El JP Morgan sobreestimó la baja del riesgo país ayer y el mismo Gobierno salió a ponerle paños fríos a la cifra de 454 puntos, corregido luego a 561. Si bien mantienen la expectativa de que el índice pueda llegar a niveles "normales" de la región -en torno a los 200 puntos- reconocen que aún falta.
Hay definiciones importantes para la deuda por delante, más allá de garantizar los pagos de esta semana a los bonistas y alejar los fantasmas de una reestructuración forzada. La negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) será crucial para definir el horizonte más claro del índice del JP Morgan.
El debate veraniego sigue atento al valor del dólar, presionado por la devaluación del real en Brasil y el efecto Trump para la divisa norteamericana y los commodities.
En las próximas semanas, Javier Milei y el equipo económico buscarán dar más señales, en encuentros con inversores en Davos y la propia Kristalina Georgieva, con vista a los Alpes suizos, aunque las perspectivas de un nuevo acuerdo le pongan fecha recién para marzo o abril. El Gobierno deberá atravesar los meses más desafiantes hasta la cosecha sin que haya saltos en la brecha cambiaria.
La baja del riesgo país, en ese marco, es un indicador que puede hacer más atractivo el financiamiento no sólo soberano sino de las provincias -que tuvieron que recurrir más a la deuda el año pasado por el ímpetu de la motosierra- y también de las empresas.
La segunda etapa de la normalización, esperan en el Gobierno, debería traer nuevos flujos, ya no sólo pensando en la apertura del cepo, sino para consolidar el crecimiento. El desarme de las estructuras de empleo estatal a las que apunta al Gobierno necesita que el sector privado esté en condiciones de absorber la mano de obra si no quiere que se dispare el desempleo.
El efecto en la economía real del menor riesgo debería traducirse en la mejora de la inversión. Uno de los puntos a discutir es en qué sectores y si todos tienen la misma capacidad de generar el empleo que pueda necesitarse. El debate sobre cuál debe ser el modelo productivo argentino, en ese marco, está lejos de resolverse.
"La fabricación o armaduría de autos en Argentina, es un robo a mano armada. Habría que importar todos los autos y en las fábricas de autos fabricar cosechadoras, tractores, sembradoras", dejó como frase esta semana el diputado de La Libertad Avanza José Luis Espert. Una evidencia de que el horizonte productivo de la Argentina no está claro más allá de los aportes de Vaca Muerta, el agro y el potencial minero.
La apertura de importaciones aparece como una amenaza real para los sectores industriales, aunque hasta ahora, con una recuperación económica todavía incipiente e irregular, está en gateras. Las operaciones para ingreso de productos desde el exterior de bienes de consumo en diciembre estuvieron en línea con las de noviembre, sin boom a la vista, aunque todavía con efecto impuesto PAIS y falta de dólares.
Con un índice de riesgo país alineado con la región, la Argentina puede competir por esas inversiones y revertir el estancamiento de décadas, que la llevan a niveles promedio de 18% inversión/PBI cuando se necesitan al menos un ratio de 25/30%/PBI para impulsar la productividad.