Estábamos a fines de junio y Donald Trump tramaba su próxima presidencia en el dorado aislamiento fuera de temporada del Mar-a-Lago Club.
Las encuestas mostraban una competencia muy cerrada con el presidente Joe Biden, pero la recaudación de fondos volaba por los cielos. También resultaba claro que la condena por 34 delitos no había alterado la contienda. Una gran conmoción habría de llegar dos días después, en el primer debate presidencial, y fue Biden el que terminó sacudiéndose. Luego hubo un impacto incluso mayor el 13 de julio, cuando Trump esquivó por poco la bala de un asesino.
La sala de estar en Mar-a-Lago exhibe una imponente torre de globos rojos coronada con otros más grandes de color dorado que dicen "47", en alusión al próximo presidente norteamericano; es un regalo de un admirador local que adosó una tarjeta dedicada al "mejor comandante en jefe que ha conocido Estados Unidos". Por pedido de Trump, un ayudante trae el más buscado de los artículos nuevos: una gorra del estilo MAGA bordada con la frase "Trump tenía razón en todo".
Afuera de las puertas de Mar-a-Lago el resto del mundo no está tan seguro. Hay preocupación respecto a lo que podría significar una segunda presidencia de Trump. Firmas de Wall Street que van de Goldman Sachs y Morgan Stanley a Barclays empezaron a advertir a sus clientes que se apresten para una suba de la inflación en tanto crecen las posibilidades de que Trump recupere la Casa Blanca e imponga aranceles comerciales proteccionistas. Gigantes de la economía norteamericana como Apple, Nvidia o Qualcomm se preguntan cómo un incremento del enfrentamiento con China los afectará a ellos y a los chips de los que depende todo el mundo. A las democracias de Europa y Asia les inquietan los impulsos aislacionistas de Trump, su endeble compromiso con las alianzas occidentales y sus relaciones con el presidente chino Xi Jinping y el mandatario ruso Vladimir Putin. Y si bien las encuestas indican de manera universal que los votantes norteamericanos prefieren cómo Trump manejó la economía en comparación con Biden, a muchos no les resulta claro lo que obtendrán si se inclinan una segunda vez por él.
Trump descarta esas preocupaciones. "La Trumponomics", afirma, equivale a "bajos impuestos y bajas tasas de interés". Es un "incentivo tremendo para hacer cosas y recuperar negocios para nuestro país". Trump quiere perforar más y regular menos. Va a cerrar la frontera meridional. Asfixiará a aliados y enemigos por igual en busca de mejores términos comerciales. Desatará la industria de las cripto y pondrá freno a las Big Tech irresponsables. En síntesis, hará que la economía sea grande de nuevo.
Tal es el argumento de venta. La cruda verdad es que nadie sabe a qué enfrentarse. Por lo tanto Bloomberg Businessweek viajó hasta Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida, para presionar a Trump en busca de respuestas.
Durante una entrevista de rango amplio sobre negocios y la economía mundial, Trump asegura que si gana permitirá que Jerome Powell concluya su mandato como titular de la Reserva Federal, que finaliza en mayo de 2026. Trump quiere reducir los gravámenes a las empresas hasta el 15 por ciento, y ya no piensa prohibir TikTok. Sopesa designar a Jamie Dimon, presidente y director ejecutivo de JPMorgan Chase & Co., como secretario del Tesoro.
Trump ve con frialdad la idea de proteger a Taiwán de la agresión china y los intentos norteamericanos de castigar a Putin por invadir Ucrania. "No me gustan las sanciones", aclara. Vuelve una y otra vez a William McKinley, de quien dice que en su presidencia a comienzos del siglo XX obtuvo tanto dinero mediante los aranceles que no necesitó aplicar impuestos federales a los ingresos, y aun así no ha recibido el mérito indicado.
Y Trump, que tiene inclinación a la mentira, insiste en que no se autoindultará si es condenado por delitos federales en las tres causas pendientes en su contra: "Ni lo pensaría". Tal vez ni le haga falta: el 15 de julio una jueza federal designada durante su mandato descartó la acusación de que manipuló documentos reservados. El fiscal especial anunció rápidamente que apelaría la decisión.
Los trazos gruesos de la Trumponomics podrían no ser diferentes de lo que fueron en su primer mandato. Las novedades son la velocidad y la eficiencia con las que se propone llevarlos a la práctica. Ahora cree comprender mucho mejor las palancas del poder, como la importancia de escoger a las personas correctas para ciertos cargos. "Teníamos grandes personas, pero a algunos no volvería a elegirlos -advierte-. Ahora conozco a todos. Ahora de verdad tengo experiencia".
