Este verano, en Royal Albert Hall el veterano director Sir Mark Elder se despedía, tras 25 años, de su querida orquesta de la Hallé, en los Proms londinenses, eligiendo para la ocasión la Quinta sinfonía de Gustav Mahler. La siguiente sinfonía del catálogo, la Sexta, fue la elegida para su tercera visita a nuestra ciudad, suponiendo un nuevo éxito, quizás incluso mayor que el precedente. Elder arriesga cada vez que nos visita , como ya lo hizo con su tremenda Cuarta de Shostakóvich el año pasado, al poner en los atriles una obra enormemente compleja, quizás la más difícil del catálogo mahleriano, tanto para intérpretes como para los oyentes, a pesar de ser la sinfonía más ortodoxa, formalmente, que escribiera Mahler. Elder es un director sobrio, esencial, discreto en sus modos. Antitético en su gesto a Currentzis que nos visitó dos días antes en el Palau de la Música . El Mahler de Elder busca la unidad y coherencia del discurso, y no tanto los «instantes» irrepetibles, y quizás pueda defraudar a quien busque extremos, tensiones y clímax en los que se pongan a prueba los cimientos del auditorio en una sinfonía cuya escritura ya contiene todo eso. Hoy día no son pocos los directores que se decantan por lecturas que buscan emocionalmente ir más allá de una partitura en la que el arte interpretativo, pienso, está más en contener que en impresionar y expandir con violencia. Elder nos revela a través de esa contención, la esencia mahleriana y nos ofrece una visión en la que incluso se ve algo de luz más allá del túnel, lo que hoy en día, en lo metamusical que tiene esta obra, es nadar a contracorriente en un entorno que nos invita más al desasosiego que a otra cosa, lo que hace esta versión más personal si cabe. Tras un Allegro inicial en el que ni «agrede» con el tema principal ni se recrea, por contraste, en el memorable y cantabile «tema de Alma», Elder interpreta el Andante con lentitud y contención exponiendo con un phatos contenido toda la belleza que desborda este movimiento. Lo hace por delante del Scherzo, lo que es la tendencia actual (Currentzis, cómo no, va por libre sigue anteponiendo el Scherzo) frente a una etapa anterior (Bernstein, Karajan, Kubelik…) en la que el Andante se tocaba en tercer lugar contrastando con el tremendo movimiento final. Tras el andante moderato el scherzo que fue todo lo ondulante que demanda su escritura, pero sin exagerar lo que ya está escrito con maestría . Como decía, Elder huye de una lectura marcadamente expresionista que ponga en peligro la fluidez y nos meta en una montaña rusa de sensaciones, y parece decirnos que la tragedia que está por venir está tan magistralmente expuesta en la partitura que no necesita de sobreactuación ni exacerbar el carácter con una lectura extrema de grandes rangos dinámicos. Es imposible, lograr que acabe bien una sinfonía que como decía Pérez de Arteaga «acaba mal» y que puede leerse como profética desde el punto de vista personal a tenor de los sucesos que acontecerían en años posteriores: fallecimiento de una de sus hijas, ruptura con la Ópera de Viena y diagnóstico de una enfermedad cardiaca que resultaría fatal, pero también, remitiéndonos a Bernstein , a lo que por dos veces iba a suceder en Europa. Sin darnos cuenta y sin acelerar necesariamente los tempi, el inmenso movimiento de cierre se fue deslizando, transcurriendo de forma natural y con una lógica aplastante. Ello gracias a un pulso mantenido que la dotó de una fluidez encomiable los más de treinta minutos que dura. Escribiría Alma Mahler sobre ello «Es el héroe, sobre el que caen tres golpes del destino, el último de los cuales lo derriba como se derriba un árbol. Ninguna de sus obras salió tan directamente de su corazón como ésta . Ambos lloramos ese día. La música y lo que predijo nos conmovió profundamente...« El martillo golpea el cajón por tres veces, lo que en esta lectura se lleva a cabo fuera del conjunto orquestal obligando al segundo timbal con paso lento cadencioso como si fuera camino del cadalso, a subir a las alturas a golpear el cajón con el tremendo mazo. Casualmente dos días antes habíamos escuchado otro tema «del destino» en la obertura de La Forza verdiana en el Palau de la música dirigida por Teodor Currentzis. Pieza que se inicia por las tres notas del fatum a cargo de los trombones. Una gran Sexta precisa de una orquesta en estado de gracia y la OCV una vez más no defraudó . Hoy toca mencionar a un gran Bernardo Cifres a la trompa en sus comprometidas intervenciones que en esta lectura quedaban más desnudas que de costumbre, al frente de una familia de trompàs verdaderamente sensacional. No podemos dejarnos a los primeros atriles de las maderas con Christopher Bouwman en el oboe, así como al Corno Inglés de Ana Rivera, flauta, fagotes, clarinetes. Excelente también toda la amplia percusión comandada por Gratiniano Murcia. De entre los metales destacar la tuba de Ramiro Tejero o la trompeta de Rubén Marqués y el siempre excelente concertino macedonio Gjorgi Dimcevski. Finalmente, no puedo cerrar esta crónica sin resaltar algo que ya sucedió en el concierto anterior de Currentzis con su orquesta Musicaeterna: mucha gente joven entre el público, lo que quizás es lo más importante de lo dicho aquí. Mucho más que la visión de Elder de esta sinfonía Mahleriana. ¿Se estará convirtiendo la música clásica en tendencia? Viernes 11 de octubre Palau de Les Arts Gustav Mahler, Sexta sinfonía Orquesta de la Comunitat Valenciana Sir Mark Elder, director musical