Nuestra dúctil sesera de adolescentes atolondrados explotó cuando vimos 'La vaquilla', de Luis García Berlanga . El maniqueísmo que nos esclavizaba por fin se quebró. Comprendimos que primó, en la Guerra Civil, la carne de cañón que alistaban según la procedencia geográfica coloreada de rojo o de azul. Y gracias a esa película creímos, qué inocentes éramos, que se cerraban las heridas porque semejante carga socarrona sólo podía reconciliarnos. El toque berlanguiano cicatrizando aquellos odios. Nos equivocamos. Pero agradezco que uno de los referentes con los que nos educamos viniese con esa vaquilla que acaba muerta en la tierra de nadie, o sea en la tercera España que jamás fructificó porque descalabrar al prójimo siempre nos hipnotizó. Sí, crecimos con...
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