Los sevillanos tenemos la suerte de poder presumir de muchas cosas frente al resto. La principal de todas es esa bendita dicha de vivir en la ciudad más bonita del mundo, porque a eso no nos gana nadie. Somos afortunados por ello, como también por el hecho de disfrutar de los dos amaneceres más hermosos que cualquiera pudiese imaginar. El primero de ellos se produce cuando los tímidos rayos del sol del alba iluminan la cara de la Macarena en la mañana del Viernes Santo, cuando ya viene de vuelta, cansada pero radiante por repartir su Esperanza, en ese instante en el que sus perfiles se mecen entre la arboleda de la Encarnación. El otro, que a todos nos iguala...
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