Uno de los peores síntomas del deterioro del espacio cívico en España está directamente relacionado con la gestión del ministro de Cultura, Ernest Urtasun. El departamento había sido siempre el bastión de los acuerdos por encima de los intereses partidistas, con logros históricos, como la ampliación del Museo del Prado, y más recientes, como el Estatuto del Artista, una iniciativa que salió del Congreso en plena moción de censura contra Rajoy con el respaldo de todos los grupos. Hoy el Ministerio de Cultura siembra la división incluso dentro de la izquierda con el sesgo de sus empeños, decidido como está a convertir todos los frentes de gestión en batallas ideológicas más que culturales, tal y como advirtió Urtasun en su primer día de ministro. Incluso en el PSOE critican su afán polarizador. En su balance destaca, por supuesto, su militancia antitaurina , que ha llevado a que los gustos de un ministro, como ocurría en tiempos autoritarios, se impongan a las leyes democráticas, puesto que Cultura tiene el mandato de la protección de la tauromaquia como patrimonio cultural legalmente declarado. Un ministro como él, con formación de diplomático, ha tenido la descortesía de negar un aplauso en la entrega de un reconocimiento cultural a El Juli. Además, ha eliminado el premio Nacional de Tauromaquia y ha impuesto un cordón sanitario a cualquier personalidad taurina, incluso antiguos galardonados, en las ceremonias de entrega de premios oficiales de su departamento, como ocurrió en Sevilla el pasado noviembre. Como destacado miembro de los Comunes, son llamativas sus continuas cargas de profundidad contra el acervo común de la historia de España, apostando entusiásticamente por los discursos anticoloniales y antiespañoles. Contra todo y contra todos, contra las leyes y los informes de especialistas, Urtasun ha sugerido la devolución del tesoro Quimbaya del Museo de América a Colombia, nación que regaló esa colección a la Reina María Cristina en el siglo XIX. Empeñado en 'descolonizar' los museos, en lugar de desarrollar discursos museísticos que sirvan a la ciudadanía y tengan seriedad científica, se ha limitado a cambiar cartelas y ha impuesto el término falso de los activistas para nombrar América: el Abya Yala de unos indígenas de Panamá. Probablemente, el ministro querría agrietar los museos nacionales, cristalización cultural de cómo se formó la nación española moderna y espacio en el que los ciudadanos dialogan con su historia de manera natural, y por ello juega con la idea de devolver la Dama de Elche y la momia guanche del Museo Arqueológico Nacional, lo que abriría la espita de mil reclamaciones. Y también ha querido ser el primer activista de la memoria histórica en la cultura, pero siempre con prioridad propagandística: hará una rueda de prensa por cada pieza que sea devuelta, algo que permitirá a Sumar un perfil visible en el año en el que el presidente del Gobierno anuncia más de cien actos por el 50 aniversario de la muerte de Franco . El balance de Urtasun es negativo. Su visión de la cultura ha erosionado la convivencia. Cuanto más exiguo es el suelo electoral de Sumar, más se radicaliza. La ciudadanía necesita que el cuidado de la Cultura tenga altura de miras. No es el caso. Incluso ha minado el acuerdo de la Comunidad de Madrid para salvar la casa de Vicente Aleixandre. Con todo, la responsabilidad de tanta erosión y de su permanencia en el cargo es del presidente Pedro Sánchez. A Urtasun, como a los malos generales, se le recordará por los daños que están dejando sus divisiones.