Los Reyes Magos acabaron encontrándose con el agua en su llegada a Sevilla. No fue el 5 de enero, fecha tradicional de la Cabalgata en la víspera de la Epifanía, pero sí que ocurrió en el tramo final del discurrir de Sus Majestades por las calles de la capital hispalense en esta histórica edición celebrada en la tarde del sábado 4 de enero. Pese al acto de presencia de la lluvia ―leve, eso sí― una vez que el cortejo real cruzó el río para visitar los barrios de Triana y Los Remedios, durante toda la tarde noche los sevillanos acompañaron a Sus Majestades en una Cabalgata aún más multitudinaria que la del año pasado y que destacó especialmente por el superlativo apartado estético de sus carrozas. En los momentos previos a la salida de la Cabalgata desde el Rectorado de la Universidad, la última antes del traslado a la fábrica de Artillería , no eran pocas las familias expectantes para ver a Sus Majestades. Todas ellas tenían claro, pese al inédito adelanto del desfile real, cuándo dejarán los Reyes los regalos en sus casas: en la mágica noche del 5 al 6 de enero , como cada año. Dentro de la antigua fábrica de tabacos se vivía un auténtico frenesí con los preparativos de todos los beduinos, que se motivaban dando saltos mientras cantaban uno de los grandes éxitos de estas Navidades: el ya manido villancico de Niña Pastori , ese que se ha escuchado en absolutamente todas partes. Durante la tradicional presentación y coronación de los protagonistas del cortejo real desde el balcón, lo primero que se hizo fue aclarar la situación, aún confusa para muchos, señalando que los Reyes Magos « vienen un poco adelantados por las inclemencias del tiempo , pero estarán la noche del 5 al 6 todos los regalos en vuestras casas. Un constipado a la edad de los Reyes es muy complicado». Aquellos instantes tuvieron sus puntos de humor, y también similitudes con el misterio del Carmen por los gallos que soltó el divertido presentador justo antes de la coronación de Melchor, «el que nos da salud», Gaspar, «que tiene colapsada la Pañoleta de camiones», y Baltasar, «el rey desmarcado». Ya con las preseas impuestas por el rector de la Universidad de Sevilla, el arzobispo y el alcalde, respectivamente, todos ellos saludaron a los sevillanos unos quince minutos antes de que el cortejo comenzara a invadir las calles de la ciudad. Apenas pasaban las cuatro de la tarde cuando la agrupación musical Virgen de los Reyes daba comienzo al pasacalles real interpretando 'Bajo el mar' y un excelente popurrí de Camela en una calle Palos de la Frontera que rompió en aplausos. Entre las primeras imágenes de la tarde estuvo la del arzobispo, José Ángel Saiz Meneses, repartiendo caramelos a diestro y siniestro con alegría y gran pasión. Una estampa que ya se dio el año pasado y que está destinada a convertirse en un clásico de la Cabalgata. Con buen ritmo iba saliendo todo el cortejo que, siguiendo la estela de los últimos años, presentaba un aspecto cada vez más vistoso y renovado, superándose en belleza cada año . No en vano, 13 de las 33 carrozas presentaban un nuevo diseño, obra del director artístico del desfile real, Jesús Corral. Entre las nuevas incorporaciones, homenajes a instituciones sevillanas como la hermandad de la Amargura, la empresa Llopis o el Colegio de Enfermería. Si las carrozas, como la de la Estrella de la Ilusión ―con emotivo recuerdo del director artístico a su madre incluido― y la del Mago de la Fantasía, de las más espectaculares, eran coloridas en los primeros compases de la tarde, cuando se encendieron por la noche adquirieron una nueva dimensión. El rey Melchor conquistó a muchos pequeños cuando aún brillaba el sol. «¡Melchor, eres el mejor!» y «¡Saluda, por favor!» se escucharon entre los más fieles al rey de las barbas blancas mientras este les lanzaba golosinas. Los caramelazos, por cierto, dolieron menos este año en líneas generales. No es que los casi mil beduinos y el millar de figurantes que integraban las carrozas los lanzaran con desgana, sino que los habituales caramelos duros se habían sustituido en gran cantidad por otros blandos. La medida ayudó para la labor de los servicios de limpieza, pero también a aquellos que suelen ser diana fácil de impacto de golosinas duras en sus cabezas. La mayor animación del cortejo la puso la numerosísima legión de beduinos de Baltasar , aclamada por niños y mayores mientras se abría paso por Menéndez Pelayo. «¡Que bote Baltasar!», corearon una y otra vez a lo largo de