Lo que convierte a una persona en un político no es lo que piensa ni lo que desea, sino el rol que cumple. Esa condición es la que condena a Javier Milei a ser lo que desprecia, un político. Una autocondena a la que se sometió, a pesar de su evidente desamor por los políticos, al ofrecerse para representar a la ciudadanía dispuesta a elegirlo.
Con el traje de político puesto, Milei tiene que aprender rápido (como imaginamos lo está haciendo), los gajes del oficio. Y no hay mejor consejo para ejecutar ese rol como el que nos legó Theodore Roosvelt, quien atravesó esa instancia y recomendaba para el caso "haz lo que puedas, con lo que tienes, donde estés".
La fortaleza política es el elemento central para determinar los márgenes de acción de un presidente, por ello Roosvelt vincula el poder con el tener. Se puede hacer lo que los recursos políticos permiten hacer, y por ello no solo es importante conocer esa limitación (saber que se puede lo que se tiene), sino también tener un correcto diagnóstico de lo que se tiene (saber con precisión qué se tiene). El modo en que Milei entienda este aspecto estructural del ejercicio del poder, definirá sus márgenes de probabilidad de éxito. Un aspecto que Milei no comprendió al inicio de su mandato, cuando quiso hacer más de lo que ningún presidente pudo hacer, siendo el presidente más débil de la historia política Argentina.
¿Hasta cuándo Milei estará solo en la escena?
El problema de esa debilidad política es que reduce los márgenes de acción, y por ello el margen de error. Si bien Milei reclama, con el resultado del balotaje en la mano, tener centralidad en el proceso de toma de decisiones; los diputados y senadores reclaman, también con el resultado de las elecciones generales en la mano, participar de esas decisiones. Y la gravedad de lo que hay que enfrentar no es un atenuante para la debilidad política de Milei, sino un agravante. La delicadeza de la situación económica no garantiza per se un régimen de excepcionalidad para gobernar, esa excepcionalidad la da una mayoría, que Milei no tiene.
En un país acostumbrado a ver brechas económicas, esa debilidad de origen dibujó a lo largo de este primer semestre de gobierno una brecha política: la distancia que hay entre lo que Milei quiere hacer y lo que puede hacer. Una brecha que pudiera verse representada en lo que simbolizan dos de sus funcionarios: si Federico Sturzenegger es quien representa más fielmente lo que Milei quiere hacer, Guillermo Francos representa (o simboliza con su accionar) muy fielmente lo que Milei puede hacer. La Ley Bases, que podría ser sancionada definitivamente esta semana, comenzó siendo lo que Sturzenegger quiso que sea, y terminó siendo lo que Francos pudo lograr que sea.
Ahora, la sanción de la Ley Bases es una gran enseñanza para Milei pero no gratuita, ya que acarrea costos para la probabilidad de éxito del programa económico. De solo pensar que el paquete fiscal, que repercutirá positivamente en los ingresos del Estado nacional, pudiera haberse sancionado cuatros meses antes -con su consecuente mejora en los ingresos fiscales durante ese tiempo-, uno puede verificar ese costo de oportunidad perdido.
Y el factor tiempo no es una variable irrelevante en toda esta ecuación. A Milei tampoco le sobre el tiempo para ejecutar una operación de alto riesgo como la de arreglar esta economía. Su éxito debe ocurrir en un período de tiempo inferior al tiempo en el que se le agoten sus recursos políticos. Porque en última instancia, si el ancla del programa económico es la corrección fiscal, el ancla del programa político de un gobierno de minoría de estas características es el apoyo social. Y ese apoyo social no es infinito, y está ajustado al tiempo que la gente pueda estar dispuesta a tolerar las inclemencias del proceso de corrección de desequilibrios hasta ver resultados. Ese es el tic tac que corre detrás de todo el proceso político.
En última instancia, todos los presidentes terminan haciendo más o menos lo que la realidad les permite hacer, más que lo que desean hacer. Pero se puede hacer lo que se puede, con lo que se tiene y donde uno está de una manera óptima o de muchas maneras subóptimas. Y da la sensación que en aquello que Milei quería hacer y que necesitaba ayuda de otros -sacar leyes, por ejemplo-, las cosas se están haciendo de una manera muy subóptima para las necesidades de la coyuntura. Quizá es por eso que Sturzenegger comenzó siendo en enero el único funcionario que parecía iba tener acceso a la Quinta de Olivos, y en junio el Jefe de Gabinete termina siendo Francos.
Pero en Argentina, eso de "lo que la realidad les permite hacer" se pudiera sintetizar en un acrónimo: FMI. Por ello los Staff Report del FMI terminan siendo las balizas que anuncian los límites que la realidad le impone al camino, por la sencilla razón que ningún programa económico puede funcionar sin el aval del FMI.
Sin bajar la inflación no se puede, con bajarla no alcanza
No importa lo que Milei quiera hacer, importa lo que el FMI le deje hacer. Más para un gobierno que pretende consolidar su programa económico sobre la base de la confianza en los agentes económicos, en los mercados. Desafiar al FMI no pareciera ser una buena forma de ganarse la confianza de los mercados.
¿Y qué dice el último Staff Report del FMI? Que los riesgos, aunque más equilibrados, siguen siendo elevados. La recesión económica podría ser más prolongada, el proceso de desinflación podría resultar más obstinado, y ello llevaría a una intensificación de las tensiones sociales. ¿Y qué le pide el FMI al Gobierno? Que redoble los esfuerzos para trabajar con el Congreso, los gobernadores provinciales y otras partes interesadas para asegurar la aprobación de la legislación fiscal y estructural clave.
En definitiva, el FMI le está pidiendo a Milei que sea lo que no quiere ser: un político. Y así delinea un curioso derrotero para su destino, ya que para que le vaya bien, para poder hacer lo que quiere, debe hacer lo que no quiere. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.