Trump considera que su mensaje económico es el mejor camino para aplastar a los demócratas en noviembre, y por eso los republicanos dedicaron la noche de apertura de su convención presidencial al tema de la 'riqueza'. Apuesta a que su plataforma heterodoxa de rebajas impositivas, más petróleo, menos regulación, mayores aranceles y menos compromisos financieros internacionales atraerá a suficientes votantes en estados clave para imponerse en la elección. También apuesta a que los votantes pasarán por alto los rasgos negativos que caracterizaron su primer mandato en la Casa Blanca: las disputas entre el personal, los cambios de 180 grados, los pronunciamientos en redes sociales a las 6 de la mañana. Y por supuesto, el tema de la presunta insurrección del 6 de enero de 2021.
Las encuestas ya muestran que hombres negros e hispanos se están pasando al partido Republicano por cansancio ante las subas históricas en el precio de los alimentos, la vivienda y el combustible. Hasta el 20 por ciento de los hombres negros apoyan hoy a Trump, aunque algunos expertos creen que esas cifras son exageradas. En cualquier caso, Biden tenía dificultades para vender su gestión económica a votantes clave, que consta de una tasa de desempleo muy baja y aumentos salariales. Trump podría ganar en noviembre y muchos líderes demócratas temen que junto con la Casa Blanca también se quede con el control del Senado y la Cámara Baja.
En ese caso tendría un poder sin precedentes para dar forma a la economía estadounidense, al clima de los negocios mundiales y al comercio con los aliados. Su primer mandato demostró que prefiere trabajar de manera personal, lo que daría ventajas a los CEO o líderes mundiales que tienen la mejor relación con él, mientras que sus enemigos se quedarían cortos y tal vez temerosos de lo que podría hacerles. Si algo destaca en la entrevista de Businessweek es que Donald Trump tiene plena conciencia de ese poder, y tiene toda la intención de usarlo.
De corbata y saco oscuro, Trump celebra la corte en la fresca oscuridad de la tarde en la sala de estar de Mar-a-Lago, ávido como siempre de jugar al anfitrión magnánimo. Se encarga de pedir una ronda de Cocas y Cocas Light para sus visitantes, luego pasa a explicar cómo gobernará si vuelve a ser elegido en noviembre.
Los líderes mundiales aprecian la estabilidad y las certezas. Y en la primera presidencia de Trump no consiguieron mucho de eso. Esta vez su campaña tiene una conducción más profesional, pero él no ha presentado una plataforma económica detallada que pueda tranquilizarlos. El vacío generó confusión entre los que se aprestan para un segundo mandato de Trump.
A fines de abril un puñado de sus consejeros informales filtraron al Wall Street Journal una propuesta explosiva para reducir fuertemente la independencia de la Reserva Federal. En general se infirió que Trump respaldaba la idea, algo nada caprichoso en vista de sus ataques previos a Powell. En realidad la campaña aclaró que Trump no apoyaba la propuesta ni la filtración, y su equipo de conducción reaccionó enfurecido. Pero el episodio había sido consecuencia de las políticas amorfas de Trump, lo que lleva a que sabelotodos de centros de estudios como la Heritage Foundation completen los detalles y compitan en busca de influencia. Otros emprendedores políticos de derecha sugirieron propuestas para devaluar el dólar o imponer un gravamen de tasa única.
En Mar-a-Lago Trump deja en claro que está harto de las iniciativas no autorizadas. "Hay mucha información falsa", protesta. Está ansioso por enderezar las cosas en varios temas.
Primero, Powell. En febrero declaró a Fox News que no iba a mantenerlo al frente de la Fed; ahora asegura inequívocamente que permitirá que culmine su mandato, que durará hasta avanzado su segundo gobierno.
"Voy a dejar que termine -dice-, especialmente si creo que está haciendo lo correcto".
Aun así, Trump tiene ciertas ideas sobre la política con las tasas de interés, al menos en el corto plazo. Advierte que la Fed debería abstenerse de reducir las tasas antes de la elección de noviembre, y darle un impulso a la economía y a los demócratas. Wall Street confía en que habrá dos rebajas antes de fin de año, una de ellas antes de los comicios. "Ello saben que es algo que no deberían hacer", señala.
Otra de sus ideas se refiere a la inflación. Trump ha sido incansablemente crítico de la conducción económica de Biden. Pero en la furia generada por los precios y las tasas elevadas ve una oportunidad de seducir a votantes que por lo general no apoyan a los republicanos, como los hombres negros e hispánicos. Trump asegura que reducirá los precios abriendo más el país a la perforación petrolera y gasífera. "Tenemos más oro líquido que nadie", se ufana.
