Sostiene José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) que el libro que acaba de publicar nunca lo habría escrito una inteligencia artificial. La capacidad combinatoria de la inteligencia humana, esa capacidad de contraponer ideas opuestas para analizar el pasado... «Está muy por encima de la inteligencia artificial. Occidente tiene una musculatura intelectual que nos debe dar aliento para aportar nuestro legado», reflexiona, al otro lado del teléfono, durante la conversación que mantenemos sobre su nuevo trabajo: 'Un duelo interminable. La batalla cultural del largo siglo XX' (Taurus), un imponente repaso de 600 páginas al debate de ideas que se ha producido durante los últimos 150 años, desde que la civilización occidental impuso su manera de entender el mundo hasta nuestros días, cuando llegamos al final de los acontecimientos que comenzaron en 1871. La batalla cultural que ha marcado el siglo XX, advierte Ruiz-Domènec, no se ha resuelto. El fin de la historia era una ilusión. —Empieza el libro diciendo que «la batalla cultural no es una guerra ideológica: es mucho más». ¿Qué es? —Efectivamente es mucho más, porque es un debate de ideas que tiene como fin la creación de un modelo de civilización. Esa es la diferencia. Una guerra ideológica, en el fondo, es una polémica sobre la hegemonía política de un sector, social, político o económico. La batalla cultural se desarrolla en frentes que van desde la historiografía a la novela, del arte al cine. Todos los elementos que forman parte de la cultura han intervenido en esta inmensa batalla cultural con tantos rostros. Este periodo que yo trazo tiene como fin buscar una armonía en la sociedad, y la paradoja es que no se ha encontrado. Se ha buscado un consenso, incluso con ahínco, pero no se ha encontrado, y por eso estamos como estamos. Yo creo que el objetivo futuro es encontrar esa armonía, siempre desde el debate. El debate entró en la cultura de la humanidad para quedarse. Ya no es posible pensar en una civilización que no debata sus ideas. —¿No estamos usando bien el término cuando hablamos de batalla cultural? —En realidad no. Se está abusando del término. Se habla de batallas culturales para todo aquello que es un conflicto de orden ideológico. Esto lo que hace es reducirlo. La lucha actual de si hay que cancelar las cosas o no es un segmento más de la batalla cultural. La cancelación forma parte de un hecho mucho más importante: determinar cuál es el modelo de civilización al que aspiramos. —Defiende que a partir de 1871 es Occidente quien gana esa batalla. —Yo hablo del largo siglo XX, estos 150 años en que Occidente se ha jugado su modelo de civilización en esa batalla cultural. Y probablemente al no encontrar la armonía, Occidente se encuentra ahora ante una tesitura difícil: o bien una revisión de sus valores, o bien la desaparición como modelo de civilización. Es una encrucijada en la que se encuentra en este momento porque no ha encontrado la armonía. Si hubiera encontrado la armonía, pues probablemente Occidente estaría muy fortalecido y muy renovado. —¿Qué le ha faltado a Occidente? —Generosidad intelectual. Es una época que nace, como se ve claramente en el libro, de la mano de Nietzsche: es una actitud existencial de cómo el individuo afronta un problema. No ha habido generosidad en las ideas renovadoras y profundas. No se tuvo con Nietzsche. Era un hombre tan fascinante y al mismo tiempo tan criticado que su obra quedó casi sepultada. Y sin embargo, constantemente, a lo largo de estos 150 años, se ha vuelto sobre ella como un elemento germinativo de esa batalla cultural para redefinir Occidente y la civilización occidental. Hay civilizaciones que han sido generosas y han durado, y hay civilizaciones que han sido egoístas y no han durado. Y eso es lo que ha faltado, una generosidad social, cultural y estética hacia los arquitectos de la cultura. —¿Occidente ha sido egoísta? —Sí, y cobarde. Ha sido muy cobarde en los momentos críticos. Ha reconocido a los autores demasiado tarde. Ese recelo a la juventud es una ignorancia de la historia. Pasó con Nietzsche cuando tenía 23 años. Schlegel tenía 22 años cuando escribió la historia de la literatura. Ese egoísmo es cobardía. —¿Una batalla cultural se gana desde el pensamiento o desde las armas? —Desde el pensamiento, es evidente. La batalla cultural es una expresión de la primavera del espíritu. Las propuestas que se están haciendo se pueden leer en Joyce, en 'Las señoritas de Avignon' de Picasso, en el serialismo de Schönberg... Por eso, estos 150 años son un océano de cultura que es necesario entender. Las guerras militares son la expresión del fracaso de no haber alcanzado una armonía en una batalla cultural. Cuando ya no hay suficientes argumentos en el debate, entonces comienzan las armas. Se ha hecho a lo largo de los siglos, de los milenios, y ha sido un error, porque las guerras no resuelven el problema. El problema está en lograr entender al contrario; eso es el principio del diálogo. Tras la gran eclosión entre 1870 y 1914, cuando todo se transforma, desde la física, la termodinámica, la novela, la pintura, la música... Teníamos ya todas las herramientas preparadas para alcanzar justamente esa armonía que planteaban las vanguardias con