Fue hace veinte años, o alguno más, cuando tuve la ocasión de conocer a Juan Carlos Martínez Gauna, nacido en Vitoria en 1957. Por entonces dirigía 'El Comercio' de Gijón y me invitó a participar en una charla de formación con su gente. La noche anterior quedamos a cenar; varios platos contundentes después de una jornada de doce o catorce horas. Así se ejercía el periodismo entonces. Había oído decir que Juan Carlos no se fiaba de la gente que compartía los entrantes o que renunciaba al postre; tenía un apetito protéico y como esos luchadores de sumo, veía el periodismo como un combate para el que había que emplear una energía aplastante que dejaba a sus equipos exhaustos; nadie fue capaz de seguir su ritmo. Martínez Gauna llegó algo tarde a aquella cena de Gijón y acabamos pasada la medianoche; Benjamín Lana (su número dos en Asturias) tuvo que obligarle a que se marchara a casa de inmediato, a dormir. No es que quisiera continuar la escapada con alguna copa, sino que, siguiendo su costumbre, se proponía regresar a la Redacción para repasar la siguiente edición. No era extraño verlo en el periódico hasta pasadas las dos de la madrugada, con el equipo de Cierre, y tampoco infrecuente que retornara antes de las nueve de la mañana, coincidiendo con las señoras de la limpieza. Era un trabajador infatigable y esto no es un tópico: todo lo que pueda escribirse sobre su incalculable capacidad de trabajo se queda corto. Los demás nos preguntábamos de dónde sacaba tales fuerzas, tal arrebato de ingenio y voluntad para encargar temas, encontrar enfoques, dirigir equipos, corregir textos y encontrar erratas. Cuando llegó la apuesta digital fue peor. Cualquiera pensaría que su tradicional sistema de trabajo quedaría obsoleto, pero pasó lo contrario: encontró más espacio, más formatos y más historias para dar salida a su incansable creatividad. Si con el periódico de papel pegaba resoplidos como si impulsara una locomotora de carbón, con el diario digital electrificó todavía más su motorización; se disparó, vigorizado. Estaba en todas partes, lo veía todo, desde el PC, desde el móvil, en cualquier sitio donde se encontrara. Vivió la digitalización como un último regalo profesional; desempeñó cuatro décadas frenéticas de un enorme ascetismo vital hasta que rondando los sesenta años demostró de nuevo su originalidad, al descolocarnos a todos cuando anunció su retiro voluntario para dedicarse a sí mismo. Se fue con el mayor aplauso laboral que uno ha conocido. Hizo toda su carrera en 'El Correo', en Álava y en Bilbao, donde lo fue todo, incluyendo director de la cabecera durante una década. En medio tuvo un paréntesis de cuatro años para dirigir 'El Comercio' y ser director adjunto de ABC en Madrid, donde quedó otra huella suya imborrable y un montón de subordinados molidos por su ritmo frenético. Juan Carlos fue un monje del periodismo, dicho con la máxima consideración a la expresión, porque vivió el oficio con un espíritu monacal, de entrega absoluta, sin concesiones, quizá de una manera excesiva, privándose de horas para el descanso y la vida privada. Fue querido, fue ampliamente respetado y por eso mismo también generó alguna incomprensión entre quienes se sintieron incapaces de entender una entrega tan plena a la profesión. Martínez Gauna amó los periódicos en el tiempo en el que éstos eran imperfectos como ahora, pero mucho más firmes y felices. Fue un hombre de periódicos, amó el periodismo sin adjetivos, sin aditamentos ni colorantes. Ajeno al poder, insensible al poder, a las adhesiones o las conspiraciones, todo lo contrario al tópico sobre el periodista poderoso. Sólo le interesaban los lectores. Su integridad jamás fue puesta en cuestión. En ese sentido, ejerció de faro de lo que representaba el periodismo y de lo que debe seguir representando, si algún día escapamos de la polarización y las amenazas a la libertad de prensa. Ayer recordaba Josemi Santamaría, su sucesor en la dirección de 'El Correo', el lema de Martínez Gauna en las reuniones editoriales: «Todo está en los periódicos». Así era, así debe ser y así debe seguir siendo, pero nada está ganado. Nunca lo está. El recuerdo de Juan Carlos sirve como compromiso con los principios profesionales; una tarea colectiva, colegiada, discreta, constante, sostenida, decente, mantenida tarde a tarde, semana a semana, año a año, en cada capital de provincia para llevar a los lectores aquello que merece la pena ser conocido. Porque todo está en los periódicos. Juan Carlos Martínez Gauna también ejerció como el alumno más aventajado de la escuela del gran Ángel Arnedo, con el propio Josemi Santamaría, Paco Beltrán y algunos más a la cabeza, trabajadores infatigables mientras eran víctimas y objetivos del terrorismo etarra y a los que algunos debemos agradecer la generosidad con la que acogieron y arroparon a los periodistas de las otras cabeceras regionales de Vocento en un periodo de cambios vertiginosos. En fin, acaba de morir alguien que sólo quiso ser periodista, nada más, nada menos. Descanse en paz.