En tercer lugar, la inmigración. Cree que una mayor restricción es clave para fomentar el empleo y los salarios propios. Considera que las restricciones inmigratorias son "el mayor (factor) de todos" en cuanto a la transformación de la economía, con beneficios particulares para las minorías que ansía conquistar. "Los negros serán diezmados por los millones que vienen a este país", opina. "Ya lo sienten. Los salarios se derrumbaron. Sus empleos se los quitan los inmigrantes que entran ilegalmente al país". (Según la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU., la mayoría de los avances en el empleo desde 2018 han sido para ciudadanos o residentes estadounidenses naturalizados, no inmigrantes).
El lenguaje de Trump se torna apocalíptico. "La población negra de este país va a morir debido a lo que pasó y va a pasar con sus empleos; sus empleos, sus casas, todo. Yo quiero detenerlo".
Al margen de la perforación petrolera, Trump no tiene un plan detallado para bajar los precios. Su convicción personal de que los aranceles robustos que propone habrán de producir beneficios no es compartida por los economistas corrientes, quienes advierten que causará más inflación y será equivalente a una suba de impuestos para los hogares norteamericanos. Un estudio del Instituto Peterson de Economía Internacional calcula que su régimen de aranceles impondría un costo adicional anual de US$ 1.700 para una familia de ingresos medios. Y Oxford Economics, un grupo de investigaciones apartidario, supone que la combinación de aranceles, restricciones inmigratorias y rebajas impositivas ampliadas también podría elevar la inflación y frenar el crecimiento económico. La línea general de esas políticas, apunta Bernard Yaros, economista líder en Oxford Economics, es "un aumento en las expectativas inflacionarias".
Después está el déficit presupuestario. El deseo de Trump de renovar su histórica Ley de Empleos y Rebajas Impositivas de 2017 -que tendría un costo estimado de US$ 4,6 billones- y la disminución ulterior de los impuestos a las empresas no coincide de ningún modo con el equilibrio presupuestario según lo que él o sus asesores han explicado hasta el momento. Sumado eso a la presión alcista sobre las tasas de interés que los economistas imputan a sus políticas proteccionistas, los planes de Trump podrían exacerbar la creciente carga de la deuda sobre el país.
Al final, sin embargo, otras posiciones de Trump podrían alcanzar para poner de su lado a los líderes empresarios. Harold Hamm, un donante de Trump y presidente ejecutivo del gigante petrolero Continental Resourcers Inc., escribió en un mail: "Se nota una hostilidad declarada hacia los mercados libres en el gobierno de Biden. En consecuencia, el capital espera a un costado. ¿Por qué? Por la incertidumbre regulatoria y en algunos casos, por la hostilidad declarada hacia ciertos sectores". Hamm da como ejemplo la suspensión que Biden dispuso en enero en los proyectos de gas natural licuado. "Cuando Trump sea reelegido -anticipa-, ese capital que estaba detenido quedará libre otra vez".
Las grandes empresas norteamericanas se están acomodando a la posibilidad del regreso de Trump. En privado muchos CEOs no están entusiasmados. "No lo soportan", dice Jeffrey Sonnenfeld, profesor en la Escuela de Administración de Yale y director de un instituto de liderazgo para directivos que habla de manera regular con muchos ejecutivos de alto nivel. De todos modos, reconocen que puede estar gestándose una nueva unión a la fuerza.
El 13 de junio Trump se reunió en privado en Washington con decenas de los más destacados directores ejecutivos del país, un grupo en el que figuraban Dimon de JPMorgan, Tim Cook de Apple y Brian Moynihan del Bank of America. La ocasión era una "conversación informal" organizada por Business Roundtable, un grupo de presión apartidario. La cita colocó a Trump frente a cantidad de líderes empresarios con los que por mucho tiempo tuvo una relación complicada. Muchos fueron distantes desde el comienzo de su presidencia; algunos hablaron en público después del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021 por parte de sus partidarios. Cook, Dimon y Moynihan condenaron esa violencia, y Cook lo calificó de "un momento triste y vergonzoso en la historia de nuestro país". Pero dos semanas después de que un jurado de Manhattan condenara a Trump por 34 delitos, todos acudieron respetuosamente a conversar con él, un indicio inconfundible del cambio en la dinámica del poder.