un lenguaje renovado en todos los aspectos, y la sociedad se desliza hacia la autodestrucción, en una guerra de 30 años que va de 1914 a 1945. Las grandes guerras han durado siempre 30 años. Durante 30 años los europeos, y el mundo en general, se arrastran a un proceso de autodestrucción. A partir de 1948 hay que volver a reconstruirlo todo sobre, otra vez, otra batalla cultural. ¿Cuál es el modelo a resolver? Sí, el modelo capitalista o el modelo socialista. La Guerra Fría es una batalla cultural muy intensa en todos los aspectos. Yo he enfrentado a personajes iconos de ella; por ejemplo, debatiendo entre Salinger y Pasternak. —¿Qué hay de nuevo en el uso de la mentira en esas batallas? —La mentira es un elemento de la retórica, y la retórica ha formado parte de la cultura humana desde el siglo VI o V a.C. Ya la definieron los sofistas, la definió Aristóteles... La mentira es un juego retórico. Nos ha sorprendido cómo la mentira se ha infiltrado en medios de comunicación muy masivos, por ejemplo, en las redes sociales, y nos ha cogido desprevenidos. En un momento determinado, y esta es la razón de este libro, en nuestra ilusión habíamos dado por acabada la batalla cultural. Habíamos creído que la historia se había acabado. Ese despiste monumental nos pilló a muchos en los 80 refugiados en los análisis de corta duración, olvidando los consejos de los grandes maestros, que decían que para entender un fenómeno hay que irse a la larga duración. Y efectivamente, si miramos a la larga duración, el debate no se había acabado; al contrario, estaba por empezar, y además con nuevos procedimientos tecnológicos. —¿Estamos en un momento de especial confrontación? —Sí, porque Occidente se tiene que repensar y tiene que ofrecer alternativas a ese imperialismo enmascarado y silencioso que existe. Occidente se ha vuelto muy plural y tiene que defender su causa dentro de esa pluralidad. La diversidad de Occidente dará paso a una nueva etapa de ese duelo interminable. Nuestra gran debilidad sería decir que hemos fracasado. La sensación de fracaso, que se ha tenido muchas veces, como la que recogen grandes personajes de la cultura alemana de los años 20 que hablan del desencantamiento, es porque piensan que esto se ha acabado, sin darse cuenta de que otros ya estaban proponiendo alternativas para que no se acabara. La Segunda Guerra Mundial es la guerra más fracasada de todas: empezó mal y terminó peor. Volvió a empezar una recuperación de los principios básicos de la existencia: la metodología del uso social, la educación, la renovación económica, el equilibrio social... Ahora estamos en una situación muy comparable a nuestros años 50. Es el paisaje después de una inmensa batalla cultural no resuelta. —¿Cuáles son las principales amenazas que tiene la civilización occidental? —No encontrarse a sí misma, debilitarse y entrar a debatir con otras civilizaciones que están en auge sin la firmeza argumentativa, depurando lo que es exactamente propio de la civilización occidental, que no es un elemento supremacista, ni racial, ni siquiera histórico, simplemente un reconocimiento de un legado cultural intenso que hay que depurar. Occidente tiene que defender su legado en el debate, pero no para imponerlo. Esto se acabó afortunadamente en los 30 años realistas del siglo XIX. Acabó con un suceso social muy interesante y controvertido: la comuna francesa de 1871, donde de una manera muy brillante e ingenua al mismo tiempo se exponen todos los argumentos de un debate que ha durado hasta nuestros días: qué hace la clase obrera, cuál es su papel en la historia... Occidente necesita rearmarse desde la educación, que en el siglo XII creó un modelo de civilización diferente, que permitía acceder al análisis crítico de textos que en otras civilizaciones estaban prohibidos. Incluso a leer los textos sagrados como se lee un texto laico. Esto crea una civilización donde es predominante la crítica. Yo creo que vamos a un mundo con varias civilizaciones simultáneas y cada una tiene que desarrollar la suya en un gran debate global. —¿No es esa la situación que ya tenemos? —Va a haber un cambio muy significativo en los próximos años, que es el reconocimiento de la diversidad global. Venimos de una ilusión que nace de la globalización. En realidad, la globalización es un mecanismo comercial. La globalización es un imperialismo escondido. Y hay civilizaciones que se están organizando internamente y van a exigir un respeto hacia ellas. Que no haya una injerencia sobre ellas. Y habrá que sentarse para debatir en los foros internacionales. De momento no lo están haciendo. El último impulso, el neorrealismo de finales del siglo pasado, que surgió del atentado en Nueva York del 11-S, se ha demostrado un fracaso total. 'Voy a imponer la democracia americana en el mundo'. A lo mejor el mundo no lo quiere. Nuestros valores, que los tenemos, hay que debatirlos, no imponerlos. Yo creo que llegaremos a un acuerdo de que haya cinco o seis grandes civilizaciones en la Tierra. Ya ha pasado en otras épocas en la historia que haya civilizaciones que no quieren ser como tú y se ha encontrado un equilibrio. No va a ser fácil, por supuesto. Nada es fácil en la historia. Y eso es lo que la hace atractiva; si no, sería aburridísima.