Aunque la robótica ya forma parte íntegra del día a día, desde el propio hogar con robots de cocina o de limpieza a los quirófanos de hospitales punteros o industrias, todavía quedan barrearas por superar en este aspecto. Entre ellas, la capacidad de estos autómatas para interactuar directamente con las personas , de entender los contextos, los gestos o las expresiones para que puedan prestar una ayuda más directa. Una frontera sobre la que trabaja Iolanda Leite , profesora asociada en la Escuela de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación del Real Instituto de Tecnología de Estocolmo (KTH). Para superarla, es indispensable el uso de la Inteligencia Artificial (IA) y su aplicación para el análisis de las variables que definen su comportamiento, cada vez más parecido al de un ser humano . Sin embargo, la docente insistió en la idea de que más allá de los algoritmos que permiten a los robots actuar de cierta forma en función del contexto, la ayuda humana es vital. «Los robots todavía necesitan a los humanos», aseveró Leite, que mostró algunos de los casos de estudio que ha llevado a cabo, donde robots y humanos intentan comunicarse en la ponencia que abrió la tercera jornada de la 27ª Conferencia Europea de Inteligencia Artificial que se celebra esta semana en Santiago de Compostela. Una colaboración entre humanidad y máquina que, al menos de momento, debe producirse en todas las fases del proceso de aprendizaje para los autómatas. En primer lugar, antes de que se dé la propia interacción, accediendo a bases de datos extensas con conversaciones entre humanos que sirva de referencia para los robots, lo que supone una dificultad como reconoció la propia profesora. No solo por su escasez, si no por el problema que implica las diferencias de lenguaje, acentos o tonos a la hora de interpretarlos. Así lo indicó Leite, que afirmó como este factor supuso en un principio que los autómatas tuviesen una mayor comprensión de las voces varoniles, «un asunto a tener en cuenta para no perpetuar estereotipos», subrayó. Por otra parte, la acción humana también resulta fundamental durante la propia interacción para clarificar o monitorizar su rendimiento, así como una vez finalizada, para evaluar su actuación y ajustar los algoritmos para que los autómatas sean cada vez más precisos . Una labor que debe extenderse de técnicos a individuos particulares para que, en un futuro, los benefactores de estos autómatas puedan corregir y ayudar a mejorar su cometido, que no es otro que ayudar a los humanos según las profesora. Al mejorar la capacidad de los robots para interactuar con los humanos, permitiendo comprenderles para ser más útiles y específicos, la posibilidad de que se creen vínculos emocionales entre ellos resulta cada vez más viable y cercana, como ya se ha explorado previamente en la ciencia ficción. «La respuesta es probablemente que sí», como reconoció Leite tras ser preguntada al respecto por ABC, pero en ningún caso es el objetivo de las investigaciones que se desarrollan en este sentido, añadió. De hecho, la ponente dejó claro que «no es algo por lo que trabaje ni que desee», ya que ella considera estos autómatas como « herramientas muy útiles » para, por ejemplo, ayudar a que los ancianos «tomen adecuadamente su medicación» pero no para que sociabilicen con ellos, más bien para «motivarles a relacionarse con otros humanos». Un «riesgo» que hay que tener en cuenta con la experiencia de que los humanos «tienden a antropomorfizar otros objetos» con los que tienen un estrecho vínculo gracias a la tecnología. Por ello, aboga por encontrar un balance entre este coste y beneficio, ya que el objetivo de la mejora en las capacidades sociales de los robots se limita a su accesibilidad.