Benjamin Netanyahu no es una persona especialmente simpática. Tampoco resulta muy atractivo el Gobierno que le rodea, que incluye a numerosos fundamentalistas judíos. Como este equipo va camino de ganar la guerra que libra simultáneamente en cinco frentes –en Gaza, en Líbano, y contra los islamistas de Yemen y Cisjordania y los teócratas de Irán– resulta extraordinariamente fácil y tentador manifestarse con palabras –no con hechos– contra Netanyahu. Oponerse a él no supone ningún riesgo, independientemente de que uno viva en Nueva York, en París o en Madrid. Es más, criticar a Netanyahu confiere un admirable prestigio como defensor de los pobres y los oprimidos, que se supone que son los palestinos. Pero, en verdad, menuda hipocresía. Lo cierto es...
Ver Más