Trump está al tanto de su posición con los jefes empresarios del país, y vacila entre buscar su aprobación y esperar que se dobleguen a su voluntad. En Mar-a-Lago, cuando se le presentó el número de julio de Businessweek, que dedicó la portada a Bernard Arnault, el CEO de LVMH Louis Vuitton Moët Hennessy SE, dijo que Arnault, uno de los hombres más ricos del mundo, es "un tipo increíble, un amigo, creo" y preguntó si en la nota apareció esa relación. (No apareció).
Se eriza ante la mención de que ningún CEO de los 100 de Fortune ha hecho aportes públicos a su campaña. (Desde entonces, Elon Musk prometió dar apoyo financiero). Y sigue dolido por la cobertura que hizo CNBC de la reunión de Business Roundtable, porque presentó declaraciones de un CEO anónimo que cuestionó a Trump por sus "llamativas divagaciones" y por "mostrarse perdido".
Al contrario, insiste Trump, el encuentro fue un "festival de amor". "Cuando no me quieran se los diré, porque percibo eso mejor que nadie", agregó. "CNBC llamó y me pidieron disculpas porque se enteraron de que fue una gran reunión". (Un portavoz de CNBC escribió: "No nos disculpamos. Hablamos con el expresidente acerca de mantener abiertas las líneas de comunicación").
Trump dice que les recordó a los ejecutivos reunidos que en 2017 redujo la tasa de impuestos a las empresas "del 39% al 21%" (en realidad fue del 35% al 21%) y prometió bajarla un poco más, al 20%. "Les encantó, se pusieron contentos", recuerda. Luego agrega que quiere llevar incluso más abajo el gravamen: "Me gustaría llevarlo al 15".
Pero Trump también es consciente de que cualquier "amor" que puedan expresar los CEO está motivado en último caso por sus propios intereses; como cualquiera, ellos saben leer las encuestas de opinión. "El que va al frente recibe el apoyo que quiere -reconoce-. Yo podría tener la personalidad de alguien insignificante, y todos vendrían igual".
No siempre ha sido así. Cuando Trump había caído en desgracia y su carrera política parecía terminada luego de sus intentos por revertir la elección presidencial de 2020, la comunidad empresaria republicana formó parte de una coalición ansiosa por ungir un nuevo líder partidario. Empezó a volcar dinero y atención a una generación ascendente de políticos amistosos con las empresas, encabezados por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, la ex gobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, y el gobernador de Virginia, Glenn Youngkin, quien además había sido uno de los CEO de la firma de inversiones Carlyle Group In.. Pero en 2024 la campaña presidencial de DeSantis fracasó, la de Haley se desinfló y la de Youngkin ni siquiera se puso en marcha. Algunos líderes empresarios quedaron sorprendidos y abatidos al ver que Trump marchaba hacia la candidatura.
"Todos se equivocaron", asegura Liam Donovan, lobbista empresario republicano. "Existía la idea básica de que Trump estaba terminado. Pero ni DeSantis ni Haley iban a ser los indicados. Algunos vieron una oportunidad de dar vuelta la página pero no ocurrió. La base quería a Trump".
Es fama que Trump arrastra rencores: el año pasado en una conferencia política conservadora prometió tomarse "venganza". Pero ante la consulta en Mar-a-Lago de si se enfrentaría con los CEO que le desagradan, se mostró reacio. "No pienso vengarme de nadie", subrayó.
Ha reactivado viejas disputas con el CEO de Meta Platforms Inc., Mark Zuckerberg, y con el fundador de Amazon.com Inc. y propietario del Washington Post, Jeff Bezos. El segundo en particular, cuyo diario mantenía un registro diario de las afirmaciones falsas que Trump pronunció cuando era presidente (llegó a las 30.573), provoca una ira especial. Trump dice que "se causó mucho daño a sí mismo" y ganó "un montón de enemigos" por ser dueño del Post.
Pese a todos sus enemigos o críticos empresarios, Trump no carece de apoyos en los directorios o en Wall Street. "La economía de Trump era muy buena", recuerda Scott Bessent, CEO de Key Square Capital Management LLC y aportante de alto nivel a la campaña. "Funcionó para los que estaban arriba y los que estaban abajo. El mercado estaba bien. Los salarios reales subieron. Fue una muy buena época".
Otros CEO destacados que no se identifican como simpatizantes de Trump también han elogiado su presidencia. "Seamos sinceros", declaró Dimon en enero durante el Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza. "Tenía razón respecto de la OTAN, y algo parecido sobre la inmigración. Hizo que la economía creciera bien. La reforma impositiva funcionó. En parte tenía razón sobre China...No estaba equivocado sobre muchos de esos temas críticos, y por eso lo votan".
