Exigir dimisiones es desahogo pero jamás consuelo para quienes lo han perdido todo. Es deber político ofrecerlas, no para aplacar la justa ira del pueblo arrasado sino por la imposible digestión de la ineptitud para ejercer la res pública que han demostrado tantos en tan poco tiempo. Algo que aquí, a derechas e izquierdas, cuesta por ignoto. Debería nacer de uno: por gallardía, honradez, hartazgo, no sé. O simplemente porque hay un pundonor que nada tiene que ver con la ambición, ese arrebato que hace reconocerte incapaz de acometer el reto que, una DANA esta vez, ha emborronado tu apacible biografía de político de fallas, paellas, premios y simposios (o Falcon). Cuando eres incapaz de dar esperanza, entrega al menos...
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