Pocos trabajadores en la planta de reciclado habían tenido acceso al sector seguro que algunos llamaban "la jaula de Apple". Detrás de su puerta cerrada, pasando un detector de metales y con vigilancia de cámaras, un pequeño equipo de empleados de GEEP Canada Inc., un procesador de desechos electrónicos del norte de Canadá, revisaban cajas del tamaño de pallets llenas de iPhones usados. Tras abrirlos manualmente en varias mesas, les quitaban las baterías y otros componentes y los descartaban en diferentes cestos. Cuando los cestos se llenaban los transportaban a un sector más grande del depósito, donde los contenidos se volcaban en grandes trituradoras industriales. Aunque los iPhones estuvieran en condiciones para la reventa, el contrato de Apple Inc. con GEEP exigía explícitamente que todos los productos fueran destruidos. A juicio de Apple, era mejor romper esos aparatos, que son los que suelen canjearse en sus tiendas cuando los clientes se actualizan con un modelo nuevo, para obtener sus metales preciosos antes que restaurarlos. En los primeros dos años de trabajo con GEEP, la compañía despachó unos 530.000 iPhones, 25.000 iPads y 19.000 Watches.
Pero no todos terminaron en las trituradoras. Los productos desaparecían de las instalaciones, aunque nadie en GEEP parecía percatarse ni hablar al respecto. Apple era un cliente sumamente importante y tan exigente con la seguridad como los clientes gubernamentales de GEEP, ya que estipulaba mecanismos acerca de cómo debían almacenarse y supervisarse sus desechos. "Te escrutan y hacen una indagación y revisión profunda de tus actividades", comentó un ex directivo de GEEP que, al igual que muchas fuentes citadas en este artículo, habló a condición del anonimato para evitar represalias laborales o cualquier vinculación con irregularidades.
Una preocupación importante de Apple era el robo, problema al que se enfrentan todos los recicladores que trabajan con equipos valiosos. Si esos iPhones o iPads iban a ser destruidos, ¿qué problema había en llevarse algunos antes de que fueran al matadero? Pero el personal era vigilado para impedir esas tentaciones. El contrato con Apple también estipulaba que retenía la propiedad de todo lo que despachaba a GEEP. Algunos gerentes de GEEP parecían tan ansiosos ante las posibles infracciones que cuando llegaron cajas con remeras con el logo de de Apple, se aseguraron de que destruyeran hasta la última hebra.
Luego sucedió la auditoria sorpresiva de Apple. Cuando aparecieron investigadores empresarios para revisar el lugar, una potestad de Apple incluida en el convenio, descubrieron una serie de cuestiones alarmantes. Habían desaparecido toneladas de equipos. Y, los auditores encontraron dos tachos con Watches intactos en una sección de la planta alejada de las cámaras, algo que estaba prohibido por contrato.
Pronto Apple acusó a GEEP de no haber reciclado al menos 99.975 artículos. Identificadores de celulares y otros aparatos revelaron que iPhones que deberían haber sido triturados habían sido reactivados por nuevos usuarios en China. En 2020, Apple demandó a GEEP en un tribunal de Ontario por 31 millones de dólares canadienses (US$ 22,6 millones) por incumplimiento del contrato, alegando un "plan cuidadosamente orquestado" por el que los empleados robaban y desviaban sus productos a terceros que los reparaban y "revendían en el mercado gris a clientes inocentes". GEEP reconoció el desvío de los productos de Apple, pero atribuyó el plan a varios "empleados rebeldes" a los que la compañía había demandado por separado; negó haber infringido las cláusulas del contrato con Apple, y rechazó que fuera "responsable de manera vicaria".
Cuando las demandas vieron la luz tras la primera información publicada a fines de 2020 por Logic, un medio de prensa canadiense, los analistas del sector quedaron consternados. No sólo se trataba de la sorprendente magnitud del supuesto robo; el incidente implicaba que Apple obligaba a un socio reciclador a destruir decenas de miles de iPhones que al parecer estaban en condiciones adecuadas para ser reparados. El momento era incómodo: ese mismo año Apple se había comprometido en público a llegar en 2030 a un 100 % de neutralidad de carbono a lo largo de todo el ciclo de producción, y había precisado en un informe ambiental que "la reutilización era nuestra primera alternativa". Los críticos sostenían que la destrucción contradecía el marketing ecologista de Apple y probablemente impedía que los equipos usados más baratos interfirieran con la venta de productos nuevos.
