La ciudad se congeló el domingo de la Magna. Hizo tanta rasca que ni los costaleros rompieron a sudar debajo de los pasos. El biruji de Matacanónigos levantaba los faldones, pero por el río calaba hasta los huesos. El arzobispo, que es de Cuenca, estaba arrecío. Monseñor comprendió por fin lo que se dice por aquí de que el peor frío del mundo se pasa donde hace más calor. Esa humedad no hay abrigo que la combata. Y eso le pasó también al nuncio. El filipino Bernardito Auza no podía más atrapado en esa silla y expuesto a todos los focos. Lo pasó mal el hombre, sobre todo cuando comprobó que el arzobispo había preparado una chamarreta para echársela por...
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