Juan Fernández-Miranda ganó el premio Espasa de Ensayo con 'Objetivo: democracia', una crónica escrita en presente sobre los diecinueve meses que separan la muerte de Franco de las primeras elecciones democráticas. Afirma que hemos olvidado lo difícil que fue convencer a todo el mundo de dar los pasos que trajeron la democracia a España en tan poco tiempo. El autor, corresponsal político de ABC, aboga por una «militancia democrática» en favor de la Transición, que fue un éxito y necesita que la mayoría que así lo siente no siga guardando silencio. -¿Por qué en este momento esta crónica de la Transición? -Dentro de un año se cumplen cincuenta de la muerte de Franco. A partir de ahí empezaremos una etapa de siete años en los que recordaremos todo lo que sucedió en aquella época. La Ley de Reforma Política, la legalización del Partido Comunista, las primeras elecciones, la llegada de la izquierda en 1982. -La Transición se ha puesto en cuestión, sobre todo desde la izquierda. -Yo creo que los que defendemos la Transición, los que creemos que fue un proceso exitoso, estamos muy callados frente a quienes creen que fue una continuación del franquismo y otro tipo de barbaridades que dicen, y tenemos que defender el relato de Victoria Prego, Charles Powell y Paul Preston. -¿Puede ser también por una cuestión generacional? -Los que nacimos ya en democracia necesitamos conocer la Transición. No se puede querer lo que no se conoce. Es necesario tomar una iniciativa de activismo democrático, de militancia democrática, en defensa de la Transición. La crónica de mi libro es un relato de hechos que nos recuerda cómo fue aquel proceso tan vertiginoso, tan complejo y finalmente exitoso. -¿Por qué callan los defensores? -La Transición se mitificó: fue tan exitosa, tan rápida, salió todo tan bien, no quiere decir que todo fuera perfecto, que España en 19 meses estaba votando, en 36 tenía una Constitución y en siete años tenía un gobierno de izquierdas con 202 diputados. España había hecho lo mejor de la historia y se mitificó y se renunció a seguir explicándolo. -¿Es sólo la izquierda la que impugna la Transición? -El discurso antitransición se forja en la extrema izquierda, y algo residual en la muy extrema derecha. Sin embargo, todo el espacio inmenso que está en el centro da por supuesto que aquello fue exitoso. Y las nuevas generaciones al final solo están escuchando el discurso negativo. Es necesario reivindicar todo lo difícil que salió bien, pero también es muy necesario detectar y aceptar algunas cosas que salieron mal. -¿Cuáles destacaría? -Había que desarrollar algunas cosas legislativamente, había que seguir haciendo país y a lo mejor ahí nos dormimos un poco. Si la Transición tiene algún punto débil es el tema autonómico. No se cerró bien. El Estado de las Autonomías ha sido mayoritariamente un éxito, pero tal vez por deslealtades con las que no contaban los constituyentes el problema territorial no se ha acabado de resolver. Al final ha estallado. Tal vez una de las cosas que no recordamos es la sensación vertiginosa de quienes estaban en los últimos pasos de una dictadura y soñaban y querían llegar a una democracia, pero tenían que inventarse ese camino. -¿Cómo retrata eso el libro? -El estilo de crónica en presente le da mucha fuerza al relato, el lector se siente en situación. El Rey está solo el 21 de noviembre del 75, cuando muere Franco, y el lector lo comprende. Igual de solo que cuando tiene dificultades para nombrar a las dos personas esenciales: Torcuato Fernández de Miranda primero, Adolfo Suárez después, y empieza a incorporar a la izquierda, a frenar a la derecha dura, al búnker franquista, a los que querían que todo siguiera igual. Yo creo que el relato de hechos propicia que el lector entienda muy fácilmente lo vertiginoso del proceso y los enormes riesgos. -Hubo momentos dramáticos… -Cuando la semana trágica de enero del 76, con los atentados de Atocha y algunos otros más, o el asesinato de José María Araluce, miembro del Consejo del Reino, en la puerta de su casa. Hay tantos momentos tan difíciles, o los intentos del Rey por convencer a Giscard d'Estaing que venga a España a arroparle, y el francés dice no durará ni cuatro meses, o las conversaciones con EE.UU., o el intento de que Ceaucescu influyera en Carrillo para que la izquierda se incorporara, en fin, todo eso va pasando. -En esos diecinueve meses la libertad comienza a andar. -Cuando el pueblo vota, los representantes elegidos por el pueblo deciden hacia dónde va España, la democracia. -Hemos perdido la capacidad de comprender que el otro puede discrepar y, sin embargo, hay que escucharle. Lo decía Ignatieff en Oviedo el viernes. -Es uno de los problemas más graves de la política española actual. Cayetana Álvarez de Toledo me dijo hace un tiempo que si hoy metemos en una sala a todo el arco parlamentario, y cerramos con llave, y decimos: «Hasta que no lleguéis a un acuerdo sobre el modelo territorial, no salís», lo que saldría sería la Constitución, el Estado de las Autonomías. Hemos perdido la capacidad de respetar al contrario y esa es la militancia democrática a la que yo apelo. -Hoy es difícil reivindicar la Transición sin pensar en la imagen reciente del Rey Juan Carlos. -El Rey en 1975 es un estadista. Ahora lo criticamos mucho, y con razón, por todo lo que hemos ido conociendo de sus frivolidades en cuestiones amorosas y pecuniarias, y debe ser así, desde un espíritu crítico, pero el Rey Juan Carlos, con su fama de campechano, ha sepultado su imagen de estadista. Fue capaz de atraer a grandes líderes internacionales a España, de frenar al búnker, al ejército, de entenderse con la iglesia, que estuvo muy bien, por cierto, en la Transición. Yo creo que hay una historia por desarrollar del Rey estadista. -¿Cuál es su momento favorito? -Cuando Torcuato Fernández Miranda convenció a las cortes para cerrar el franquismo y convocar elecciones, y cuando Adolfo Suárez legalizó el PC, que es probablemente la mayor audacia política del último medio siglo en España.