Hace dos semanas, más de 2.500 personas recordaron los convulsos días de la Guerra Civil en la localidad de Fayón, Zaragoza, en el fin de semana en el que se celebró la XVI edición de la Recreación de la Batalla del Ebro, uno de los eventos más importantes en España en torno al conflicto que arrasó el país entre 1936 y 1939, y la única recreación en la que se rememora un hecho histórico con medios terrestres, aéreos y fluviales. Los asistentes disfrutaron de numerosas actividades durante tres días. «Cada año la recreación crece en ámbitos y en afluencia de público y el interés es cada vez mayor», declaró el alcalde de Fayón, Roberto Cabistany, al 'Heraldo de Aragón' . Y destacó que «la ocupación de alojamientos está completa en este y en todos los pueblos de la zona durante el fin de semana». Lo más curioso del esta batalla, la más larga y cruenta de todo la guerra, es que si usted pasea en la actualidad, más de 85 años después, por los campos que rodean a pueblos como Pinell, Miravet, Ribarroja, Flix, Ascó o Fatarella, todavía puede ver sobre el terreno los restos humanos de los soldados caídos en este episodio. Se los encuentra uno con tanta frecuencia en el suelo, sin necesidad de cavar ningún agujero, que para los vecinos se ha convertido en una rutina. Prueba de ello es que, cuando se aprobó la Ley de Fosas catalana en junio de 2009, la Generalitat recibió de estos más de 600 restos óseos de un mínimo de 63 soldados en tan solo unos meses. Tan encarnizada fue la batalla que los cadáveres no fueron trasladados a ningún cementerio ni echados a ninguna fosa, simplemente fueron abandonados sobre el terreno y olvidados entre las bombas y las ráfagas de ametralladora. Las cifras de muertos, de hecho, aún no están muy claras. Algunos historiadores hablan de entre 20.000 y 40.000 muertos. Otros han elevado la cifra hasta, incluso, a 80.000. Varios estudios rondan los 12.000 o 15.000 fallecidos por bando. Y otros afinan hasta los 10.000 republicanos caídos por 6.500 franquistas. Pero en lo que todo el mundo coincide es en que los enfrentamientos del Ebro, entre el 25 julio y el 26 de noviembre de 1938, fueron los sangrientos y crueles de toda la guerra. «En el plano general está todo muy claro: un bando legítimo, la República, y uno ilegítimo, el sublevado. Pero cuando acercas el foco a las personas que combatían, nada es tan evidente, todo es más complejo», recuerda este miércoles Arturo Pérez-Reverte en una entrevista con ABC , tras la presentación de su última novela, 'Línea de fuego' (Alfaguara). En ella, el antiguo corresponsal de guerra se sumerge en los diez primeros días de esta batalla. Un combate crucial en el que se dieron cita legionarios, requetés, comunistas y socialistas, entre otros. «Esa visión poliédrica es la que más se acerca a lo real. Quería que el lector estuviera ahí, que viva la Guerra Civil, la huela, sienta miedo, le disparen, resbale sobre casquillos vacíos, le salpique la sangre», añade el autor. En los casi cuatro meses que duró la batalla se produjeron, además, 65.000 heridos, 25.000 prisioneros y miles de desaparecidos. La República quedó herida de muerte y Franco decantó la balanza hacia su victoria final. El objetivo de la operación diseñada por el general republicano Vicente Rojo fue un fracaso. Quería lanzar una gran ofensiva que produjera un duro golpe a la moral de los nacionales, aprovechando el factor sorpresa, con el objetivo de ganar tiempo para reorganizar su Ejército y decantar la tendencia internacional con respecto a la guerra. En la medianoche del 25 de julio de 1938, durante la festividad de Santiago Apóstol, el general Yagüe se encontraba en el cuartel general del Cuerpo de Ejército Marroquí, en Caspe, como encargado de defender el curso del Ebro. Una franja de 70 kilómetros desde Mequinenza a Amposta, con cuatro divisiones integradas y un total de 50.000 hombres. El general se había acostado tarde. No estaba muy tranquilo, pues le habían informado de la creciente actividad republicana en la orilla izquierda de todo el curso del río que debía defender. Tal es así, que le había pedido refuerzos a Franco, pero este se los había denegado, alegando que su inquietud era infundada. Sin embargo, a las 0.15 salían unos 400 botes de la orilla y cruzaban el río con tanto sigilo que sorprendieron a muchos centinelas enemigos. Se iniciaba