El presidente del Gobierno leyó este sábado una declaración institucional que solo puede calificarse como un espejismo falaz de buenas intenciones. Salpicada de referencias solemnes a la unidad del país en torno al dolor por la tragedia de la DANA, las palabras de Pedro Sánchez mostraron una voluntad taimada de responsabilizar en exclusiva a la Generalitat valenciana por los fallos en la respuesta a unas inundaciones que han causado ya más de doscientos fallecidos. Fue un discurso esencialmente contradictorio, porque Sánchez condicionó la ayuda del Estado central a que le fuera pedida por Carlos Mazón y, al mismo tiempo, insistió una y otra vez en el carácter nacional de la tragedia y en la necesidad de una respuesta unitaria. Objetivamente desbordada por el alcance del desastre, impotente ante una crisis que ha superado sus capacidades, la Generalitat valenciana no ha sabido articular en los últimos días una respuesta eficiente, a la altura de los daños provocados por la DANA, de la misma manera que Sánchez sigue ocultando las razones que han llevado al Ejecutivo a retrasar el envío masivo de ayuda militar, más allá del despliegue instrumental de la UME. La incorporación de varios ministros a los gabinetes regionales de crisis anunciados a media tarde por Mazón no es más que un intento desesperado de la Generalitat para involucrar al Gobierno en una tarea de la que este se ha desentendido y a la que trata de responder desde la lejanía institucional. El jefe del Ejecutivo quiso aparecer como conciliador, dejando para más adelante las discusiones sobre responsabilidades políticas, lo que le sirvió como excusa para inocular las directrices de la campaña contra Mazón. Dijo Sánchez que «ya habrá tiempo de mirar hacia atrás». Y tiene razón, porque todos miraremos hacia atrás, en todos los sentidos y desde todos los ángulos. Lo que sucede es que Sánchez quiere que esa mirada sea solo retrospectiva, una vez haya desplegado los medios humanos y materiales que hacían falta desde el miércoles pasado. Todos miraremos hacia atrás, pero también miramos el presente y ahí es donde se muestra con toda crudeza la doblez moral y política del discurso de Pedro Sánchez. Por ejemplo, cuando se felicita de que Mazón le haya pedido 5.000 efectivos militares, trasladando así la imagen de un presidente de la Generalitat silente, pasivo y tardío. Pero si la crisis es nacional, y si había que responder de forma unitaria, el Gobierno central no tenía que esperar petición alguna del presidente valenciano, y aún menos eludir su responsabilidad sobre la declaración del estado de alarma. ¿Mantiene el Gobierno central una relación con Valencia como la de la ONU con Haití o tiene autoridad y, por tanto, obligación de intervenir de oficio en una tragedia nacional? En el discurso de Sánchez hay una explicación tan eufónica como tramposa: «Las autoridades valencianas conocen el terreno mejor que nadie». Cabría preguntarse si la Agencia Estatal de Meteorología no conoce Valencia; o si tampoco la conocen los responsables de ADIF o de Carreteras; si la Guardia Civil y la Policía Nacional desplegadas en ese terreno van con los ojos vendados, o si no existe en Valencia una Delegación del Gobierno. «Autoridades valencianas» hay muchas y no todas son autonómicas. Es más, ante una emergencia de dimensiones tales que emplazan incluso a la Unión Europea, llega el momento en que, en efecto, es la Administración del Estado la que debe asumir el protagonismo y la autoridad centralizada. Una crisis nacional que no ha sido suficiente para que el presidente Sánchez convocara siquiera un Consejo de Ministros extraordinario.