Y luego no sucedió nada durante cuatro años. Hoy la acción judicial se mantiene en el misterio. No se presentaron nuevas peticiones y, ante la falta de resoluciones, las demandas de GEEP y Apple podrían cesar automáticamente en agosto y enero, respectivamente. ¿Por qué Apple habría de exponer en la Justicia parte de sus acciones internas referidas al programa de reciclado para después dejar que el tema languideciera allí?
Un portavoz de Apple afirma que hoy el reciclado de productos electrónicos avanzó "mucho" desde la presentación de la demanda contra GEEP, y que la compañía fabrica productos con mayor duración. "El programa de reciclado de Apple ofrece a los clientes mecanismos fáciles para que lleven sus dispositivos a analizarlos para restaurarlos o reutilizarlos. Cuando un aparato llega al final de su vida, estamos explorando nuevas formas de recuperar los materiales valiosos que contienen". John Longo, abogado de GEEP, declaró que "no haría comentarios mientras el asunto esté en la Justicia".
Líderes veteranos del sector de desecho electrónico, quienes afirman que el robo es más generalizado de lo que la gente piensa, indican que la demanda de Apple bastó para poner a GEEP como el mal ejemplo y mandar un mensaje enérgico a sus otros socios de que también podría enfrentarse a ellos por el robo de iPhones.
GEEP no es el único reciclador con el que Apple se ha enfrentado. En la década de 2010 la compañía investigó robos en recicladores que iban desde el Li Tong Group en Asia a Stena Metall AB en Europa, afirma un ex directivo de Apple, al tanto de las auditorías de la empresa. Presentaciones judiciales bajo reserva indican que en 2015 la compañía descubrió una presunta trama en Tes-Amm de Singapur que implicaba a empleados que habían robado dispositivos y componentes de Apple, incluso grandes cantidades de costosas placas de circuitos. Para cubrir sus huellas los trabajadores mezclaban los desechos de Apple con los de otras firmas hasta igualar las cantidades de entrada y salida en la instalación, una cifra que Apple vigilaba de cerca. (Un portavoz de Tes-Amm dijo que no podían comentar acerca de la relación con ningún cliente, pero agregó que la seguridad es primordial. Li Tong se negó a hacer comentarios. Stena deslizó que el ex directivo de Apple "parece estar desinformado", pero no dio más detalles).
Para disuadir el robo, Apple contrató consultores externos de seguridad que escoltan los camiones hasta los recicladores, presencian la descarga y destrucción y generalmente documentan el proceso. Sin embargo, en vista de los volúmenes que entregan, es obvia la tentación de que trabajadores con bajos salarios eludan la vigilancia y se queden con algunos dispositivos, especialmente los iPhone. "Es pequeño, cabe en los bolsillos y vale mucho", explica Renee St. Denis, gerente senior de reciclado mundial en Apple hasta mediados de 2018. "Lamentablemente, a veces también participan los gerentes".
Hay muchas razones por las que los fabricantes y vendedores de productos electrónicos pagan para que trituren sus productos. Algunos quieren desprenderse de inventarios no vendidos y hacer lugar a nuevas generaciones de productos. Los artículos usados también podrían contener datos personales que deben ser destruidos. La trituración mitiga además el riesgo de que ciertas piezas -módulos de cámaras, sensores, chips- caigan en las manos equivocadas y terminen en los llamados "dispositivos Frankenstein". Se trata de aparatos arreglados para parecerse al original que se venden o canjean de manera ilegal.
