Mauro Silva habita en ese éter glorioso que los aficionados al fútbol paladean, ese fútbol que pendula entre el antaño y lo contemporáneo. Pensar en el él es pensar en el mediocentro de aquel Superdepor en el que los brasileños de Lendoiro se reivindicaron, a la verita de la Torre de Hércules, como mitos dorados que compartían la pasión silente de la 'saudade' lusófona. Mauro Silva era un corazón, un pulmón, un seguro en el medio del campo que aprovechaba eso tan mal visto hoy, el futbolista con piernacas, para interceptar, templar y mandar. Había algo italiano en su morenez , en su pundonor ajeno al divismo de sus compatriotas. En casi 400 partidos (369 en concreto) con el Depor,...
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