Resulta curioso que cuando menos televisión se consume en este país —los datos están ahí para comprobarlo—, las cadenas anden buscando audiencia en los contenedores de reciclaje, como si las familias españolas siguieran sentadas en el sofá de escay, hipnotizadas por el hechizo de las trescientas sesenta y cinco líneas. Hablan de prime time, de nuevos fichajes y de fórmulas magistrales cuando todo está inventado, y lo que es peor, todo está amortizado. Casi un setenta por ciento de los hogares españoles están abonados a plataformas de streaming, lo que pone en evidencia que, nosotros, los de entonces, ya nos somos los mismos, y que el espectador de ahora quiere elegir cuándo, dónde y qué contenido quiere ver. Que salvo...
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