«Es un día muy nublado y oscuro, pero ya vas a ver cómo mejora», me promete el hermano de un marino desaparecido en el hundimiento del crucero General Belgrano: Margaret Thatcher ordenó el 2 de mayo de 1982 atacar ese buque argentino fuera de la zona de exclusión y fallecieron más de trescientos tripulantes en las inclementes aguas del Atlántico sur. Mi interlocutor, como tantos otros, se contenta con viajar al cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas , sólo para deslizar las yemas de sus dedos sobre el nombre de su hermano muerto, que está inscripto en un cenotafio de granito. Son los ‘sintumba’ de una guerra maldita, condenados únicamente a ese ritual táctil, a ese no lugar al...
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