los tres ciclos litúrgicos ofrece «un recorrido bastante completo de toda la Biblia», pero es una «llamada a prolongar nuestra escucha más allá de la liturgia y de los textos seleccionados para la misma, para hacer de ella nuestro alimento cotidiano», concluía.
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