una abarrotada Ronda, consiguiendo siempre que el rey mago de tez morena se levantase de su trono para saltar. Los caramelos compartían protagonismo con globos, silbatos y pequeñas pelotas, que la gente recogía en bolsas, cajas de cartón, zurrones e incluso sombreros de todo tipo. Las banderas de «Yo soy de Baltasar» se alzaban a un lado y otro de la calle por parte de los espectadores, que no disimulaban su preferencia por el último de Sus Majestades. Aunque lo que más les gusta a algunos sevillanos de Baltasar es su espalda. Eso es innegable. Discurría su carroza poco después de superar los Salesianos de la Trinidad cuando comenzó a sonar a todo volumen por un altavoz 'Pasa la Virgen Macarena' , lo que cosechó los aplausos de gran parte de los presentes. Un poco más adelante, en la puerta de Córdoba, se desató la locura . Fuegos artificiales desde el convento de Capuchinos y la calle Florencio Quintero anunciaban el homenaje de Baltasar a su abuelo y a su barrio. A sones de 'Viviendo deprisa', su canción de cabecera, el rey mago mandó besos al cielo y dejó un ramo de flores en la entrada de la calle entre aplausos y cañones de confeti. Lo cierto es que el amor fue uno de los protagonistas de la tarde. Si no, que se lo digan a Jesús Díaz, el Gran Visir, que aprovechó una ocasión única como presidir una de las carrozas de la Cabalgata para pedir matrimonio a su novia , que iba en la carroza con él. La romántica escena se dio poco antes del paso del Arco de la Macarena, con un público que se cayó de la emoción. Por si había alguna duda, ella dijo que sí. A Zipi y Zape , una de las incorporaciones de este año tras el éxito de Mortadelo y Filemón en la pasada edición, les iba la marcha. No dudaron en mover el esqueleto cada vez que tocaban los Gitanitos de la Ilusión, la banda que antecede a Gaspar y sus pajes y beduinos. En la Alameda de Hércules, los personajes de José Escobar causaron sensación entre los sevillanos y también entre un grupo de extranjeros que, sin saber quiénes eran, quedaron encantados con ellos. «¡Que bote la Alameda!», rugían desde la carroza egipcia mientras desde la de la alimentación saludable ondeaban una bandera con un serranito . Sevilla es para comérsela, y su Cabalgata también. El rey Gaspar, con un innegable aire a Ringo Starr, regalaba peluches a su público más fiel, pues sabe que, aunque nunca ha sido el más popular de los tres reyes, es particularmente querido y apreciado por unos cuantos. Como apreciada es la Cabalgata por los sevillanos, que cada vez engalanan más sus balcones con banderas, globos, pancartas y decoración de todo tipo al paso de Sus Majestades. Este año incluso se ha visto algún Sagrado Corazón de Jesús a cuento de la reciente polémica surgida sobre la famosa estampita vista en televisión. Rondaban las siete y media cuando unas tímidas gotas provocaron miradas nerviosas al cielo. Aunque la cosa aún no fue a más, fue el primer aviso. La Cabalgata continuó recorriendo el centro de la ciudad con normalidad. Después de unas primeras horas bastante cálidas, al hacerse de noche comenzó a refrescar, algo que no supuso una merma de público. Ya había caído la tarde cuando, al otro lado del río, el cortejo se adentraba en el barrio de Triana encabezado por la carroza de la Estrella de la Ilusión, que había sido coronada el día 2 en la capilla de la Estrella. Por allí delante discurrió, mientras los bares estaban a rebosar, toda la comitiva entre la algarabía propia de esta fiesta, una algarabía que se repetirá cien días después, cuando los nazarenos de San Gonzalo inunden de blanco toda la calle San Jacinto en un nuevo Lunes Santo. Fue entonces cuando volvió a aparecer el agua , que, si apretó un poco cuando la Cabalgata buscaba el barrio de Los Remedios , aunque en ningún momento la deslució. Pasaban las ocho y media cuando comenzó a aligerar el ritmo de las carrozas sin que ello fuera en detrimento del público, que se mantuvo hasta los últimos compases del recorrido, en los que algunos presenciaron la caída de un paje de su carroza. Volvió a destacar el ambiente tan festivo de la calle Asunción , consagrada completamente como uno de los puntos calientes del itinerario de la Cabalgata, especialmente en el balcón de Pepe Pinreles. Allí, un gran rótulo daba la bienvenida a los Reyes al «barrio de la ilusión» . Confeti, globos y música a raudales, y algún paraguas suelto, combatieron al líquido elemento, que también se adelantó porque no quería perderse la Cabalgata.