Cada vez que alguien deja caer que el cántico del alcalde de Vita no es para tanto, que hay que mirar el contexto o que estas cosas se sacan de quicio, se refuerza un tipo especial de libertad de expresión. Una libertad que, aunque produce espanto, debemos mantener. Es una libertad de ni-no-ni-no. De sirenas de simulacro. No es el ataque real, pero nos advierten y nos recuerdan que el peligro está vivo, ahí afuera, no tan lejos. Que nos acecha y debemos estar preparados. De ahí que los minimizadores del cántico cumplan una gran función: nos recuerdan que hay gente que en según qué casos no exige responsabilidad ni ejemplaridad, lo que nos permite –y esto es lo importante–...
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