la penetración en el territorio franquista y, aunque se escuchaban los primeros disparos, no hubo de momento una alarma. El general Yagüe estaba ya durmiendo y sus ayudantes no se atrevieron a despertarlo hasta las 2.30, cuando ya se combatía a lo largo de todo el sector. «Mi general, los rojos han pasado el Ebro», le avisaron. Entonces se incorporó de un salto y exclamó: «¡Gracias a Dios! ¡Todo el mundo a sus puestos!». En 2017, la Fundación Juan Negrín mostraba al público por primera vez toda la documentación secreta del presidente del Gobierno en la Segunda República, también cerebro junto a Rojo de la malograda operación. Desde los croquis de las primeras maniobras entre las localidades de García, Flix y Ascó en la madrugada del 25 de julio, hasta el informe original de Juan Modesto, jefe del ejército del Ebro integrado por las tropas dirigidas por Enrique Líster y Manuel Tagüeña, con su operación de repliegue en los primeros días de noviembre. También los planos que describían las operaciones en la Terra Alta, en el frente entre Mequinenza, Amposta y la estratégica Gandesa, donde se detuvo la ofensiva republicana, y los mapas en papel vegetal donde estaban dibujadas las posiciones republicanas y franquistas. Cuando los últimos soldados republicanos cruzaron derrotados hacia el margen izquierdo del río Ebro en noviembre del 38, los partes oficiales de ambos bandos, publicados en las dos ediciones de un diario ABC también dividido por la guerra , se atribuían la victoria. Era la batalla de la información. «En la historia de nuestra guerra, la batalla del Ebro perdurará como uno de los episodios más gloriosos y más eficaces en el orden militar», aseguraban la redacción de Sevilla . «Obedeciendo al plan premeditado del Alto Mando republicano, y habiendo logrado ampliamente los resultados pretendidos con la táctica de desgaste aplicada desde el 25 de julio, las tropas españolas, mediante voluntaria y metódica retirada, han repasado el Ebro y se han reintegrado a sus antiguas posiciones», afirmaban desde Madrid , en un claro intento de no desmoralizar a sus soldados. Esta retirada hacia Cataluña del coronel Modesto y del general Rojo dejaba en una situación de clara ventaja a Franco, quien en los próximos días se refirió en diferentes discursos al «enorme descalabro republicano», a las «brillantes operaciones del Ejército nacional» y a «una victoria moral que ha de repercutir en toda la zona roja». «La operación que los rojos presentaron al mundo mediante su propaganda como gran éxito militar, ha constituido para ellos una de sus mayores derrotas», añadía el parte de guerra franquista. Y hacía después su propio balance: 75.000 bajas –«de las cuales, nuestros soldados han dado sepultura a 13.275 cadáveres»–, 19.779 prisioneros, 242 aviones derribados y 18 tanques rusos, 24.114 fusiles de repetición y 213 fusiles incautados. Hoy en día, las lomas y los barrancos del Ebro continúan sembradas con más de cien mil toneladas de metralla. Lo único que consiguió la República con aquella ofensiva fue retrasar cuatro meses el final de la Guerra Civil. Franco desgastó al Ejército Republicano hasta el punto de que ya no pudo recuperarse. «Se había fantaseado tanto, se había hecho tan intensa la propaganda a base de fotografías y relatos truculentos, que algunos comenzamos a concebir esperanzas», explicaba un prisionero republicano a un periodista del ABC de Sevilla , en 1938, mientras la edición madrileña insistía en su relato: «La lección del Ebro es enteramente optimista para las armas republicanas. La retaguardia facciosa ha acusado el daño infligido de esta formidable batalla». En 2020 fallecía a los 102 años, en una residencia de Barcelona, el último superviviente de este episodio: Nicolás López López . Era natural de Serón, un municipio de la provincia de Almería, pero la sublevación le había cogido en la Ciudad Condal recién cumplida la mayoría de edad. Fue movilizado por el Ejército republicano junto a su hermano Antonio y, según contaban sus hijas a 'La Voz de Almería' , durante toda su vida se mostró muy reservado en lo que respecta a contar sus vivencias en la Batalla del Ebro. Solo muy recientemente, poco antes de morir, había aceptado participar en un proyecto educativo sobre el final de la contienda, repasando las penurias y adversidades que tuvieron que soportar.