Puede que fundir el metal de los dispositivos para que reingresen a la cadena de suministros suene ecológico, pero el reciclado dista de ser la opción más ambientalista. El valor de recuperación de un iPhone es bajo, y como el 80 % de su huella de carbono se emitió durante la producción, la senda más sensata en cuanto a la ecología sería mantener con vida el aparato lo máximo posible. "La meta en verdad es minimizar la cantidad de materiales que tienen que pasar por el reciclador, ya sea produciendo un aparato que dure más o asegurándose de que componentes y módulos puedan ser reutilizados", comentó Nirav Patel, fundador de Framework Computer Inc., una startup que produce laptops diseñadas para atravesar reparaciones fáciles. "El reciclado es el último recurso", agregó.
Desde luego que muchos de los productos que se mandan a las trituradoras no funcionan o son demasiado viejos para salvarlos. Y el diseño durable del iPhone dificulta más las reparaciones. Pero el modelo de negocios de Apple de tentar a los usuarios para que se actualicen regularmente con lo último y lo más grande no incentivó exactamente a la compañía para arreglar todos los dispositivos que pudiera. "Apple no puede vender teléfonos nuevos por US$1000 si todavía quedan en el mercado aparatos de dos generaciones previas", comentó el ingeniero de reciclado. "Mientras más se desprendan de teléfonos viejos, más teléfonos nuevos podrán vender".
Apple mejoró la eficacia (y seguridad) de su reciclado haciéndolo en parte en la propia empresa. Su equipo de innovación ecológica desarrolló un robot llamado Liam, presentado en 2016, que puede desmantelar un iPhone 6 en seis componentes diferentes. Esa preselección amplia permitió que Apple recuperara más metales, mientras que los trituradores tradicionales por lo general destrozan dispositivos intactos o mínimamente desarmados. Imanes y otros mecanismos que tratan de separar restos entre la masa aplastada suelen perder grandes cantidades de material.
Sin embargo, la precisión automatizada de Liam mostró sus límites. Sólo podía encargarse de un modelo de iPhone, y no del todo bien. Si un artefacto tenía tornillos corroídos o el interior pegajoso el robot sufría un desperfecto. Una persona al tanto del proyecto calcula que Liam podía funcionar unos diez minutos sin intervención humana. Otro informante indicó que a veces Apple entregaba al robot teléfonos que todavía funcionaban y que, en las exhibiciones para la prensa, les daban unidades escogidas para que no tuviera problemas, por lo que Liam había sido preparado más para la promoción que para el uso a escala.
Unos años después Apple presentó Daisy, sucesor de Liam, con un prometedor método de destrucción, los brazos robóticos de Daisy y los cuatro puestos de maquinaria arrancaban las pantallas, extraían los tornillos, congelaban las baterías para mejorar la extracción y golpeaban los módulos sobre cintas transportadoras. Esta discreta producción generó mejores índices de recuperación de elementos como el cobalto y el tungsteno. Hacia 2019, el robot podía procesar y desarmar 15 modelos de iPhone a un ritmo de 200 unidades por hora. Pronto la empresa agregó un segundo Daisy a un centro logístico asociado de DB Schenker en Países Bajos.
A algunos les sorprende que Apple siga promoviendo una máquina que tiene seis años de antigüedad y sólo es capaz de procesar 1,2 millones de iPhones por año, que es lo que la compañía vende en 48 horas. La firma estudia entregar licencias de la tecnología a otros recicladores para creen sus propios sistemas automatizados, pero eso no ha ocurrido, posiblemente debido al costo del robot y a su arquitectura limitada al iPhone. Matthew Travers, científico del Instituto de Robótica de la Universidad Carnegie Mellon que contribuyó al desarrollo de Daisy, afirma que en el futuro cercano la automatización gradual seguramente aumentará el desarmado manual y la infraestructura de los trituradores.
La realidad en las plantas tradicionales de desmantelamiento es mucho menos tecnológica. Por la fecha en que Apple puso a operar a Daisy en Países Bajos, una persona que entonces trabajaba en Re-Teck, otro socio de reciclado de Apple, recuerda haber presenciado la destrucción de toneladas de AirPods, Macs y Watches, muchos de los cuales parecían en buen estado. (Re-Teck se negó a hacer comentarios). En algunos casos, agregó el empleado, los trabajadores tenían que romper a martillazos los equipos.
