Como si fuese el noble bocata que vitaminaba al currante de antaño especializado en chapuzas, llevo bajo el brazo un par de periódicos enrollados. El papel, siempre el papel que tanto alimenta a los que militamos en el bando de la vieja escuela, a los que nos aferramos a las tradiciones preñadas de bendita rutina. De regreso a la morada choco contra una masa juvenil que se arremolina en la puerta de un instituto. Ni me miran. No existo. Soy un hombre invisible. Andan a lo suyo mientras murmuran letanías similares a lejanos rumores aderezados por la sopa legañosa del madrugón. Criaturas. Serpenteo culebroso entre ellos, sorteando sus bolsas de buhoneros primerizos , regateando sus cortes capilares de cenicero o...
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