El imparable adelanto de la hora de inicio de la misa del gallo depara escenas difíciles de entender desde el punto de vista litúrgico: a la hora de la merienda, con el sol todavía por declinar y con el templo comercial abierto de par en par para las compras de última hora. Lo más incomprensible es que se siga celebrando en tales circunstancias la misa de medianoche y no la vesperal, que es la que tocaría. La solemnidad de la Natividad del Señor tiene cuatro misas (de vigilia, de medianoche, de la aurora y del día) que han de acompasarse con el horario y que desarrollan una progresión catequética en los evangelios y lecturas que se proclaman desde la genealogía de Jesucristo al prólogo de San Juan. Pero una misa del gallo antes de cenar y aun de rezar las primeras vísperas… Ya se sabe que las «razones pastorales» lo soportan todo, pero no hay necesidad de retorcer las cosas. O mejor dicho, hay necesidad de educar a los fieles en que la misa de la tarde no es propiamente la de medianoche ni ésta la del día de la Natividad. Y que todo tiene un porqué. El porqué de la misa del gallo es la espera jubilosa del nacimiento del Salvador , que se expresa en la solemnidad de la celebración, el ornato del presbiterio con flores, el canto litúrgico de la asamblea y detalles como arrodillarse durante el pasaje del Credo que recuerda la Encarnación. Ahora bien, ¿qué está indicando si nada de esto se hace en una misa de cuarenta minutos con adoración del Niño Jesús incluida? Qué pena, la alegría que debe presidir la celebración en esa noche hermosa yacía de cuerpo presente. Más que la misa del gallo a deshora, parecía una eucaristía de diario algo más costeada , pero sin asomo del gozo desbordante que debe animar a la asamblea. Antes del inicio y durante la adoración del Niño sonaron por los altavoces unos villancicos enlatados que sonaban muy antiguos. No la letra de 'Adeste fideles', que no ha cambiado, sino la música y las voces: rancios, a qué engañarnos. Por supuesto, los fieles no cantaron: ni el gloria, ni el sanctus ni nada . Y el agnusdéi, que es oración de la asamblea propiamente dicha, se desarrolló en forma de diálogo en que el oficiante pronunciaba la primera parte y el pueblo replicaba «ten misericordia de nosotros» o «danos la paz». Este cronista no lo había visto nunca, pero tampoco es cuestión de dárselas de sabelotodo. Pero no está de más hacer pausa para el silencio cuando se invita a la asamblea a dolerse de sus pecados antes de recitar el confiteor en vez de coger carrerilla hasta el 'oremos' de la colecta. Y que el servidor del altar, una vez iniciada la misa, dirija las reverencias al altar del sacrificio y no al sagrario. O que, en fecha tan destacada como la de la Natividad, se evite, por demasiado común, la plegaria eucarística número II. El oficiante leyó la homilía en los nueve minutos que el Papa Francisco ha recomendado como duración máxima para reforzar la idea de que el Niño que estaba naciendo -ese es el significado mistagógico de la misa de medianoche, difícil de captar si se entra con luz natural al templo- era especial: «Este Niño es el regalo de la Navidad. Él es nuestra esperanza; nuestra esperanza se llama Jesús». Fray Emilio, salmantino con muchos años de servicio pastoral en Brasil, tiene una forma peculiar de entonar las frases dejándolas en suspenso por lo que el Evangelio, más que proclamado, parecía pregonado. Pero eso no es cosa de criticar porque Saussure ya nos despejó el habla de normatividad. Tampoco es norma pero se ha hecho costumbre que el sacerdote se limpie las manos con gel hidroalcohólico, uso que nos legó la pandemia y que tanto daño hace a la correcta mistagogía del lavabo (purificación ritual de las manos del presbítero tras disponer las ofrendas) como apreciamos, sin ir más lejos, en esta misa de Nochebuena. Quedémonos con lo bueno: la advertencia a un comulgante que se retiraba del antepresbiterio sin consumir la forma consagrada y que recibió la admonición vehemente del celebrante y su monaguillo. Cuando la misa acabó, se había hecho de noche y el centro comercial había cerrado sus puertas. Por la calle Alfonso XII, los transeúntes apretaban el paso para llegar a tiempo de preparar la cena de Nochebuena . El pueblo fiel salió reconfortado de la misa vespertina del gallo con la conciencia de haber cumplido el precepto: ¡gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!.
