La vuelta a la rutina laboral está llena de contrastes. Por ejemplo: impone la necesidad protocolaria de volver al pantalón largo. O al suplicio de la alarma del despertador. O al marasmo enloquecido de los atascos. O a la tiranía implacable de la prisa. Las experiencias liberadoras de las bermudas, el despertar natural, la soledad contemplativa o la emancipación de las obligaciones horarias –todas ellas ingredientes básicos de unas vacaciones verdaderamente reparadoras– se convierten en recuerdos melancólicos, como todos los buenos, en cuanto suena el pitido que señala la reanudación del partido. No me quejo. No hay luz sin oscuridad. Los contrastes son necesarios para darle relieve a la existencia humana. Pero eso no quita para que haya algunos que...
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