La planta de 46.000 metros cuadrados de GEEP en una zona industrial de Barrie, Ontario, era un caos de cajas abiertas llenas de computadoras viejas, televisores y voluminosos electrodomésticos. Los trabajadores vestían mamelucos naranjas y máscaras. Una cinta se elevaba unos dos pistos hasta la principal "trituradora en cadena". Cuando una enorme impresora de oficina ingresaba en su recinto de picadoras giratorias, su desintegración sonaba como un terremoto.
La obtención del contrato con Apple a fines de 2014 fue un gran logro. Dos ex empleados de vieja data señalan que el negocio de GEEP, que entonces tenía actividades en Vancouver y Montreal entre otras localidades, llevaba años de dificultades.
Había rumores de robos en GEEP, pero siempre en pequeñas cantidades. Incluso después de que atraparan a un empleado robando unos auriculares para venderlos en Internet, no era difícil quedarse con videojuegos o cámaras destinadas a la destrucción. Algunos percibían que estaban ocurriendo cosas más sombrías.
GEEP debía destruir todos los iPhone, iPad y Watch que no pudieran reutilizarse en los 45 días posteriores a su recepción. Representantes de Apple aparecían regularmente para supervisar la llegada de productos, e incluso escoltaban a los montacargas desde la jaula de Apple hasta las trituradoras, comenta una persona que conoció el proceso. Aun así, no era imposible eludir la seguridad. "Eran cientos de miles de kilos de material -comentó el informante-. Nadie iba a darse cuenta si faltaban 100 kilos aquí o allá".
Al final, quedarse con millones de dólares en productos de Apple en GEEP no requería de una astucia propia de La gran estafa, sólo bastaba con algunos trucos logísticos y de contaduría. Alguien empezó a alterar los registros electrónicos y a reclasificar los embarques de Apple con códigos para cojinetes de cobre y otros materiales. Según determinó posteriormente GEEP, esos cargamentos luego eran transportados a Whitby Recicling Inc., un agente de chatarras con el que GEEP hacía negocios ubicado a 90 minutos de viaje cerca del Lago Ontario. David Rubin, abogado de Whitby y de su presidente, Fu Yuan Yang, afirma que éste último niega haber participado en la conjura y que sólo compraba y vendía chatarra. "Nada tenía que ver con los iPhones -asegura Rubin-. Si alguien colocó cosas que no deberían estar allí, él no tuvo idea ni participación en eso".
No queda claro el momento exacto en el que Apple comenzó a percibir actividades cuestionables. A parte de rastrear los aparatos que despacha al reciclado, la compañía analiza informes de datos que detallan la destrucción por peso y rendimiento de materiales. Si hay variaciones en el porcentaje de metales preciosos que llegan de un lote de iPhones, aparecen banderas rojas en Cupertino.
En agosto de 2017, Apple efectuó una inspección sorpresiva en GEEP. Revisando documentos empresarios e interrogando a empleados, los auditores pronto se dieron cuenta de que habían desaparecido muchos más aparatos que los que pueden esconderse en la ropa interior de algún empleado. En enero de 2018 Apple se reunió con directivos de GEEP para compartir lo detectado en su pesquisa; luego rescindió el contrato y determinó que al menos 5.336 kilos de equipos de Apple habían desaparecido sin ser destruidos.
Al año siguiente GEEP demandó a tres ejecutivos, tras acusarlos de desviar casi 100.000 dispositivos de Apple a la compañía de Yang a cambio de sobornos. Esos productos fueron enviados al exterior y revendidos. En un documento judicial GEEP admitió haber desviado los iPhones cuando le presentaron pruebas de la trama.
En enero de 2020 Apple presentó su propia acción judicial contra GEEP. "El sector explotó cuando pasó lo de Apple -comenta el ex directivo de GEEP-. Piensen que son Hewlett-Packard y tienen negocios con GEEP. Surge la pregunta: si hacen eso con Apple, ¿qué nos harán a nosotros?".
