En el mes de septiembre del próximo 2025 se cumplirán cuatrocientos cincuenta años de la fundación del monasterio de las Carmelitas en Ontinyent . Con los permisos concedidos por el arzobispo de Valencia, el patriarca Juan de Ribera, el rey Felipe II, y con el beneplácito de los Jurados de la Villa Real, llegaron a Ontinyent unas monjas carmelitas procedentes del Monasterio de la Santísima Encarnación del Verbo de Valencia, para fundar un Carmelo, histórica denominación de los monasterios de esta orden. El conjunto de casas en que se instalaron muy pronto resultó insuficiente para albergar una comunidad que crecía día a día. Tanto, que la orden y las autoridades ontinyentins del siglo XVI, coincidieron en la necesidad de levantar un nuevo convento. Eso hicieron, tras serles asignadas por los Jurados la ermita de la Santísima Sangre, previo consentimiento de su cofradía, que mantendría y mantiene privilegios sobre su iglesia. Es el mismo convento que ha llegado hasta nuestros días y que este sábado 5 de octubre ha conocido la solemne profesión de sor María Esperanza de la Santísima Trinidad Sánchez Gutiérrez . Que una mujer joven profese, comprometiéndose de por vida a retirarse del mundo para vivir entre los muros de un convento, podrá parecer en estos tiempos, incluso para no pocos lectores de ABC, una trasnochada decisión propia de otra época, no demasiado alejada de los tiempos de la fundación de este convento. Y más incompresible resultará para tanto escéptico el que alguien firme de por vida su fiel cumplimiento de los votos de castidad, pobreza y obediencia y, además, lo haga con la alegría con que vi que lo hacía ella y sus hermanas carmelitas. Conozco desde crío el convento de las que en Ontinyent hemos llamado cariñosamente «de les monjetes tancaes». Iba con mis hermanos mayores de la mano de nuestro abuelo materno para visitar, en un par de señalados días al año, a una prima lejana, que llevaba allí recluida desde los años treinta. Salvó la vida, pese el asalto y quema del monasterio a manos de la turbamulta que en el 36 con tanto empeño se dedicó a destruir y quemar cuanto bien religioso tuvo a su alcance. Regresó terminada la guerra civil. La veíamos siempre con el rostro cubierto por un velo, detrás de una doble reja que representaba algo más que el carisma de su voluntario encierro. Volví el pasado sábado al convento de las Carmelitas de Ontinyent, movido tanto por la curiosidad periodística como por compartir unas mismas creencias. Quedé admirado por la fuerza de la celebración , por los cantos de las hermanas, de un tenor y un coro que daba solemnidad a la ceremonia, con el tiempo que parecía haberse detenido a la puerta del templo para no molestar con su prisa. Llegado el momento de la liturgia de la palabra, me emocionó escuchar en sus lecturas el seseo de familiares de sor María Esperanza, llegados desde su estado natal de Apure, en la doliente Venezuela hoy día secuestrada por el usurpador Maduro y su criminal banda. Un seseo que me hizo perder el hilo de la solemnidad para llevar mi pensamiento al hecho histórico -histérico para el anterior presidente de México, de quien le sucede, y demás majaderos podemitas de su misma ralea- como fue aquella sensacional proeza protagonizado por el Reino de España y españoles, que en los siglos XV y XVI llevaron a aquel continente, entre otras preciados presentes, la misma lengua y fe cristiana , que estaban presentes en la celebración de los votos solemnes de la hermana María Esperanza. Aquella nuestra misma religión, que predicadores y misioneros llevaron a las nuevas tierras que se incorporaban al Reino de España, es la que en los últimos años se convierte en bendito retorno, puesto que desde allí han vuelto a nuestro país - cada vez más descreído y menos practicante - sacerdotes y monjas que en buena medida han paliado la notable pérdida de vocaciones eclesiásticas y monásticas que aquí sufrimos. El convento de Ontinyent, que a mediados del pasado siglo estaba formado por una comunidad de cuarenta y dos hermanas, tiene en la actualidad nueve, de las cuales cinco proceden de Venezuela y Colombia. Laus Deo. Incorporaciones que han rejuvenecido su media de edad, lo que ha permitida dar un nuevo impulso a una comunidad que ya prepara con ilusión la conmemoración de los cuatrocientos cincuenta años que han transcurrido desde la fundación del monasterio de las Madres Carmelitas Calzadas de la Purísima Sangre, celebración que será posible, en gran medida, por la savia joven que nos ha llegado de vuelta desde aquellas naciones hermanas, en las que se habla y se reza en español.