Trump disfruta con el comentario. Cambió de opinión sobre el hombre al que el año pasado atacó en Truth Social llamándolo "el globalista altamente sobreestimado Jamie Dimon", y ahora dice que lo imagina como posible secretario del Tesoro. "Es alguien al que tendría en cuenta", dijo. (Un portavoz de Dimon se negó a hacer comentarios).
A despecho de su furia periódica con los dirigentes empresarios, Trump parece ávido de contar con ellos en un nuevo gobierno. El gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum, un ex CEO tecnológico, integró la lista corta de sus compañeros de fórmula y es probable que forme parte del gabinete. También Bessent es candidato a secretario del Tesoro. Trump incluso se abraza con CEOs que hace no mucho tiempo se consideraba que eran posibles rivales. "Glenn Youngkin es de lo mejor", afirmó en una charla posterior a la entrevista. "Me encantaría tenerlo en mi gobierno". Y el hombre que al final eligió como compañero de fórmula, JD Vance, fue durante años un capitalista de riesgo.
Con todo, muchos directivos sienten nerviosismo ante el renacimiento de Trump. Ken Chenault, ex presidente y CEO y de American Expresss Co., comenta que las amenazas de Trump tuvieron un efecto gélido sobre los líderes empresarios. "La gente se queda al margen porque temen que haya venganzas", opina. Chenault recuerda otros ejemplos ocurridos durante el gobierno de Trump: su oposición a la fusión por US$ 85.000 millones entre AT&T y Time Warner, y la preocupación de que trató de forzar la venta de CNN debido al desagrado que sentía por cómo informaban respecto de su gobierno.
El expresidente colocó en el centro de su campaña las promesas de subir aranceles, reducir impuestos y combatir la inmigración. Los cerebros entre bambalinas que lo asesoran en esos temas provienen de Wall Street, las universidades y centros de estudios conservadores como la Heritage Foundation, el America First Institute, el Center for Renewing America y el Conservative Parnership Institute. Algo de ese asesoramiento es formal, algo es informal y otra parte es conflictiva.
La campaña de Trump deja en claro que nada se adoptará salvo que lo diga el candidato. Aun así, si regresa a la Casa Blanca, al menos parte del personal y las políticas irán tras él. Aquí una instantánea de sus consejeros económicos:
Radicada en Texas, Rollins es presidenta y directora ejecutiva del America First Policy Institute (AFPI), que fue creado para promover la plataforma económica de Trump y del que se dice que es el gobierno en la sombra del mundo Trump. Antes fue directora del Consejo de Políticas Internas del ex presidente.
Se desempeñó con Trump como titular de la Dirección de Pequeñas Empresas. Preside el AFPI y figura entre quienes preparan el terreno para un posible regreso de Trump a la Casa Blanca. Previamente fue presidenta y CEO de World Wrestling Entertainment Inc..
Ex Representante Comercial de EE.UU con Trump, probablemente tendrá un papel central en un nuevo gobierno, acaso como secretario del Tesoro. Intransigente notorio frente a China, tiene llegada a Trump en comercio y otros temas económicos. Vive en Florida cerca de Mar-a-Lago.
Ex director del Consejo Nacional de Economía, Kudlow sigue hablando con Trump de manera informal. Elogió con entusiasmo la rebaja impositiva a las empresas efectuada por Trump en 2017, y recientemente lo entrevistó en vivo frente a un auditorio de CEOs.
Ex titular del Consejo de Asesores Económicos. El nombre de Hassett figura en la lista de finalistas para encabezar la Reserva Federal cuando concluya el mandato de Powell en 2026. Hassett y Trump hablan a menudo por teléfono.
Fundador del fondo de cobertura Key Square Group LP, Bessent es un destacado recaudador de fondos para Trump y está en la lista para ocupar un prominente cargo económico. Acusó a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, de "apoderarse de la política monetaria" a través de las emisiones de bonos.
Director político del Comité Nacional Republicano, que ha prometido terminar con la inflación, convertir a EE.UU en el productor de energía dominante en el mundo e inaugurar "una nueva era de prosperidad". La mayor influencia de Vought ha sido proponer el despido de miles de empleados federales de carrera.
Laffer es un adalid de la economía de la oferta que se remonta a los tiempos de Reagan. Conocido por la famosa "curva de Laffer" que dibujó en una servilleta, en 2019 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos de Trump. El ex presidente se siente estimulado con Laffer y suelen conversar por teléfono.