Después de un frenesí inicial de actividades legales, no hubo presentaciones posteriores en ninguna causa durante 2021 o desde entonces. Es posible que Apple haya abandonado las acciones para evitar un mayor escrutinio público sobre sus programas de reciclado, o tal vez resolvió el tema de manera privada. En este momento GEEP Canadá ya no existe. Mediante una fusión la planta de Barrie ahora es parte de Quantum Lifecycle Partners LP, que afirma no tener parte en la demanda de Apple. A menos que la causa llegue pronto a juicio, el asunto seguramente prescribirá en enero de 2025.
Sin registros judiciales es mucho más difícil determinar quién supo de los supuestos robos y cuándo lo supieron. Algunos se preguntan si la responsabilidad recayó injustamente en Cooper, White y Micks, en vista de la complejidad de la conjura. Lo innegable es que la demanda impactó como un rayo en otros recicladores de Apple que reforzaron la seguridad y mantienen reserva sobre sus actividades. "Repercutió en todo el sector: si no eras estricto antes, sin duda que lo vas a ser ahora", declaró un asesor en reciclado que en años recientes trabajó para Apple en la destrucción de accesorios como los AirPods. (El diseño compacto de los AirPods hace imposible la reparación, por no hablar de la cera que acumulan). La demanda parece haber hecho más cautelosos a los recicladores a la hora de hablar de la práctica, de por sí opaca, de la destrucción forzada, que sigue siendo común entre los fabricantes de productos electrónicos. "Apple lo hace más que los otros", señaló otro consultor que hasta 2023 estuvo implicado en la tarea de convertir iPhones y iPads "perfectamente reutilizables" en "papilla de metal".
Apple comunica la cantidad de artefactos que restaura cada año -unos 12 millones- pero no revela cuántos recibe y decide reciclar antes que revender. Una persona al tanto de las actividades afirma que los vendedores secundarios podrían vender cantidades de iPhones de baja calidad que Apple tritura porque no son lo bastantes pulcros para ingresar en su programa de "restauración certificada". Ha seguido invirtiendo en máquinas de reciclado, como Taz, una trituradora de avanzada que se presentó en 2022 y fue diseñada para recuperar metales de módulos de audio; la firma todavía publicita el llamativo robot Daisy, que ahora puede procesar hasta 29 modelos de iPhone. Tras años de resistirse a iniciativas externas que facilitaran la reparación de sus aparatos, Apple anunció recientemente su respaldo en California a la ley de derecho a la reparación que entrará en vigor el mes de julio. La norma exigirá que los fabricantes tengan disponibles manuales, componentes y herramientas a precios razonables.
De todos modos, para Kyle Wiens, un activista del derecho a las reparaciones que es uno de los fundadores de la empresa restauradora iFixit, Apple debe hacer más para estar a la altura de los valores ecológicos que abraza. Sostiene que la compañía dificulta la reparación de los iPhone debido a una función llamada "emparejamiento de componentes", un software que desarregla el teléfono de quien intente usar una pantalla o batería distinta a la del modelo de fábrica. Apple alega que se trata de una medida de seguridad necesaria, pero Wiens detectó que provoca defectos y mensajes de advertencia arbitrarios en caso de reparaciones básicas. Por ejemplo, el cambio de dos pantallas o cámaras en iPhones flamantes causó desperfectos en funciones como el reconocimiento facial o el brillo automático. (El 11 de abril Apple anunció mejoras en la funcionalidad de ciertos repuestos que se utilizan en la reparación de modelos de iPhone nuevos).
Wiens insiste especialmente en que Apple debería rescindir contratos como los que tenía con GEEP, que exigen que los recicladores trituren los dispositivos. Cree que esa práctica debería ser ilegal porque si los aparatos no pueden repararse, hay ciertos componentes internos que a él y a otros especialistas les encantaría comprar para usar en sus propias acciones de restauración. "Si los consumidores supieran del volumen de productos de calidad que se destruyen todos los días quedarían impactados", considera Wiens. En cuanto a los trabajadores de GEEP que robaron y revendieron los iPhones, opina que "estaban ejecutando la obra de Dios".